Filme sobre una empleada doméstica obliga a Brasil a mirarse al espejo

  • Una película sobre una empleada doméstica que vive en un hogar acomodado, postulada por Brasil para competir por un Óscar, pone el dedo en la herida de la desigualdad social y el racismo en este país en plena recesión.

"Que Horas Ela Volta?", o en español "Una segunda madre", es un largometraje que se despega de otros filmes brasileños cargados de violencia y narcotráfico, como "Ciudad de Dios" o "Tropa de Elite".

Pero esta película modesta e íntima de la directora Anna Muylaert ha tocado un nervio al usar la historia de una empleada con cama para desnudar la hipocresía detrás de la fachada idílica del hogar de clase alta donde vive.

Estrenada en momentos en que Brasil sufre un declive económico, la corrupción se destapa y la agenda izquierdista de la presidenta Dilma Rousseff se resquebraja, "Que Horas Ela Volta?" desafía al mayor país de Latinoamérica a mirarse al espejo.

El filme "tiene todas las chances de convertirse en un hito en el cine brasileño contemporáneo, como 'Central do Brasil' y 'Ciudad de Dios' lo fueron en otros contextos. Es una película completamente en sintonía con el pulso del país", escribió el crítico y bloguero Jose Geraldo Couto.

La actriz brasileña Regina Casé ha ganado excelentes críticas en casa y en Hollywood por su interpretación de Val, una integrante del enorme ejército invisible de empleados domésticos en Brasil.

Val vive en el diminuto cuarto de servicio de una lujosa casa de Sao Paulo, y no solo alimenta a la familia sino que limpia, cuida del perro, del jardín, de la piscina y se ocupa del amoroso pero malcriado hijo de los patrones.

Sus patrones dicen que ella es "casi familia". Pero el filme muestra crudamente cómo en realidad Val es una ciudadana de segunda clase.

Para Carli Maria dos Santos, una empleada veterana que hoy preside el sindicato de empleadas domésticas de Rio de Janeiro, esta historia de turbulencia social capta tendencias reales.

"Pensé que el filme era muy bueno, especialmente el final", dice dos Santos a la AFP. "Las cosas están cambiando".

En Brasil hay algo más de seis millones de empleados domésticos, en su mayoría sirvientas y niñeras, pero también cocineros, jardineros o chóferes, según cifras del gobierno.

En comparación, estimaciones de la ONU y de sindicatos muestran que en Estados Unidos, con una población un tercio mayor a la brasileña, hay solo entre 1,8 y 2,6 millones de trabajadores domésticos. La Unión Europea, con más del doble de la población de Brasil, tiene un estimado de 2,5 millones, según la Organización Internacional del Trabajo.

Las domésticas en Brasil -en su mayoría negras o mulatas- están tan sumergidas en el tejido social que los arquitectos diseñan los apartamentos de clase media con un cuarto y un baño de servicio para ellas.

Estos empleos pueden ser la oportunidad para escapar de la extrema pobreza en los lugares más alejados de la séptima economía mundial. Pero para los críticos, la industria del servicio doméstico también retiene a la sociedad, reforzando el racismo y otros legados de la esclavitud que se abolió en Brasil recién en 1888, dos décadas después que en Estados Unidos.

Dos Santos, que tiene 62 años y trabaja desde los 10, dijo que su experiencia ha sido agridulce.

"Cuando estás con una familia que es educada y es buena, te beneficias también. Es como ir a la escuela. Tiene un lado bueno", dijo.

Pero las empleadas que viven con familias ricas, alojadas en "el dormitorio pequeñito sin ventanas", tienen que recordarse a sí mismas que "la casa hermosa, la piscina, el sauna, esa no es su realidad", dijo.

Durante el gobierno del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva y su sucesora Dilma Rousseff, ambos del izquierdista Partido de los Trabajadores, decenas de millones de personas salieron de la pobreza en una década. Y en 2013 cambios constitucionales extendieron derechos como un sueldo mínimo, límite de horas extras y de trabajo nocturno a los empleados domésticos.

A raíz de estos cambios, algunos brasileños se preguntan cuánto tiempo pasará antes de que las empleadas brasileñas dejen sus empleos.

"Ya se terminó", dijo Francisca Ciambarelli, una de las espectadoras del filme en el barrio de clase alta de Leblon.

Ciambarellia, una economista de 45 años, tiene una fiel empleada doméstica que vive en su casa, pero cree que el sistema está en sus horas finales. "La gente ya no quiere vivir más así", dijo.

Igual que en el filme, la empleada de Ciambarelli tiene un hijo que está cursando educación terciaria y avanzando hacia otra clase social donde sería impensable trabajar como sirviente.

"La madre no cambiará. Vivirá en nuestra casa y morirá allí. Pero el hijo siempre está tratando de persuadir a la madre que se vaya", contó.

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