Gordon Gekko, el tiburón de las finanzas, se queda sin dientes en ‘Wall Street: el dinero nunca duerme’

  • El personaje interpretado por Michael Douglas suaviza sus maneras en una secuela del éxito de los años 80, dirigida por Oliver Stone.
Julio Vallejo / Aviondepapel.tv

“Si quieres un amigo, cómprate un perro”. Esa frase lapidaria se convirtió en una de las consignas más conocidas de Gordon Gekko, el tiburón de las finanzas encarnado por Michael Douglas en “Wall Street” (1987).

Corrían los 80 y los yuppies estaban de moda. Oliver Stone, muy atento al panorama social de la época, no dudó en reflejarlo en un filme, mezcla de drama y thriller, que confrontaba a un chaval que quería comerse el mundo de Wall Street con un verdadero as en el mercado de valores.

Charlie Sheen se encargada de interpretar al polluelo que quería aprender de su despiadado maestro, mientras Douglas se ponía en la piel de un ser maquiavélico y descreído que no dudaba en traicionar a su pupilo con tal de ganar dinero.

Las líneas de diálogo de Gekko, muestra de una visión verdaderamente negativa del género humano, todavía son recordadas. Por ejemplo, en una charla con el personaje de Daryl Hannah, antigua amante y novia de su alumno aventajado, nos regalaba la siguiente perla: “Tú y yo somos iguales, Darien. Somos lo suficientemente listos para no caer en esa trampa tan antigua: el amor, un invento para evitar que las personas se tiren por la ventana”.

Tampoco tenía ningún desperdicio su lema vital: “La codicia es buena”. No obstante, el moralista guión del filme, dispuesto a que este atractivo malo no quedara sin castigo, reservó al personaje un destino donde expiar sus culpas: la cárcel.

Gekko en el siglo XXI

Precisamente, “Wall Street: el dinero nunca duerme” (2010), la secuela del mítico título de los 80, comienza con la imagen de Gekko saliendo de la prisión a principios de este siglo XXI. Está verdaderamente sólo y nadie acude a recogerlo a la salida de chirona.

Sin embargo, pocos años después, en 2008, el tiburón parece haber resurgido parcialmente de sus cenizas. Aprovechando su antigua fama, ha editado un libro y se dedica a dar charlas donde sermonea sobre el terrible estado de una economía, la americana, sustentada en el endeudamiento y las hipotecas subprime.

Su encuentro con su futuro yerno, un chico joven también apasionado por las finanzas, nos mostrará que Gekko parece haber cambiado. En la cárcel, según el mismo pontifica, ha aprendido a anteponer el tiempo sobre el dinero.

Por si fuera poco, parece afectado por la muerte de su hijo, que falleció a causa del abuso de drogas, y quiere por todos los medios recuperar a su hija, que no le dirige la palabra desde hace bastante tiempo.

En un momento, Gekko incluso llega a llorar cuando la niña de sus ojos le reprocha su actitud como padre. No obstante, como buen adicto al dinero, no pasará mucho tiempo hasta que traicione a los suyos por un puñado de parné.

Pese a todo, el director Oliver Stone, quizá demasiado mayor para ser duro con su protagonista, le otorga al odioso personaje una última oportunidad para redimirse y poder disfrutar de su familia. De esta manera, los espectadores comprobamos que el viejo tiburón ha perdido muchos de sus afilados dientes.

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