Madrid se cobija de la lluvia bajo la cálida cercanía de Norah Jones

  • Javier Herrero.

Javier Herrero.

Madrid, 23 sep.- Sentada al piano o tañendo la guitarra, en las etéreas latitudes vocales del jazz o a ras de suelo, recorriendo el camino del rock alternativo y del country, en todos los terrenos se ha mostrado solvente, cercana y segura Norah Jones esta noche en su show de Madrid, haciendo gala de un discreto y cálido encanto.

Como si el clima se conjugara con la ocasión, su concierto en el Palacio de Congresos -con todas las entradas vendidas, unas 2.000 personas- ha concitado las primeras lluvias otoñales, el mejor marco para disfrutar de un repertorio templado por éxitos y temas de su quinto disco de estudio, "Little Broken Hearts", una hoja de ruta sobre cómo enjugarse las lágrimas.

Pasadas las nueve y media, la hija del citarista Ravi Shankar ha saltado al escenario en penumbra como una más de los cuatro músicos de su banda, en una de las muchas muestras de sencillez ofrecidas a lo largo de la hora y media de bonito espectáculo, arropado por una también sencilla puesta en escena, con un eficaz juego de luces envolventes, pájaros de papiroflexia colgantes y un gran cortinaje.

El concierto ha comenzado con ritmos propios del rock de raíces ("Lonestar") y con otros más alternativos extraídos de su último disco, en el que se nota la mano del productor Danger Mouse para llevar a Jones por senderos nuevos.

En "Say Goodbye" resuenan unos magnéticos arreglos metálicos entre orientales y tropicales y en el atmosférico "Take it Back" exprime su reconocible y cálido timbre de voz, que asciende como una oscilante nube de humo sin alquitrán.

En "Black", incluido en el disco "Rome" de Danger Mouse, se nota de nuevo el uso de los sintetizadores y la fuerza de unas cuerdas polvorientas, que remiten a paisajes recónditos del oeste americano, a aventuras en ciernes y a carretera.

También hay lugar para esa elegante fusión de jazz y pop que la hicieron célebre, como en "I've Got to See You Again", "After The Fall" o "Chasing Pirates", que ha despertado los primeros aplausos espontáneos.

Bella a rabiar, con su debut "Come Away With Me" (2002) logró ocho premios Grammy y colocó más de 25 millones de copias; además, "Feels Like Home" (2004), su continuación, obtuvo unas ventas millonarias en su primera semana en el mercado, al nivel de Britney Spears, pero sin su aparataje mediático ni los titulares gratuitos.

En eso basa Jones su encanto sobre las tablas, en un magnetismo discreto no por su dimensión, sino por su forma prudente, sin discordancias ni imposturas, que sugiere más de lo que exhibe, como un cuadro de Edward Hopper en el que sumerge al espectador en un momento íntimo en el que sólo caben la artista y él como mirón.

Eso se palpa a mitad de concierto, el tramo más emotivo, cuando interpreta su primer gran éxito, "Don't Know Why", o su versión de "The Nearness Of You" de Hoagy Carmichael, ella completamente sola y casi a oscuras, con el piano como único abrigo.

Hacia el final, más vivo, destacan "Stuck", con un solo de guitarra arrebatador, y su versión a dúo de "Hickory Wind" de Gram Parsons, junto a Cory Chisel & The Wanderin Sons.

Jones, que cambia el repertorio a placer en cada concierto, sólo mantiene intacto el último tramo, el de los bises, aún más cercana, pegada a sus músicos, todos en pie en torno a un micrófono omnidireccional para interpretar el placentero "Sunrise", "Creeping In" y "Come Away With Me", con un girasol de regalo por parte de un espontáneo.

"Es mi flor favorita", ha señalado ella agradecida, tras ejercer de fuente de calor en las primeras tardes frías de Madrid.

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