Paco Ibáñez y su público saborean su poemas en el parisino teatro Châtelet

  • París.- Un público de todas las edades despidió anoche a Paco Ibañez con bravos y cálidos aplausos, tras escuchar su última antología poética multilingüe, que 40 años después de su mítica aparición en el Olympia, incluyó temas en italiano, catalán, vasco, provenzal, gallego y español.

Paco Ibáñez y su público saborean su poemas en el parisino teatro Châtelet
Paco Ibáñez y su público saborean su poemas en el parisino teatro Châtelet

París.- Un público de todas las edades despidió anoche a Paco Ibañez con bravos y cálidos aplausos, tras escuchar su última antología poética multilingüe, que 40 años después de su mítica aparición en el Olympia, incluyó temas en italiano, catalán, vasco, provenzal, gallego y español.

Fue una reunión de familia, de la gran familia internacional del cantante, mucha de ella en pie al final del espectáculo, al que asistieron numerosos contemporáneos del artista, compañeros de lucha contra las dictaduras de Franco, Videla o Pinochet, y también "los hijos de los hijos", visiblemente encantados.

Al final, como por arte de magia, la asistencia alcanzó una compacta y envidiable intimidad con su cantante.

Hubo, sin embargo, unos instantes de rebeldía, un inicio de motín acústico, en la primera parte del encuentro, cuando una oleada de voces 'in crescendo' se quejaba de que no oía bien a su Paco Ibañez, quien, efectivamente, medía fuerzas con sabiduría, a cierta distancia del micrófono.

Otro intérprete habría perdido los papeles, pero el de esta noche era Paco Ibañez (Valencia, 1934), y con absoluta parsimonia explicó que había que poner atención y escuchar, simplemente.

Esto es otra vez por culpa "de los americanos", sentenció, metiéndose ya en el bolsillo a la asistencia para toda la noche, en la que se explayó a fondo contra la enfermedad del "ok", "maldita" y "venenosa" palabra imperialista que, dijo, ha contagiado ya toda Francia y empieza en España.

Las cosas pueden ser todavía más terribles, como pudo comprobar en su última estancia en Colombia, donde los depósitos de gasolina de un coche ya no están "llenos", sino "full".

Llenos, como esta noche el Teatro del Châtelet, con sus 1.700 butacas prácticamente vendidas, a precios de entre los 57 y los 22 euros, categoría esta última agotada desde hacía días.

Sobre la escena, muy sobrio, vestido pulcramente de negro, Paco Ibañez actuó casi siempre en solitario; pero los raros artistas que se sumaron a él fueron especiales, desde su hija Alicia de bellísima voz, al bandoneón César Strosccio, el guitarrista Mario Mas y el acordeonista Joxan Goikoetxea al hacedor de efectos musicales Pep Pascual, y a Chicharo, al cajón y el baile.

Además de probar sí, como decía Paco Ibañez, que Andalucía debe su flamenco al "relámpago" gitano, Chicharo dejó la sala preparada para recibir en su fuero más interno la voz del poeta, la increíble música de agua, sartenes y tubos de plástico de Pep Pascual, el dulce saxo de Gorka Benítez y el Fliscorno de Roqui Albero.

El compositor cantó siempre apoyando un pie sobre una silla para sujetar la guitarra, ante un inmenso telón de fondo cuadrado de colores variables, negro, lila, azul, naranja y rojo sangre, éste ya hacia el final del espectáculo.

Evocó en él la suerte de los refugiados españoles en Francia, como en su día lo fue él mismo y su familia, y agradeció la acogida recibida con sendas canciones.

Desgranó a algunos de sus poetas de siempre, Lorca, Neruda, Alberti, Goytisolo, Aragón, y Brassens "el Joan Sebastián Bach de la canción", y a otros nuevos en diferentes lenguas, mientras a veces, el fondo se ilustraba con bellos fragmentos pictóricos.

Hizo también especial hincapié en explicar que se sentía de allí donde nació o vivió, pero también de donde le gustaba como cantaban, es decir, de infinitos lugares de Latinoamérica, España, Portugal, Francia, Galicia, Andalucía, Cataluña o Italia.

Además, de ser vasco y valenciano por nacimiento y dedicar el concierto a sus padres, "ex aequo" con el pintor venezolano Jesús Soto, "su padre espiritual", y el también cantante-compositor argentino de ascendencia quechua y vasca, Atahualpa Yupanqui.

Abierto con la canción esencial de "Coplas a la muerte de mi padre", de Jorge Manrique, tres aclamados "bises" pusieron punto final al espectáculo hacia la media noche.

El primero de ellos dedicado a Mercedes Sosa, por haber sido en América la voz de los indios, tan humillados durante los últimos 500 años, de quien cantó su "Vasija de barro", primera propina que siguió al último tema del recital, "Palabras para Julia".

Ante la insistencia del público, en pie, que le pedía "A galopar", dio ese poema de Rafael Alberti, seguido de la joya final de la noche: La poesía es un arma cargada de futuro", del poeta vasco Gabriel Celaya.

Canción-manifiesto que dijo hacía tiempo no retomaba pero consideraba ahora de nuevo necesaria, pues, en efecto, tal y como están las cosas "estamos tocando el fondo" y "nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno".

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