Una víctima española de la dictadura argentina dice que es imposible olvidar

  • "Es imposible olvidar", dice Esperanza Pérez Labrador, una española a la que los militares de la dictadura argentina le destrozaron la familia en 1976, y hoy, después de 35 años de sufrimiento, repite entre lágrimas que "es un deber seguir pidiendo justicia".

Javier Nieto Remolina

Madrid, 15 sep.- "Es imposible olvidar", dice Esperanza Pérez Labrador, una española a la que los militares de la dictadura argentina le destrozaron la familia en 1976, y hoy, después de 35 años de sufrimiento, repite entre lágrimas que "es un deber seguir pidiendo justicia".

Cumplidos los 89 años, Esperanza vive ahora cerca de Madrid con su hija Manoli, y con su salud precaria rememora con rabia y tristeza, en conversación con Efe, la desaparición de un hijo y el asesinato de su marido y de otro hijo junto a la compañera de este.

Los recuerdos de esta mujer, que fue una de las Madres de la Plaza de Mayo en la ciudad argentina de Rosario, han quedado plasmados en el libro "Esperanza", escrito por el periodista español Jesús María Santos a partir de 250 folios manuscritos en los que ella dejó sus recuerdos y de largas conversaciones que mantuvieron.

Manoli, la hija, piensa que aunque el libro relata la mayor parte de los hechos "no hay palabras para reflejar lo vivido entonces", y Esperanza añade que ha sufrido "mucho más" de lo que se puede leer en la obra, publicada esta semana en España por Roca Editorial.

Miguel Ángel Labrador salió de la casa familiar el lunes 13 de septiembre de 1976 y nunca más se supo de él. Era el hijo menor, de 25 años. Dos meses más tarde, el 10 de noviembre, fueron asesinados Víctor, su marido; su hijo Palmiro, de 28 años, y la compañera de este, Edith Graciela Koatz, de 25.

Mucho tiempo después, el propio general Leopoldo Fortunato Galtieri le diría a Esperanza que el asesinato de su marido había sido "un error".

"Canalla, maldito", recuerda Esperanza que le dijo al "panzón" de Galtieri al recriminarle que tuviera la "desvergüenza" de decirle que el asesinato había sido una equivocación.

Esperanza, que se armó de valor y afrontó con valentía la búsqueda y la reivindicación de su hijo ante la dictadura, afirma que nunca tuvo miedo: "Yo me decía: 'si ya han matado a mi marido y a mis hijos, qué importa que me maten a mí".

Esperanza y Manoli no dejan de pedir justicia para los crímenes de los militares argentinos y ambas expresan su profunda gratitud al juez español Baltasar Garzón, que el 28 de marzo de 1996 admitió a trámite una denuncia contra los militares considerados responsables de la desaparición y muerte en Argentina de más de 30.000 personas, entre ellas unos 35 españoles.

"Es una pena que haya sólo un Garzón", dice Esperanza. Manoli cree que gracias a este juez los crímenes de los dictadores son "de lesa humanidad" y que gracias a su labor y la de otros "hoy somos testigos de algo que no esperábamos ver: que algunos van a la cárcel".

El juez Garzón, reitera Manoli, "nos devolvió la dignidad, nos atendió normalmente; no vimos en su mirada ese 'por algo será'" que percibían en otras personas.

Y Jesús María Santos, el periodista que recoge el testimonio de Esperanza, asegura que abordó el proyecto con la idea de "que el libro fuera un instrumento que permitiera conocer a una mujer ejemplo de dignidad que merece el reconocimiento público".

"Traté de evitar detalles escabrosos con la seguridad de que basta narrar los hechos tal como ocurrieron para que sea el lector el que halle motivos para indignarse", explica Santos a Efe.

El autor reconoce que consiguió darle "un contrapunto de ternura y esperanza a la brutalidad de la dictadura" intercalando en el relato la historia singular de Esperanza, que nació en 1922 en Camagüey, Cuba, donde vivían sus padres españoles.

En el momento del parto su madre murió y su padre, incapaz de hacerse cargo de ella, la entregó a una familia cubana de apellido Mestril.

Siete años después, el padre de Esperanza volvió a Camagüey y, pese a la oposición de los Mestril y de la propia niña, consiguió que le devolvieran a su hija para trasladarla a España, desde donde tiempo después, en 1950, partió hacia Argentina.

Han pasado muchos años desde los crímenes que transformaron el destino de sus vidas, pero las Labrador, madre e hija, coinciden en que ya no podrán olvidar.

Manoli asegura que el recuerdo de su padre y de sus hermanos permanece siempre con ellas, "comemos y nos acostamos con ellos", dice, aunque insiste: "lo peor ha sido ver el sufrimiento de mi madre".

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