A sus 400 años, los olivos virreinales de Lima sobreviven entre el bullicio urbano

  • Los trajeron de España hace más de 400 años, y los sembraron en Lima. Son 1.600 olivos que, pese a sus dolencias, al crecimiento urbano y contaminación, sobreviven al bullicio citadino y siguen dando frutos.

El bosque inicialmente fue de 23 hectáreas, plantado en 1560 por el español Antonio de Ribera, originarios de Sevilla. Quería que los habitantes de la colonia pudieran comer excelentes aceitunas y fabricar un aceite tan igual como en España. A fines del siglo XVIII, existían unos 2.000 árboles en el Olivar.

Hoy, de los 1.600 que quedan, el 75% de ellos sigue en pie pese a su estado crítico, afectados por hongos e insectos. En agosto, especialistas de la Universidad Nacional Agraria La Molina examinaron los árboles ubicados en el exclusivo distrito de San Isidro, actualmente la zona financiera de Perú. Encontraron muchos de ellos seriamente dañados.

Declarado en 1969 Monumento Histórico por el gobierno, este bosque convertido en parte del pulmón verde de la ciudad es atacado desde hace años por la mosca blanca, cuyas excretas atraen a otros insectos destructores, que se están comiendo las hojas e impiden el florecimiento del fruto. Además, diversos hongos los carcomen desde la raíz, ahuecando sus ramas que se caen solas, despidiendo un intenso olor a masa fermentada.

"Los olivos no han recibido un tratamiento fitosanitario adecuado que su especie y entorno requieren, lo que ha originado su actual estado crítico y algunos están graves", señala el informe de la Universidad Agraria entregado al alcalde de San Isidro, Manuel Velarde, que ha asumido la tarea de recuperarlos.

Los olivos también enfrentan otra plaga que no se combate con ningún pesticida. Se trata de la contaminación por el crecimiento urbano y el tránsito vehicular, que ha reducido el bosque de 23 a 10 hectáreas y ha puesto en riesgo la existencia de las 30 especies de aves de la zona.

Algunas aves solo lo visitan por meses tras su paso por los Pantanos de Villa, en la periferia de Lima, y también afectado por las construcciones urbanas, según especialistas.

A partir de 1929 comienzan a construirse las primeras casas en terrenos del bosque, con los olivos dentro de sus jardines. "En los últimos diez años muchas viviendas son remodeladas y modernizadas, contaminando el ambiente sin respetar disposiciones municipales", explicó a la AFP un funcionario de la Municipalidad de San Isidro.

El bosque además ha sido cortado en varias partes por angostas vías para facilitar el paso vehicular, que ocurre durante todo el día.

Todo ello ha menguado la producción.

"Antes, cada árbol daba de 100 a 150 kilos de aceitunas. Ahora apenas de 20 a 30 kilos. Son cosechadas por personal del municipio para convertirlos en aceite", dijo a la AFP el ingeniero forestal Fernando de la Vega, quien ha sido encargado por el municipio para cuidar del bosque.

"El tratamiento de los árboles contempla la poda para eliminar ramas secas podridas, mejorarlos y lograr su desarrollo, además de asegurar su preservación", señaló.

El lavado de las hojas para erradicar los huevos de la mosca blanca es otra de las tareas, así como abonar la tierra, combatir plagas y realizar evaluaciones permanentes.

En caso que un árbol muera -este año cuatro de los antiguos dejaron de existir- se reemplaza por un joven olivo, precisó el experto.

Dentro del bosque destaca una laguna artificial, construida en 1945. En aquella época se realizaban paseos en botes, mientras que los patos que hacían escalas en vuelos migratorios, descansaban en sus aguas. La laguna se ha reducido y solo pueden verse unos peces carpa nadando entre aguas turbias.

Aún en sus árboles anidan aves como la rabiblanca, cuculí, tortolitas de pico amarillo, el turtupilín de pecho rojo, el botón de oro, el violinista de color celeste, gorriones americanos, el cucarachero. También recorren el bosque las traviesas ardillas de nuca blanca. Entre los olivos también crecen pinos, palmeras, tipuanas, ceibos, cedrelas, jacarandas y ficus.

A un lado del bosque se encuentra la otrora casa de la escultora boliviana Marina Núñez del Prado (1908-1995), que vivió allí con su esposo. A su muerte, la residencia se convirtió en un museo con 1.692 pieza artísticas.

Hay trabajos de ella pero también un grabado del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, del fotógrafo cusqueño Martín Chambi, la pintora indigenista peruana Julia Codesido y de otros artistas. Y rodeando todo ese oasis verde, altos y bulliciosos edificios siguen creciendo, de la mano de lo que llaman desarrollo.

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