Al Asad, el puño de hierro que golpea la sangrienta "primavera siria"

  • El presidente de Siria, Bachar al Asad, cuyo país vive una guerra civil que ha causado ya 70.000 muertos, lucha a sangre y fuego contra una primavera árabe que brotó en 2011 en Túnez, Egipto, Libia y Yemen, países ahora inmersos en un proceso de transición hacia la democracia.

Milagros Sandoval

Redacción Internacional, 13, mar.- El presidente de Siria, Bachar al Asad, cuyo país vive una guerra civil que ha causado ya 70.000 muertos, lucha a sangre y fuego contra una primavera árabe que brotó en 2011 en Túnez, Egipto, Libia y Yemen, países ahora inmersos en un proceso de transición hacia la democracia.

Al Asad solo escucha la consigna de sus adeptos que le gritan: "Alá, Siria, Bachar y nada más", y tilda de "terroristas" a los grupos opositores, cuya mayor alianza, la Coalición Nacional Siria (CNFROS), ha logrado que la Liga Árabe le reconozca oficialmente la representación del país cuando forme un gobierno interino.

El presidente sirio cierra los ojos a las transiciones en otros países árabes, liderados por nuevos dirigentes cuya tarea pendiente es la de celebrar procesos electorales y reformas constitucionales que consoliden la esencia de la revolución.

Los dirigentes que desoyeron las demandas populares inscribieron sus nombres en la página trágica de la historia como el expresidente egipcio Hosni Mubarak, que cumple cadena perpetua; el tunecino Zine al Abidin ben Alí, exiliado en Arabia Saudí, y el libio Muamar al Gadafi, enterrado en un lugar desconocido del desierto libio, tras su captura y muerte.

Solo el yemení Ali Abdala Saleh goza en su país de inmunidad, al amparo de un acuerdo auspiciado por la ONU.

Egipto, poco más de dos años después de la caída de Mubarak el 11 de febrero de 2011, vive una crisis de seguridad y política, mientras prepara las elecciones legislativas, que acaban de ser aplazadas "sine die" por la justicia.

El presidente egipcio, el islamista Mohamed Mursi, ganador de las presidenciales de junio de 2012, afronta la reforma de una Constitución a la altura de la revolución, unas elecciones que garanticen la alternancia en el poder y la justicia social.

En Túnez, poco más de dos años después de la caída del presidente Ben Ali, los cinco partidos que integran el opositor Frente Unión Por Túnez instaron el pasado 5 de marzo al presidente Monsef Marzuki a la celebración de un "Congreso de Salvación Nacional" para sacar al país de la actual crisis política y económica.

El asesinato el pasado 6 de febrero del activista izquierdista Chukri Bel Aid y la dimisión el 19 de febrero del primer ministro, Hamadi Yabali, secretario general de Al Nahda -partido islamista que ganó las elecciones de 2011- pusieron de manifiesto la necesidad de nuevas elecciones.

Igualmente, Libia pilota su propia transición, tras la primavera que acabó en una guerra civil en la que hubo 25.000 muertos entre enero y el 20 de octubre de 2011, y que concluyó con la caída de Gadafi.

Libia está políticamente paralizada desde las elecciones del 6 de julio de 2012, de las que surgió el Congreso Nacional General, que tomó el relevo del Consejo Nacional de Transición, y el nuevo gobierno sigue siendo incapaz de extender su autoridad a todo el país.

Señal de ello fue el asalto armado el pasado 11 de septiembre al consulado de EEUU en Bengasi, en el que murieron el embajador, Christopher Stevens, y tres funcionarios.

Los nuevos dirigentes libios tienen que asumir la reconstrucción de las instituciones del estado, el desarme de las numerosas milicias y la redacción de una Constitución antes de celebrar elecciones.

Yemen, donde el 27 de febrero de 2012 el presidente Alí Abdalá Saleh, cedió el poder a su vicepresidente, Abdo Rabu Mansur Hadi, también debe dialogar con las fuerzas políticas para redactar una Constitución y celebrar elecciones presidenciales y legislativas en febrero de 2014.

En Baréin, la revuelta en demanda de reformas democráticas a la monarquía del rey Hamad bin Isa al Jalifa (suní, frente a la mayoría de la población chií) sigue inconclusa por la represión.

En Jordania, el rey Abdalá II inauguró el pasado 10 de febrero el nuevo Parlamento, salido de los comicios del 23 de enero, que fueron boicoteados por los principales grupos de la oposición, encabezados por los Hermanos Musulmanes.

Abdalá prometió continuar el proceso de reformas políticas, que ha sido contestado en las calles en protestas inspiradas en la primavera árabe.

Y en Argelia, la Primavera vio el triunfo en las elecciones de mayo de 2012 del Frente de Liberación Nacional Argelino (FLN), de Abdelaziz Buteflika, y la derrota de los islamistas.

Marruecos impulsó una nueva Constitución en 2011 que aupó al poder al islamista Partido Justicia y Desarrollo, de Abdelila Benkirán, ganador de los comicios del 25 de noviembre de ese año.

Paradójicamente, Irán, un país musulmán, que respaldó las revoluciones de Túnez, Egipto, Libia y Yemen y las protestas en Baréin y Jordania, ignoró las de Siria y las suyas propias, tras las acusaciones de fraude de la oposición por las presidenciales de junio de 2009, en las que salió reelegido Mahmud Ahmadineyad.

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