La pobreza tiene nombres: Víctor, José Francisco, Joaquim, Montse e Ivan...

  • Detrás de las frías cifras de la pobreza severa que crece día a día hay nombres propios, personas que sufren, historias dramáticas, dignidades dañadas, rupturas familiares, saludes quebradas, seres humanos que dicen estar cansados, y muchas veces avergonzados, de vivir en esas condiciones.

Paco Niebla

Barcelona, 17 feb.- Detrás de las frías cifras de la pobreza severa que crece día a día hay nombres propios, personas que sufren, historias dramáticas, dignidades dañadas, rupturas familiares, saludes quebradas, seres humanos que dicen estar cansados, y muchas veces avergonzados, de vivir en esas condiciones.

Los voluntarios de la Comunidad de San Egidio de Barcelona, que desde 1989 ayuda a las personas sin hogar que pernoctan en las calles, salen cada noche a ofrecer comidas y bebidas calientes, abrigo y, sobre todo, cariño y un rato de compañía a aquellos a quienes la vida no ha sonreído y se ven sin un techo donde dormir.

Son Víctor, José Francisco, Joaquim, Montse e Ivan, que son pareja, Antonio, Toni, John o Vicenta, por poner algunos ejemplos de casos reales.

La Comunidad de San Egidio pide con fuerza que no se hable de la pobreza fríamente como una cifra, que se expliquen los casos reales para visualizar la realidad de las personas sin hogar que buscan cobijo en cajeros o estaciones y se guarecen bajo cajas de cartón o en lugares recónditos e inseguros, muchos avergonzados e incluso sintiéndose culpables de una situación a la que se han visto abocados por la falta de trabajo.

Por eso, San Egidio explica el caso de Víctor, un barcelonés de 45 años que se quedó en paro al iniciarse la crisis y vive con 400 euros que dedica íntegros a pagar un alquiler y los gastos de sus dos hijos de los que tiene la custodia compartida.

Cuando no tiene a sus pequeños, para ahorrar, come en entidades sociales y la cena depende de los bocadillos que reparten en la calle grupos de voluntarios, mientras vive con el temor de perder la custodia de sus hijos.

O el de José Francisco, de 43 años, que llegó a Barcelona tras perder su empleo de camarero en Benidorm y romper con su familia. Al agotar sus ahorros, durmió en un cajero hasta obtener una plaza en un albergue. En agosto le tuvieron que operar de urgencia de un cáncer y ahora está hospitalizado mientras recibe quimioterapia.

O el de Joaquim, un empresario de 50 años que tenía un negocio de audiovisuales que le embargaron por no poder pagar los gastos. Una separación matrimonial le dejó sin casa, vive en la calle, trapichea con trabajillos para subsistir y, mientras, batalla para que los bancos le perdonen la deuda y pueda rehacer su vida con su hija.

O Antonio, de 50 años, antiguo empleado de una textil de Mataró (Barcelona) que agotó el desempleo y al que hace cuatro meses le retiraron el subsidio de la Renta Mínima de Inserción.

O Montse, que trabajó durante años cuidando ancianos y que no pudo seguir pagando el alquiler del piso en el que vivía con su marido, Iván, un ecuatoriano que trabajó en la construcción pero que perdió el empleo al caerse de un andamio y partirse un brazo, del que no ha recuperado la movilidad.

Durante meses la pareja ha dormido en las calles de Barcelona, soportando frío, violencias y ella una enfermedad que no acaba de curar, aunque desde hace un año han logrado un piso de protección oficial e intentan recuperar su dignidad con las pensiones de invalidez que les han tramitado.

Toni, de 50 años, perdió su empleo de camarero en Calella (Barcelona) y tras morir sus padres hace un año vive en la calle desde el pasado 24 de diciembre. "Nos pregunta cómo tiene que pedir, porque él no lo ha hecho nunca", explica Jaume Castro, responsable de la Comunidad de San Egidio en Barcelona.

Eugenio también vive en la calle tras una separación matrimonial, agotar el subsidio de desempleo y dedicar todos sus ahorros a sus hijos, igual que John, un colombiano que llegó hace dos años a Barcelona y trabajó en el sector de la restauración hasta que hace unos meses le despidieron y ya no pudo pagar el alquiler.

"El primer día que John fue a un comedor social, lloró de desesperación", explican los voluntarios de San Egidio.

Vicenta, de 73 años, cobra una pequeña pensión de viudedad que solo le permite pagar el alquiler de un viejo piso que no quiere abandonar y come gracias a los comerciantes de su barrio del Raval.

La pobreza no es una cifra: tiene nombres de personas que sufren y, como destaca Jaume Castro, está generando una "espontánea solidaridad" ciudadana en las calles de Barcelona.

Mostrar comentarios