Venta en la calles de Asunción, cara visible del empleo informal en Paraguay

  • Cambistas y guardacoches, canillitas, chiperas y vendedores de yuyos para el tereré, de zumos, artesanía o artículos futboleros pueblan las calles de Asunción y son la cara visible del empleo informal gracias al que sobreviven cientos de miles de familias.

Santi Carneri

Asunción, 11 may.- Cambistas y guardacoches, canillitas, chiperas y vendedores de yuyos para el tereré, de zumos, artesanía o artículos futboleros pueblan las calles de Asunción y son la cara visible del empleo informal gracias al que sobreviven cientos de miles de familias.

Según la Encuesta Permanente de Hogares, Paraguay contaba en 2011 con una población económicamente activa de 3,2 millones de personas, con un desempleo abierto del 5,6 por ciento y casi 708.000 personas "subocupadas".

La búsqueda de un futuro mejor en las ciudades ha concentrado al 40 por ciento de los 6,5 millones de paraguayos en Asunción y el área metropolitana que la rodea, en cuyas calles se abren cada día tiendas y negocios informales.

Una de las típicas "yuyeras", que venden toda clase de yerbas para el tereré, la popular mezcla de agua fría y yerba mate que se toma con devoción en Paraguay, es Karina Pavón de 21 años, que lleva desde los 16 en la misma esquina del centro asunceño triturando hojas de menta para sus clientes.

"Mi mamá estuvo aquí sentada durante 30 años", dice a Efe la joven vendedora que, con orgullo, relata como heredó el negocio y ahora se levanta a las cuatro de la madrugada para ir al mercado y llegar a su puesto callejero bien temprano, antes de que comience el trasiego de funcionarios y empleados de las compañías de la zona.

En un día bueno, trabajando de seis de la mañana a cinco de la tarde, Pavón puede ganar 120.000 guaraníes (unos 28 dólares al cambio actual), por encima del salario mínimo de 1,66 millones de guaraníes (casi 400 dólares) y hasta del sueldo medio del país, de 1,88 millones (450 dólares).

Antonia Martínez, de 61 años, "abrió" su puesto en 1976 en la transitada calle Palma del centro de Asunción, donde vende camisetas, paraguas y banderas con los colores de los principales equipos de fútbol de Paraguay.

La piel de su rostro, con marcados rasgos indígenas, luce agrietada por el sol y con cierto asombro rememora para Efe cómo ha visto cambiar la ciudad.

"Hasta al General (Alfredo) Stroessner vi pasar una vez", recuerda Antonia.

A pocos metros, protegido por la sombra de un gigantesco árbol, el zapatero Nestor Ramón Britez, de 73 años, despide amablemente a un cliente al que acaba de lustrar con esmero los zapatos, apura un cigarrillo y se recuesta en su silla de tablas de madera desgastada.

Britez lleva 48 años trabajando en la Plaza de los Héroes, junto a los precarios puestos de otros remendones, y explica a Efe que aunque domina otros oficios como la fabricación artesanal de ladrillos, este es el trabajo que mejor calidad de vida le ofrece.

"Seguiré aquí hasta que crea conveniente retirarme a cuidar de mis nietos", asegura el zapatero, buen conversador y muy interesado en la globalización de los mercados y la crisis económica que atraviesa España.

"Hay que saber de todo, no se le puede hablar solo de fútbol a un cliente, si no, no vuelve más. La gente aprovecha el tiempo aquí para tomar un tereré y compartir sus preocupaciones", explica.

La encrucijada de las bulliciosas calles Palma y 14 de mayo, que concentra decenas de bares, restaurantes y tiendas de todo tipo, tiene otros residentes permanentes como los cambistas de divisas.

Víctor Martínez, de 62 años, ha pasado casi 40 abriendo su oficina en la calle: un alto taburete y una sola palabra discretamente pronunciada al paso de los viandantes: "cambio".

Martínez ofrece mejores cambios que los bancos y casas oficiales que proliferan en la zona y gana hasta 200.000 guaraníes (unos 48 dólares) por día, trabajando diez horas de lunes a sábado.

Ha hecho amigos entre narcotraficantes, travestis, prostitutas o ladrones de poca monta, pero "uno no puede hacerse el exquisito", bromea con Efe.

Decenas de compañeros de oficio se reúnen alrededor de Víctor, toman tereré y atienden diligentes a los clientes que se acercan a intercambiar pequeñas cantidades de dólares, euros, reales brasileños o pesos argentinos.

"Soy un animal de costumbres. Nunca podría acabar en una oficina", asevera.

Cuando Víctor y otros trabajadores callejeros se marchan a casa, aparecen por doquier los mal tolerados guardacoches, dueños por unas horas de los espacios públicos de estacionamiento en las proximidades de teatros, bares y discotecas en los que los paraguayos con más recursos pasan sus ratos de ocio.

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