Las historias en colores del maratón

  • El argentino Miguel Barzola llegó apenas en el lugar 35 del maratón de los Juegos Olímpicos de Londres, pero dijo ser un ganador porque metros antes de la meta sintió mariposas en la panza y fue tan feliz como cuando se enamoró por primera vez.

Gustavo Borges

Londres, 12 ago.- El argentino Miguel Barzola llegó apenas en el lugar 35 del maratón de los Juegos Olímpicos de Londres, pero dijo ser un ganador porque metros antes de la meta sintió mariposas en la panza y fue tan feliz como cuando se enamoró por primera vez.

"Es algo imposible de explicar, me he pasado más de dos horas con un tremendo calor y ahora tiemblo de frío y me estoy acordando de mi vieja, que vino a verme desde Buenos Aires", dijo entre lágrimas el corredor tras cubrir los 42 kilómetros y 195 metros en 2h 17:54.

La prueba de maratón que cerró hoy la competencia de atletismo de los Juegos Olímpicos se convirtió en un semillero de historias humanas, sobre todo por parte de los competidores latinos, que, si bien no alcanzaron medallas, sí vivieron la experiencia con la intensidad con la que se vive el primer amor.

"Es que somos unos elegidos; el maratón es la madre de todas las pruebas y yo sentí como si en la meta mi madre me hubiera dado un beso", comentó el ecuatoriano Miguel Almachi, colocado en el lugar 50 con un registro de 2h 19:53.

Que los maratonistas se vuelvan filosóficos en la primera hora después de correr es algo que se repite en cada prueba entre los corredores que no ganan nada, aunque también sucede con los campeones como atestigua el mexicano Germán Silva, doble campeón en Nueva York, quien después de retirarse escribió que la meta de un maratón es el mejor sitio para llorar.

Hoy el español Ignacio Cáceres estuvo a punto de cumplir eso, pero se adelantó un poco porque su ataque de llanto fue a 100 metros de llegar a la línea final cuando se imaginó a sus hijos, sintió querer a todo el mundo y que el mundo lo quería a él.

"Esto es demasiado hermoso; me duele todo, tengo ganas de vomitar, pero estoy feliz". dijo Cáceres, para quien el verdadero enemigo de su prueba es el asfalto, el calor y la humedad y por eso hoy ayudó a hidratarse a algún corredor en el kilómetro 25.

Eso de la solidaridad es posible porque, según cuentan ellos mismos, en el maratón uno se acerca al niño que fue y desarrolla un sentimiento protector hasta por los rivales.

Unos oran para pedir ayuda desde el más allá, pero otros empiezan a correr desde horas antes, como el mexicano Daniel Vargas, quien anoche le tomó fotos a su ropa y sus zapatos y asumió este domingo con la misma inocencia de su primer día de escuela.

"Es una costumbre, la noche antes le tomo una foto y sólo después de hacerlo puedo dormir bien", dijo Vargas, ocupante del lugar 39.

Son unos sentimentales irremediables que, como el argentino Barzola, siempre se declaran ganadores, o como el colombiano Juan Carlos Cardona, que sostiene que no hay una manera de experimentar el rollo de estar vivo como en una carrera de 42 kilómetros y 195 metros.

"Siempre que acabo digo que es el último, pero esto es un vicio y no nos interesa salirnos de la adicción", dijo Cardona, quien después llegar en el lugar 83 confesó un secreto en voz baja: "A veces me imagino ya viejito inscrito en una carrera de maratón".

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