La muerte vuela de noche en Donetsk

    • En el distrito de Kuybyshevsky vivían 22.500 personas y ahora es una macabra sombra de lo que fue y sólo alberta a 5.000.
Dibujos, flores, juguetes, cuadernillos de caligrafía, se mezclan entre los escombros del colegio
Dibujos, flores, juguetes, cuadernillos de caligrafía, se mezclan entre los escombros del colegio

En el distrito de Kuybyshevsky parece que ya no vive nadie, pero es una sensación engañosa. El lugar que llamaban hogar más de 22.500 personas antes de que comenzara la guerra parece hoy un macabra sombra de lo que un día fue.Supermercados, cines, tiendas, plazas, hasta las escuelas son hoy día un muestrario del horror desatado sobre esta ciudad minera, corazón de la autodenominada República Popular de Donetsk (DNR).Acercarse a las calles de Kuybyshevsky es entrar en una sombría colección de edificios alcanzados por uno, dos tres, decenas de proyectiles, sin que se pueda suponer nada bueno para el destino de sus moradores. Antes de que llegara la tormenta de fuego que ha sacudido esta zona, se alzaban 3.000 edificios grandes y unas seis mil casitas jalonaban los caminos. Ahora, 80 de esos edificios altos están destruidos, algunos convertidos en quesos de gruyere, mientras que más de un millar de casitas han sido alcanzadas por proyectiles.De los habitantes que tuvo el distrito hoy quedan unos 5.000, los valientes que decidieron regresar tras la ofensiva de febrero, cuando en el barrio no quedaron más de 300 almas. Hasta el cementerio del barrio, que se encuentra cerca del aeropuerto, está hoy completamente arrasado. No hay paz ni siquiera para los muertos.Ivan Prikhodko, responsable de esta barriada, no es un líder vecinal al uso. Con un hablar pausado, su camisa blanca y pantalón de pinzas no logran evitar ver el rifle kalashnikov con el que se desplaza por las calles bajo su jurisdicción. Este viernes su comitiva, dos coches con varios soldados del DNR armados hasta los dientes, se desplazaron a primera hora a una de las casas en la que ayer impactó lo que parecía una granada de fusil. Los escasos daños en el inmueble no significan menos dolor o miedo. Una vecina resultó herida por el impacto, que tuvo lugar el jueves a las siete y media de la tarde, lejos de la hora del toque de queda impuesto en la ciudad.A escasos minutos en coche se encuentra una de las escuelas del distrito, que tenía cinco antes de la guerra y ya solo podrá abrir dos al comienzo del curso. La que nos ocupa recibió más de 40 impactos directos de artillería, y no tiene ni un cristal en su sitio. Antes de entrar en ella nos sale al paso Shershen, un soldado del DNR que dice estar de vacaciones, tras combatir en el frente de Debáltsevo. Explica que él estudió en esa escuela, y mira con tristeza lo que queda de sus aulas y clases.Alexander era minero antes de la guerra, y ahora dedica sus horas de forma voluntaria a reconstruir, o intentar que no se caiga lo que queda del colegio. Adentrarse en sus aulas, ver los dibujos de los niños, las flores que una vez pusieron una nota de color y están marchitas, es una experiencia que llena de desasosiego. En un aula aún puede verse el pantalón de deporte que dejó un pequeño y unas zapatilla rosas. En el techo del edificio siguen visibles las cicatrices de los impactos, capaces de arañar el hormigón como si fuera mantequilla.La barriada no es una cualquiera, es la que se encuentra enclavada entre el aeropuerto, que fue escenario de combates sangrientos el pasado invierno, y la ciudad de Pesky, primera bajo control ucraniano. En medio, el cementerio, el monasterio y las casas de miles de civiles inocentes. En la línea de fuego.Qué hacer, dónde ir se preguntan las ancianas que acuden a preguntar por el último herido fruto del capricho de la muerte. No saben quién disparó ni porqué les tocó a ellos. Mientras hablan, un grupo de vecinas limpian las calles de escombros, siempre con un ojo atento a cualquier artefacto que pudiera haber quedado oculto en la hierba sin detonar.Por la carretera desierta que lleva a lo que un día fue el aeropuerto, por la que solo pasan coches a toda velocidad o transportes militares, sorprende encontrar, de repente, un grupo de vacas. Las acompaña su dueña, Nadia, que mientras camina va cortando forraje con una hoz. En su mirada azul profunda se estrellan muchas de las preguntas que se hacen, y se resumen en una: ¿Cuando acabará esta locura?

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