Rafael de la Hoz: "Algún día el ladrillo será un material elitista en España"

  • La crisis ha frenado la construcción de grandesproyectos faraónicos por parte de los poderespúblicos. Pero renacerán impulsados por políticosen busca de votos, según el arquitecto cordobés.
Rafael de la Hoz
Rafael de la Hoz
Pedro Sánchez
Por Valentín Bustos/Revista Capital

Consulta la entrevista original en www.capital.es

Edificios corporativos como el distrito C de Telefónica o las sedes de Endesa, Repsol YPF o BMW en Madrid; también las Torres de Hércules en el Campo de Gibraltar, el edificio más alto de Andalucía con 125 metros; o inmuebles multiusos, terciarios y residenciales, principalmente en Madrid y Andalucía, pero también en Portugal, Polonia, Hungría, Emiratos Árabes y Rumanía.

Son sólo trazos de la obra de este hijo y nieto de arquitectos nacido en Córdoba en 1955 y que ha recibido diferentes galardones nacionales e internacionales como el Premio Obra  Internacional cosechado en la XI Bienal de Arquitectura Argentina.

En sus trabajos, destaca la utilización del vidrio y la eficiencia energética. También el uso de luces, sombras, penumbras y reflejos. Efectos que se aprecian en un gran mosaico romano nada más atravesar el umbral de la puerta de su estudio. En su amplio despacho, en las mesas no cabe un alfiler ("está tan desordenado que mi mujer no quiere que hagan fotos aquí", confiesa).

Y, aunque no le falta sentido del humor, no duda en cerrar los ojos y meditar antes de contestar. Segundos de reflexión cuyo resultado se nota en su posterior retórica, en la fluidez en el decir y en la contundencia de sus respuestas.


–¿Cómo está afectando la crisis a la arquitectura y a los arquitectos?

–Brutalmente. En España, el sector público y privado de construcción y edificación está sin crédito, paralizado. Y, claro está, el arquitecto sin clientes.

–¿Significa eso que la crisis está tirando a la basura mucho talento arquitectónico?

La crisis no tira a la basura el talento arquitectónico. El talento lo da Dios gratuitamente pero, para construir un edificio, el dinero lo tiene que poner un banco. Y parece ser que es más escaso el dinero que el talento.


–Sin embargo, el dinero abundó en gran parte de la primera década del siglo XXI. ¿Qué ha habido de buena y mala arquitectura en los últimos diez años?

–Lo malo ha sido la aparición de la arquitectura espectáculo, que es la que demandan los poderes públicos para deslumbrar a los ciudadanos. Y lo bueno es que está en horas bajas.

–Eso suena como decirle adiós a los faraónicos proyectos arquitectónicos.

–Es difícil no volver a tropezar en la misma piedra porque, sencillamente, lo que hemos hecho ha sido tropezar. Y la humanidad sólo aprende cuando se da un batacazo brutal. Cuando tropezamos pensamos que hay que seguir el camino, porque como ya sabemos dónde están las piedras, no volverá a suceder. Por eso veo muy difícil, muy difícil, que haya un cambio sustantivo. En cualquier momento surgirá un político joven que necesitará una intervención deslumbrante en su ciudad para conseguir votos. Entonces demandará una arquitectura de rédito a corto plazo, edificios costosos y de poca utilidad, que se puede hacer bien… ¡pero hay tanto riesgo de que salga mal!

–De su respuesta me surgen dos preguntas. La primera: ¿quién necesita más a quién, los arquitectos a los políticos, o viceversa?

–El arquitecto siempre ha estado al servicio del Príncipe, del Papa, del César... Sólo con la revolución industrial, y posteriormente con el movimiento moderno, a finales del siglo XIX y principios del XX, el arquitecto pasó al servicio de otras capas sociales que no son los poderes, por llamarlos así, terrenal o religioso. Que el arquitecto no estuviera sólo al servicio de quienes acumulaban mayor riqueza, sino que también estuviera al servicio detoda la sociedad, fue una gran conquista. Y fue bueno para ambas partes. Por tanto, sin cliente no hay arquitecto, y los clientes necesitan al arquitecto para materializar una idea.


–Y la segunda: ¿se han hecho demasiados gigantes arquitectónicos sin saber qué uso darles a posteriori?

–Es evidente que es más fácil hacer un continente que un contenido. Cuesta muchísimo más hacer una colección de arte que requiere tiempo, dinero, gusto, talento, dedicación y acierto que un edificio. Porque por muy prolongados que sean los plazos de ejecución, en cuatro o cinco años lo tienes. Y una buena colección de arte no se hace en cuatro o cinco años.


–Hablando de arte, ¿la arquitectura volverá a ser más arte y menos negocio después de la crisis?

–Es que la arquitectura suele ser un negocio a largo plazo y, por lo tanto, con un interés limitado. Es una inversión de rentas muy dilatadas. Otra cosa es la edificación y la construcción, que precisan de rentas más próximas, más instantáneas, a corto plazo. La arquitectura y el corto plazo suelen ir mal de la mano. Normalmente en edificación, con rendimientos económicos a corto plazo, hay poca arquitectura. Lo que no quiere decir que sean incompatibles.

–¿Cómo será la arquitectura que veremos en los próximos años?

–Habrá una arquitectura más contenida, porque nos hemos quedado sin dinero. Gracias a ello, muchas ciudades han conservado sus cascos arquitectónicos, porque había peligro de que lo perdieran al no disponer de planes protectores. El nuevo rico es un cliente estupendo para el arquitecto a corto plazo, pero también puede ser un mal negocio para la ciudad por la precipitación por hacerse ver.

–Si en España no hay dinero, ¿hacia dónde habrá que mirar?

–Donde la humanidad se jugará en este siglo las cartas es en Asia, en África y en América. En Europa, muy poco. Y lo voy a ilustrar con un ejemplo. Aquí ya talamos pocos bosques, y protestamos cuando lo hacen los brasileños. Su respuesta es muy clara: vosotros cortasteis vuestros árboles para ser ricos, y ahora nos toca a nosotros. En la arquitectura sucederá algo similar. Ellos querrán también sus accesos, sus basílicas, sus centros de cultura… Y habrá profesionales dispuestos a atender sus necesidades. La consecuencia es que volveremos a ver excesos en esos otros lugares del mundo.


–Por tanto, los estudios de arquitectura serán más globales que nunca.

–Sin duda. Habrá esta transversalidad cultural que siempre tiene un aspecto positivo, pero también negativo, que es la falta de conocimiento de la cultura local. Por lo tanto, será una cultura transversal poco enraizada.

–¿No estará hablando de una especie de colonización?

–Sí, porque piden que los colonicemos. Lo que quieren son iPhones, lo que poseen los ricos. ¿Por qué no reproducir Versalles en África? Ya hay dislates de este tipo. Y esa especie de caricatura del dislate requerirá una contención muy difícil. La pregunta es si esa sociedad en construcción está dispuesta a contenerse o preferirá tener símbolos de su evolución de forma rápida. Esto último ya sucedió en Europa. Uno de sus ejemplos más claro es la Gran Vía de Madrid, que se abrió para parecer Nueva York, aunque a la trasera de sus edificios modernistas siguieran exis-tiendo los caseríos manchegos con tejados de cerámica. Y si lo hizo una ciudad como Madrid, ¿por qué no van a hacerlo otras ciudades del mundo?

–¿En China, en Dubai, en Emiratos Árabes, en Latinoamérica…?

En Emiratos es donde más se ha producido. Allí hemos exportado una arquitectura de muy escaso valor, que han comprado porque era lo que le vendíamos. Y es que cuando Europa se pone a hacer negocios es imparable.

–¿Y seguirá siendo así?

–Sí. Podemos ir al este de Europa y decirles a los polacos, rumanos y húngaros que no destrocen lo que tienen, que vayan poco a poco, que se lo tomen con calma, que vean los primeros resultados y, a la vista de ellos, que actúen. Pero la actual generación quiere coches, apartamentos con vistas, bienestar, buenas casas… Por lo tanto, para ellos es difícil esperar. Es la terrible dualidad que se da en arquitectura entre los tiempos que necesita la construcción de la ciudad y los tiempos que necesita la generación que, en ese momento, no quiere sacrificios sino resultados.

–¿Asistiremos, entonces, a rápidos crecimientos en ciudades emergentes?

–Este siglo, en África, y en los países que reúnan las condiciones, veremos importantísimas explosiones porque está todo,o gran parte, por hacer. Y hacer mucho, y hacerlo bien, ¡es tan complicado! Requiere sacrificios de generaciones, muchísima paciencia. África podría dar lugar a una nueva arquitectura, a un nuevo modo de hacer arquitectura.


–¿Pero sería un modo del todo autóctono o influenciado por otros continentes?

–Sería deseable que fuera autóctono y fantástico si lo hiciera con medios y materiales locales como la madera. No se trata de reproducir grandes cabañas sino comprender los métodos de construcción locales. Lo que no hay que hacer es importar grandes superficies de vidrio de multinacionales alemanas para construir edificios que luego no puedan mantenerse.


–Hablando de materiales, ¿el ladrillo seguirá siendo el rey de la construcción?

–El ladrillo ha tenido la malísima suerte de quedar adscrito como el símbolo de un fracaso por su sobreabundancia en la edificación residencial. Sin embargo, en otros lugares del mundo el ladrillo es un material elitista porque precisa de mucha mano de obra para su fabricación. En España, tarde o temprano, pasará a ser un material casi elitista.

–¿Qué materiales tomarán el relevo?

–Se acabarán imponiendo aquellos que permitan un reciclo. Por ejemplo, las maderas. O el vidrio, que dejará de ser exclusivamente un material transparente y será más un material de soporte. Es abundante y sus procesos de elaboración cada vez son más económicos.


–¿Esa innovación en los materiales se da también en la arquitectura? ¿Se innova lo que se debe, o lo que se puede?

–El arquitecto está educado para innovar. Sin embargo, la construcción es un sector conservador. Y ahí saltan chispas. Por lo tanto, el arquitecto que investiga por sus propios medios, muy escasos, al final termina por explorar aquello que le han dejado, que es la forma. Con lo cual, la investigación es escasamente eficaz, porque el sector que tiene los medios económicos, que es la construcción, investiga poco, hace poco I+D, porque está poco educado en hacerlo. Y el sector más comprometido, educado y formado para hacer I+D, que es el universitario, y el que diseña, se encuentra muy apartado de esos procesos de investigación por lo que termina haciendo una investigación formal, casi de papel, poco rentable para la sociedad. Hay que encontrar el modo de unir estas dos potencialidades extraordinarias.


–Para finalizar, ¿qué hará bueno a un arquitecto y a un edificio en el futuro?

–El edificio debería ser el resultado de la ecuación entre longevidad y rendimiento. Se trata de una ecuación compleja. Un ejemplo lo tenemos en El Escorial. Aunque representó avances constructivos, pocos monarcas lo han utilizado, por lo que ha sido escasamente rentable. Y, respecto al arquitecto, deberá hacer lo que ha hecho siempre: atender a las necesidades de su tiempo y de su conciencia. El arquitecto que realiza la primera obra para que te dejen de dar la paliza, porque te pagan mucho, porque y a mí que más me da, se traiciona a sí mismo. Pero como es a ti mismo, y nadie te va a pedir cuentas… Pero al final esa traición se paga  profesionalmente, y a un precio altísimo. Y no convertir esa lealtad a la conciencia en vanidad… ¡ay!, eso está en el filo de un sable toledano.

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