El populismo tras la crisis de 2008 explicado por la secretaria de Goebbels

  • Fue mano derecha del padre de las fakenews y sus recuerdos entre el crack del 29 y la laminación de la clase media se asemejan a lo que ocurre hoy. 
Brunhilde Pomsel, secretaria de Goebbels, en un fotograma de 'A german life' (Imagen cortesía de Blackbox Films)
Brunhilde Pomsel, secretaria de Goebbels, en un fotograma de 'A german life' (Imagen cortesía de Blackbox Films)
Brunhilde Pomsel, secretaria de Goebbels, en un fotograma de 'A german life' (Imagen cortesía de Blackbox Films)
Brunhilde Pomsel, secretaria de Goebbels, en un fotograma de 'A german life' (Imagen cortesía de Blackbox Films)

Brunhilde Pomsel fue, en sus propias palabras, "la cobardía confesa", una mujer en cuya vida se pueden contemplar los males sociales e individuales que por acción u omisión ayudaron a que en el siglo XX el horror campara a sus anchas por el mundo, fruto de las guerras y una capacidad de maldad, hasta entonces, desconocida entre seres humanos.

Nacida en Berlín en 1911, hija de un decorador y una ama de casa, terminó siendo taquígrafa y secretaria del Ministerio de Propaganda que dirigió Joseph Goebbels, uno de los principales artífices de la ideología nacionalsocialista, que se valió como nadie de los nuevos medios como la radio y el cine para promover el odio del pueblo alemán contra los judíos, los comunistas y otros colectivos marginales. El padre de las 'fakenews'.

Tras la llegada al poder de Adolf Hitler, Pomsel se afilió al Partido Nazi para asegurarse un puesto de trabajo en la radio oficial del Reich. En 1942 fue trasladada al Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y la Propaganda, y allí permaneció hasta que las tropas de asalto soviéticas la encontraron escondida en el búnker de su ministerio, días después de la caída de Berlín y el suicidio de Hitler.

No es fácil hacer comparaciones entre épocas históricas, pero el libro de reciente aparición en español "Mi vida con Goebbels" (Thore D. Hansen, Bruhilde Pomsel, Lince Ediciones) pone las suficientes migas en el camino para enlazar la crisis que asoló el mundo tras el crack del 1929 y las consecuencias sociológicas que nacieron tras la reciente crisis de 2008.

Mientras el fascismo de los años 30 es el paradigma incontestable de ese fenómeno que Hannah Arendt describió más tarde como "la banalidad del mal", el auge del populismo de derecha e izquierda lo es en la época actual.

"En casa llevábamos una vida muy modesta pero nunca nos faltó el sustento. No recuerdo haber pasado hambre un solo día de mi infancia, como sin duda le ocurría a la multitud de parados e indigentes que inundaba el país" cuenta Brunhilde, obviando que en su entorno, a diferencia de multitud de alemanes tras la Primera Guerra Mundial, no pasaron apuros.

Y esgrimiendo su desidia política, justifica su posterior colaboración con el régimen que llevó a seis millones de personas a las cámaras de gas, en que "hasta 1933 poquísima gente se había parado a pensar en los judíos. Lo primero era conseguir un trabajo y unos ingresos. En la guerra lo habíamos perdido todo y con el Tratado de Versalles nos habían tomado el pelo".

La retórica nazi del problema en casa, la dicotomía amigo - enemigo se puede ver y escuchar hoy día como una machacona cantinela. Para empezar, al vuelco político y radicalización del período de entreguerras lo precedieron años de globalización y aperturismo comercial, con la eliminación de restricción de entrada y visado en muchos países del Viejo Continente. En 1929, al igual que en 2008, la especulación bursátil sin freno tuvo consecuencias desastrosas. Y en ambas crisis hubo pocos beneficiados y muchos condenados a la pérdida de calidad de vida, con la destrucción de empleos, los apuros económicos...

Brunhilde Pomsel, que tuvo en sus manos las actas del proceso contra la Rosa Blanca y de otros juicios del Tribunal del Pueblo, solo quería vivir bien, formar parte de algo exclusivo : "Éramos en cierto modo la élite. Por eso me gustaba trabajar allí (el Ministerio de Propaganda). El ambiente era agradable y mis compañeros eran muy simpáticos e iban impecables. Estaba en mi salsa. Es que en aquel entonces yo era muy superficial, muy boba".

El nuevo auge del populismo: la casta es culpable

Es en este escenario en el que se cocina el caldo de cultivo de las ideologías radicales capaces de alzarse desde rincones minoritarios hasta la toma de poder. Suele ir asociada a la destrucción de la clase media, algo de lo que alertaba en una entrevista el poco sospechoso de izquierdismo, Henry Kissinger, exsecretario de Estado de EEUU: "En Estados Unidos deberíamos comprender que no se puede insultar los valores sociales de la clase media durante mucho tiempo sin sufrir las consecuencias. Si hay un país en el mundo consciente de ello es Alemania" (Zeit online, 23 de noviembre de 2016).

De igual modo que se le achacó a los líderes de la República de Weimar, hoy día se señala a los gobiernos democráticos como gestores ineficaces, que acudieron al rescate de la banca durante la crisis como única alternativa, dando alas a los mensajes de la izquierda y derecha radical que lo interpretaron como una capitulación.

Mientras la crisis rompe la cohesión de la sociedad occidental, los mensajes simplistas calan en las capas más afectadas de la sociedad por la perdida del llamado estado bienestar. Hoy día los predicadores de la salvación han vuelto al poder, como cuando Hitler llegó al poder en una Alemania deprimida: "Se respiraba un ambiente de esperanza renovada. Lo cierto es que fue una sorpresa mayúscula que ganara las elecciones. Creo que ni los propios nazis se lo esperaban", decía Pomsel. 

Si comparamos las grandes líneas de lo ocurrido en época de Brunhilde Pomsel con la actualidad, encontramos datos que pueden iluminar qué hay de cierto en el renovado auge del populismo. Cuando el 23 de junio de 2016 los británicos vieron que se había consumado el Brexit, muchos de los jóvenes que no acudieron a votar confiados en que no habría tal salida de la UE se sintieron horrorizados. La desidia política se había cobrado una nueva víctima de terribles consecuencias para la construcción europea, que tanto había costado poner en marcha.

Del mismo modo se señala la etapa de Tony Blair como 'premier' británico, y su congelación del gasto social, recorte que se reprodujo igualmente en Alemania en 2010 bajo el mandato de Gerhard Schröeder. La izquierda traicionaba así a su base electoral, alejándose de la clase media trabajadora, de la que ahora se nutren las filas de los movimientos radicales populistas.

La población juvenil adulta de España, Grecia o Portugal se siente ajena a la construcción de la economía de sus respectivos países, en los que el paro hace estragos en su franja de edad. Y en Estados Unidos tampoco respiran de forma muy diferente; El sociólogo Zygmunt Bauman alertaba recientemente que se trata "de la primera generación desde que acabó la Segunda Guerra Mundial que temen no alcanzar el nivel y la calidad de vida de sus padres".

Al ascenso que vivió en Francia el Frente Nacional de Marine Le Pen, y el de Geert Wilders en Holanda, siguieron los alarmantes resultados del FPÖ en Austria, o el crecimiento electoral del AfD en Alemania.

La victoria de Donald Trump fue el culmen del desencanto de la clase media con la élite de los partidos, gracias a una campaña construida sobre medias verdades, mensajes efectistas o simplemente mentiras. Además de atacar al viejo 'establishment' de Washington, también se aprovechó de mensajes que muchos creían olvidados, como el del miedo al extranjero y el proteccionismo económico en un mundo globalizado.

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