OPINION

Guerras del futuro: la desinformación como arma de destrucción social

L

as fake news han venido para instalarse en el escenario mundial como una fuente de manipulación de la conciencia social de los ciudadanos. También lo han hecho como elemento y punto de fricción entre las grandes potencias internacionales. De la correcta solución democrática que consigamos armar para permitir que la libertad de expresión prevalezca sobre la ilegítima usurpación de la objetividad, dependerá el futuro de Europa y por extensión de España. Triunfaremos si centramos nuestra actuación los contenidos en lugar de las infraestructuras.

Interferencia, manipulación, propaganda, desinformación… las acusaciones de la injerencia rusa en los asuntos internos de la Unión Europea han pasado por todos los calificativos posibles para poner de manifiesto una realidad: la utilización de la información como arma de destrucción social en el siglo XXI.

El Gobierno ruso se ha mostrado realmente contundente ante esta sospecha. Exige pruebas ante una acusación tan grave como es la desestabilización de las democracias occidentales. Es un asunto que pone en riesgo las relaciones diplomáticas y sobre todo económicas entre Rusia y la Unión Europea. Nuestro Gobierno ha sido tajante. No hay ninguna prueba que pueda implicar al gobierno ruso en la generación de noticias falsas en Internet contra nuestra democracia.

El origen de esta polémica lo encontramos en las sanciones impuestas por Bruselas en 2014 al gobierno de Vladimir Putin con motivo de la crisis ucrania. Las medidas, quizá las más duras conocidas hasta la fecha, consistieron en la prohibición de la compraventa de acciones o bonos emitidos por bancos con una participación superior al 51% del gobierno ruso; la denegación de autorizaciones para exportar tecnología para la exploración o extracción de gas y/o petróleo; y el establecimiento de un embargo sobre la importación o exportación de material de defensa y doble uso.

La imposición de estas sanciones coincide, en tiempo y forma, con un aumento significativo del número de ataques cibernéticos que tienen su origen en territorio ruso, como así lo destaca el Centro Criptológico Nacional, que ha señalado el origen y la importancia de los ataques cibernéticos contra nuestro país. Acertadamente la inteligencia española desvincula los ataques contra la seguridad informática de las noticias falsas o fake news, fenómenos que son de naturaleza distinta, aunque puedan compartir origen.

Salvando las seguras consecuencias diplomáticas de señalar al Gobierno ruso como el culpable de estos actos, lo cierto es que Rusia y en menor medida China, son los territorios desde los que se lanzan miles de ataques contra la seguridad informática de las empresas estratégicas y el sector púbico español. El pasado año ascendieron a más de 25.000, una cifra que se incrementa año tras año y ante el que no hay una respuesta activa por parte de las autoridades españolas y europeas.

Es patente que la OTAN ha dicho basta a los intentos de desestabilización social en las democracias occidentales. Uno de sus centros asociados, el Centro de Excelencia de Comunicaciones Estratégicas, advirtió de la proliferación de las noticias e informaciones falsas en torno a la situación en Cataluña, vinculándolo directamente a un intento por influir en la fragmentación del continente europeo. El complicado objetivo de la Alianza Atlántica es poner fin a la continua utilización de la información como arma de destrucción social contra Europa.

Pero la inseguridad europea no solo se sitúa en la sede de la OTAN. La Comisión Europea lanzó el pasado 13 de noviembre una consulta pública de alcance general para recibir propuestas sobre como impedir que este fenómeno siga interfiriendo en la normal convivencia de la Unión.

El anuncio es ya de por sí alarmante puesto que parece como si el capitán le preguntara a sus soldados cómo deben protegerse ante el ataque del enemigo, reconociendo así su incapacidad para ejercer el liderazgo de Europa frente a los desafíos geoestratégicos del siglo.

La inquietud de la UE ha sido puesta de manifiesto también en declaraciones oficiales. Frans Timmermans, vicepresidente primero de la Comisión Europea, lejos de tranquilizarnos, señaló la “dimensión abrumadora” del juego de la desinformación en Europa que se ve atrapada en la paradoja de garantizar, como no puede ser de otra manera, por un lado la libertad de información y por otro el acceso de sus ciudadanos a una información libre y no contaminada por intereses de terceros.

Por su parte, la República Checa ha creado un cuerpo especializado en la detección de noticias falsas. Sus armas se basan más en la identificación que en la prevención pero suponen la institucionalización de los efectos dañinos de las noticias falsas en Internet y su traslación a la sociedad. Macedonia, Polonia, Estonia, son otros ejemplos de la respuesta de los Estados ante la situación.

En este contexto la actuación de la OTAN y la Unión Europea no es aislada. Han surgido múltiples iniciativas en el sector público y privado que tratan de contener los efectos demoledores de la desinformación en Occidente y que, a diferencia del sector público, centran su ámbito de actuación en lo mollar de las desinformaciones: el contenido.

En Estados Unidos se han creado numerosos fondos en Universidades y empresas tecnológicas, como la News Integrity Iniatitive, para tratar de distinguir entre aquellas noticias veraces y las claramente falsas. La acción trata de situar a los medios de comunicación como los garantes de la objetividad y veracidad en la publicación de las informaciones y noticias.

El navegador Mozilla ha desarrollado la Mozilla Information Trust Initiative que trata de proteger la credibilidad de la información en Internet a través de una movilización integral de lectores y productores de noticias veraces. Por su parte, Firefox presentó el proyecto Coral ideado junto al The New York Times y The Washington Post con el ánimo de estrechar el vínculo entre medios de comunicación, sus lectores, y la sociedad. Previamente Google y Facebook ya lanzaron actuaciones similares para facilitar la identificación de noticias falsas.

El sector privado ha señalado al público el camino. Frente a las inversiones millonarias en infraestructuras de las telecomunicaciones, hay que centrarse en los contenidos digitales en lugar de en el continente tecnológico. En el texto en lugar de la pantalla.

El sociólogo y a menudo futurólogo, Alvin Toffler ya advirtió en “Las Guerras del Siglo XXI” que el escenario estratégico de los conflictos entre Estados se desarrollarían en Internet y que no utilizarán como principal arma los misiles o las aviones como en el pasado. Será una guerra de alta intensidad por las ideas o la capacidad de influir en las sociedades de una manera tan brutal, que hará estremecer las conciencias de principios tan arraigados en nuestra sociedad como la democracia.

Si hacemos una prueba tan simple como teclear en nuestro buscador de referencia la palabra OTAN, veremos el origen de las noticias que aparecen en primer lugar. No se equivocaba Toffler cuando aseguraba que las guerras de nuestro siglo serían televisadas. Únicamente erró en el medio sobre el que lo podremos ver y que en este caso, en lugar de la televisión, se encuentra en la pantalla de nuestros ordenadores.

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