Rita, Rita, Rita… lo que el pueblo da, el pueblo lo quita

    • Aunque ahora pueda parecer un cachondeo para quien no lo vivió, hubo un tiempo en que el Partido Popularalzó la banderade la regeneración política.
    • Las cifras electorales del PP en la ciudad de Valencia son ejemplo de cómo se puede dilapidar un enorme capital político por creerse dueño del voto ciudadano.
El 'Annus Horribilis' de Barberá: del 'caloret' al 'Ritaleaks' y la caída electoral
El 'Annus Horribilis' de Barberá: del 'caloret' al 'Ritaleaks' y la caída electoral

Aunque ahora pueda parecer un cachondeo para quien no lo vivió, hubo un tiempo en que el Partido Popular alzó la bandera de la regeneración política. Algunas expresiones que salían de los prohombres populares a mediados de los 90 podrían recordar a las que ahora emplean partidos emergentes como Ciudadanos o incluso Podemos.

Parte de mi infancia y mi adolescencia transcurrieron en Valencia desde 1982 a 1992. Esta ciudad, que el PP comenzó a gobernar en 1991 con el apoyo de los regionalistas, fue quizá el primer gran reto de gobierno que afrontó aquel partido renovado por José María Aznar.

Rita Barberá se convirtió en la cara visible de la esperanza del centro derecha valenciano y español. Demostró que era posible desbancar al PSOE en uno de sus bastiones electorales. (Sí, el PSOE de Lerma, Pérez Casado, Císcar y Ródenas parecía imbatible en los años ochenta). Si en 1989 alguien hubiera vaticinado que los socialistas atravesarían un largo desierto político durante 24 largos años, le habrían tachado de loco, iluso o cosas similares.

(Una anécdota personal ilustra la verdad de mis palabras: Recuerdo que el padre de una amiga mía, ferviente socialista, prometió en 1991 no quitarse la barba hasta que la izquierda volviera a gobernar en Valencia. Me pregunto si pudo cumplir su promesa).Una Valencia transformada

Desde 1992 he visitado Valencia varias veces, algunas con un par de años de diferencia. Cada vez que llegaba notaba cambios muy positivos en la ciudad. Estaba mucho más limpia. Barrios como el del Carmen, por los que uno pasaba en los ochenta con bastante miedo y algo de asquito, se habían convertido en ruta obligada de las visitas turísticas. Nuevos monumentos embellecían el entorno. El viejo cauce del Turia, cuyo tufillo infernal aún tengo pegado en la memoria de mi pituitaria, rebosaba de jardines, columpios y ciudadanos practicando deporte.

Ignoro cuánto de este cambio se debió a la alcaldía, al Gobierno autonómico o al Gobierno central, pero nadie duda de que Valencia, en 20 años y parafraseando a Alfonso Guerra, "no la conocía ni la madre que la parió". Y que mientras todo esto ocurría con el beneplácito de la mayoría, el cáncer de la corrupción se extendía silencioso por las instituciones autonómicas y locales.

Me sorprendió que familias de amigos míos no precisamente simpatizantes del Partido Popular reconocían el buen trabajo que estaba desempeñando Rita Barberá al frente del Ayuntamiento. Los datos de las sucesivas elecciones municipales (ganó cinco consecutivas ¡por mayoría absoluta!) mostraban que esta sensación era compartida por muchos valencianos, incluso por no pocos de aquellos que en los ochenta votaban socialista.Tres cifras sorprendentes

Merece la pena analizar estas tres cifras. En 1987, año de la última elección municipal que la antigua Alianza Popular disputó con tal nombre y con un candidato distinto a Rita Barberá, quedó en tercer lugar y obtuvo sólo 73.830 votos. Veinticuatro años después, con Rita como candidata, el PP renovó por quinta vez su mandato con mayoría absoluta: 208.727 votos. Han bastado cuatro años, tanto solo cuatro años, para dilapidar más de la mitad de este respaldo electoral. En 2015, Rita perdió la alcaldía ganando las elecciones con 105.963 votos.

Moraleja: ni las dictaduras son eternas en política ni mucho menos los partidos políticos de una democracia. Valencia es un ejemplo de que cualquier pueblo, incluso el que puede parecer más favorable al gobernante, se defiende cuando es maltratado. En una democracia, se defiende antes. En una dictadura, después. Pero no regala nada. Lo que el pueblo da, también lo quita, como Santa Rita.

A Barberá le sobraron años de poder y le faltó ambición de la buena. Podía haber salido de Valencia para poner a prueba su enorme prestigio en la cúpula nacional del Partido Popular. Si no quería meterse en berenjenales, debió retirarse a tiempo, cuando estaba en la cúspide de su poder y de la popularidad, para disfrutar de plácidamente del 'caloret' levantino. Cualquier cosa menos refugiarse en una institución irrelevante como el Senado, al abrigo de un fuero vergonzoso. Y compartiendo escaño -¡qué ironía!- con el político que presidía Valencia cuando yo solo era un niño: Joan Lerma, que lleva 20 años -sí, ¡20 años!- vegetando en el Senado.

Barberá prefirió la comodidad de su territorio, hasta verse arrastrada por una ola de porquería. Porquería que -tiempo al tiempo- será inmisericorde con ella y con su memoria política.

Sigue @martinalgarra//

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