Putin arma el nuevo ‘eje del mal’ con China entre bambalinas

La cruzada de Putin contra el modelo de globalización y la forma de vida de Occidente ha estallado con Ucrania y puede tener más adeptos como Irán, Libia o la propia Venezuela.

El carácter global que ha alcanzado el conflicto bélico de Ucrania ha dado un vuelco a una situación geopolítica mundial en la que, de la noche a la mañana, todo conduce a un nuevo equilibrio entre bloques marcados por sus tres poderes: las reservas estratégicas de gas y de petróleo, el arsenal nuclear que puedan desplegar y la capacidad de ‘soft power’ ideológico que sean capaces de propagar. Un golpe a simple vista por parte de los analistas internacionales ha dejado a un lado en cuestión de días el viejo concepto del ‘eje del mal’ que lanzó George W. Bush hace ahora veinte años, con Irán, Irak y Corea del Norte como los ‘demonios’ del terrorismo que podían intentar la paz mundial, a los que se añadió después la Venezuela de Maduro, para apuntar a un nuevo eje maligno que ha irrumpido tras la invasión en Ucrania y que, como embrión, estaría formado por Rusia (acompañada de Bielorrusia), pero que puede pescar socios y aliados que ahora están entre bambalinas, no solo en los antiguos ‘enemigos’ de Oriente Medio, sino en potencias del nivel de China o economías denostadas como Libia, Siria o Nigeria.

“Los rusos están sentados al lado de los líderes políticos y los generales que controlan las reservas de gas y petróleo en todo el norte de África y en Asía”, señalaba esta misma semana a La Información en conversación informal uno de los mayores expertos españoles en combustibles fósiles, tras recordar la visita de Putin a China el pasado mes de febrero y como el líder ruso dejó clara allí su idea de recuperar el imperio perdido de la URSS. Menos de un mes después estaba entrando en Ucrania con sus tanques y ahora el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, se ofrece como mediador entre ambas partes, a sabiendas de que eso no va a afectar a la fuerte alianza que mantienen con Rusia y el desarrollo “prometedor” que les queda por hacer. Los expertos en relaciones internacionales advierten que es pronto para incluir a China en el eje del mal con Rusia, sobre todo porque no se sabe aún cómo acabará la crisis de Ucrania, pero es evidente que su neutralidad oficial está “escorada” desde el momento en el que sus dirigentes condenan las sanciones europeas y no así la invasión, sobre la que se abstuvieron en la votación de las Naciones Unidas.

Félix Arteaga, investigador principal del Real Instituto Elcano, ve con claridad que se está formando ese nuevo eje entre Rusia y China, auspiciado ahora por las decisiones de Vladimir Putin y con el país de Xi Jinping más entre bambalinas, pero con claros intereses de ambos en contra de la forma de vida o del modelo de globalización que sostienen el resto de países que podemos llamar Occidente. “Se puede decir que vamos a un enfrentamiento en dos fases, con Rusia por delante tras muchos años entrando en continuos conflictos que se han desbordado con el tema de Ucrania, pero a Estados Unidos tiene muy claro que no debe distraerse porque el ‘malo’ de verdad está detrás”. Todos los analistas han advertido de tácticas como los ciberataques o la desinformación por parte de los países que se alinearían con ese nuevo eje, que son paralelas a un hostigamiento militar como el ruso desde 2008 o con la comta de Crimea en 2014, a sabiendas de que “China se valdría por sí misma para enfrentarse a Europa y EEUU, pero si tiene un ‘proxi’ como Putin por delante, mejor”, remata Arteaga.

El desequilibrio energético y nuclear

El otro condicionante que se repetiría en este nuevo eje contra Occidente sería el uso del poder energético como presión para ganar poder político y frenar las represalias que se puedan tomar desde zonas con poder tecnológico y militar suficiente como para frenar ofensivas bélicas convencionales, bajo riesgo de no avanzar hacia un conflicto nuclear global. Uno de los últimos análisis del coronel José Pardo de Santayana sobre ‘Seguridad energética en el tránsito hacia unas energías limpias’, que acaba de ser publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), ya advertía de que los grandes riesgos geoestratégicos, como un conflicto bélico en Ucrania, podían convertir a la energía en una de las claves del escenario mundial, con la seguridad de que “no hay manera de que el mundo pueda evitar grandes trastornos al rehacer todo el sistema energético”. El estallido de la guerra ha confirmado una de sus previsiones: hasta que las energías renovables puedan dar estabilidad y seguridad al suministro energético, “los ‘petroestados’ podrían disfrutar de un ciclo favorable antes de sufrir la escasez, porque la dependencia de los proveedores dominantes de combustibles fósiles muy probablemente aumentará antes de que caiga”.

En ese contexto, contamos con un nuevo mapa energético provisional -a expensas de lo que evolucione la dependencia de la UE del gas ruso y la apuesta de Estados Unidos por sacar sus reservas- en el que el 43% del gas mundial está en manos de Rusia, Irán y Venezuela, el país controlado por Nicolás Maduro que es, además, el que más crudo atesora del mundo, junto con Arabia Saudí, por encima de Rusia que está en el sexto lugar del ranking y duplica a EEUU en ‘oro negro’. Tras condenar a Putin y su invasión de forma categórica, Biden y Europa han dado un giro de 180 grados para recuperar la relación comercial con Venezuela e Irán, ya sea porque van a necesitar sus recursos ante un corte radical que intente aislar a Rusia; ya sea por evitar que esas dos economías todavía estratégicas en el mundo hasta que las renovables lleguen a una madurez adecuada, no se incluyan en ese nuevo eje del mal que Rusia y Bielorrusia han puesto en marcha.

En ese proceso de formación de nuevos bloques mundiales tras el estallido de Ucrania, los expertos del IEEE en energía detectan tres fuerzas en liza: EEUU, por ser el mayor productor de hidrocarburos -18,6 % de petróleo, 23,7 % de gas natural y 6,7 % de carbón-; Rusia, como el mayor exportador de hidrocarburos del mundo -el 16 % del comercio mundial de energía-; y China, que aunque parezca lo contrario, no solo es el mejor cliente que Rusia puede tener como alternativa a un corte de su gas en la UE, la potencia oriental es además el líder en energías limpias y produce dos terceras partes de los paneles solares del mundo.

Estados Unidos y Rusia dominan además el desarrollo de armamento nuclear del mundo. Los últimos datos públicos sobre proliferación y control de armamentos nucleares que se manejan en los ‘Cuadernos de Estrategia’ del Ministerio de Defensa confirman que EEUU y Rusia controlan el 90% de las ojivas atómicas del planeta, pero eso no obsta para que de los 17 países que en algún momento han iniciado programas para tener ese tipo de armas, 10 han llegado a fabricarlas y 9 lo han logrado. El propio análisis de los expertos de Defensa advierte que, hasta el conflicto con Ucrania, se había considerado un éxito el control del arsenal nuclear, pero la escalada bélica actual ha echado por tierra todo lo avanzado en muy pocos días, con un agravante, el de “los pesos pesados que hoy ambicionan sumarse al club y el impacto regional de la nuclearización de Irán y Corea del Norte”.

El papel de Irán en ese nuevo desarrollo del ‘eje del mal’ siembra también serias dudas, después de años de sanciones económicas -España no invierte allí desde 2015- y a pesar de haber mantenido con anterioridad un flujo comercial. Para Félix Arteaga, “Irán tiene sus propios problemas y su objetivo de ser un líder en esa región, más allá de que haya confluido con Rusia o China en algunas cuestiones”. Una de las claves que le uniría a ese grupo es la complicidad para mantener un sistema paralelo de venta de petróleo indirectas mediante terceros, pese a las sanciones de EEUU, algo que sirve ahora a toda la zona para sortear las sanciones que desde Europa y Norteamérica les puedan llegar a unos y a otros. “Con un modelo autosuficiente en el ámbito financiero, las comunicaciones o el comercio, completarían una fragmentación de la globalización tal y como la entendemos aquí”, advierte Arteaga.

Europa ante la encrucijada

Con todo ese corrimiento de fuerzas a nivel mundial, el conflicto ha venido a acelerar un proceso que todos los analistas en la Vieja Europa venían reclamando desde hace tiempo: una mayor unión entre los estados con avances en materia fiscal y económica para no depender tanto de los hidrocarburos rusos y el refuerzo como conjunto de su papel en la OTAN, para compensar el avance chino y de otras potencias nucleares. La cumbre de Versalles de jefes de Estado y de Gobierno ha sido clara y está dispuesta a hacer del Ucrania uno más de facto, aunque no acelere los planes para su incorporación a los Veintisiete: “Toda la responsabilidad de esta guerra de agresión recae en Rusia y en Bielorrusia, su cómplice, y los responsables tendrán que rendir cuentas por sus crímenes, especialmente por los ataques indiscriminados contra la población y objetivos civiles”.

Ahora empieza una carrera de fondo en la que la guerra económica y la estrategia energética correrán de forma paralela a un distanciamiento claro de las posturas rusas, aunque eso sea romper con la vieja estrategia de moderación frente a China y Rusia que lideraban Alemania y Francia en la eurozona. El ‘Panorama Estratégico 2021’ del IEEE, realizado antes de la guerra en Ucrania, recogía como una necesidad para la UE convertirse en un actor global independiente, a la par que EEUU, China y Rusia, algo que se podría conseguir hace dos meses mediante el multilateralismo y la cooperación entre bloques o zonas, pero teniendo claro que “si China se convierte en una potencia agresiva, los europeos deberán aliarse con los estadounidenses para frenar cualquier plan expansionista”.

El encuentro de Versalles ha servido para buscar la fórmula que elimine la dependencia del gas ruso en Europa y, sobre todo, su impacto en las economías domésticas por la subida de la electricidad y todos los costes industriales que llevan a una inflación exagerada. Pero a largo plazo, a la vista de que Putin está dispuesto a no respetar los derechos humanos ni la paz, con el aval de China, la única solución que los analistas ven ahora es tener a Europa y a la OTAN más unidos que nunca.

Antes incluso de que se declarase el conflicto bélico en Ucrania y con las lecciones de la pandemia aprendidas, el general director del IEEE, Francisco José Dacoba, advertía en sus documentos de trabajo que “la autonomía estratégica de la Unión ya no ha de ser considerada exclusivamente en términos de capacidades militares. La complejidad de los retos que plantean las nuevas potencias comerciales y tecnológicas, así como sus desafíos geopolíticos, obligan a ampliar el foco. La ambición europea no puede limitarse a un mero acompañamiento al poderoso aliado del otro lado del Atlántico”.