Fiordos, glaciares, musicales y pistas de kart: compañeros de viaje en un crucero

  • La vida más allá de la tumbona, el todo incluido y la piscina existe en alta mar.
Glaciar Mendelhall, cerca de Juneau, Alaska
Glaciar Mendelhall, cerca de Juneau, Alaska

Mucho ha cambiado el turismo de cruceros en los últimos años y lejos queda la estética de lugares encorsetados en los que es imposible salirse de lo preestablecido, quedando confinado a permanecer en la piscina al sol mientras los mojitos se alinean en las manos. Los tiempos cambian y en esta evolución, que los escépticos comprobarán en breves, el universo ‘cruceril’ ha alterado su rumbo, convirtiéndose en una opción vacacional perfecta para almas inquietas y viajeros que buscan algo más que paz.

Ejemplo de ello es el Norwegian Joy, cuyas múltiples rutas incluyen destinos paradisíacos como Bahamas o la Baja California pero también, y ahí es donde queremos entrar, nos desvela los grandes misterios de la exuberante naturaleza de Alaska. Partiendo desde Seattle, el Joy, con capacidad para más de 3.000 viajeros, se desliza por la costa noroeste de Estados Unidos, rumbo a las recónditas ciudades del estado más septentrional del país, asombrando al pasajero con las vistas de escarpados fiordos y larguísimos glaciares, demostrando que a bordo hay vida más allá del bañador.

Allí se pueden hacer excursiones, ya sea a pie o sobre kayak, para sentir esa ‘llamada de lo salvaje’ con la que emular al célebre novelista de aventuras Jack London, haciendo que nuestros pies caminen por el mismo hielo que él holló hace más de un siglo. A su vera, los fiordos, demostrando que estos roquedales, fraguados por el tiempo y la erosión, han vertebrado las costas occidentales de América, del mismo modo que ha sucedido con los legendarios valles glaciares noruegos, pero que aquí multiplican su tamaño y profundidad, haciendo palidecer al viajero con sus sobrecogedoras vistas. Sentirse como una pequeña parte del mundo entre los remos del kayak o la canoa es sólo una prueba más de que los cruceros no son sólo para aquellos que deciden tumbarse a la bartola.

En los mismos confines de Alaska coinciden también espectáculos naturales de primer orden, como la parada en la ciudad de Skagway, punto de partida para los buscadores de oro del Yukón durante el siglo XIX, o en Juneau, cerca del glaciar Mendelhall, con más de 19 kilómetros de longitud, o el simpático pueblo pesquero de Icy Strait Point, situado en el Parque Nacional de la Bahía de los Glaciares, en cuyas cercanías también es frecuente el avistamiento de ballenas, por lo que podrás vivir tu propia experiencia a lo Moby Dick. Eso sí, sin finales funestos y enloquecidos capitanes a bordo.

Una primera parte del viaje que además sirve para llenar los pulmones de aire puro y comprender que hay una alternativa de viaje de crucero para cada tipo de cliente, dejando atrás la percepción de que son monótonos o que las actividades se repiten de manera sistemática. Allí también tendrás la oportunidad de desembarcar en la Columbia Británica, que representa la forma canadiense de entender la “West Coast”, siendo más salvaje, dinámica y un pelín más hípster de lo que es su vecina estadounidense. Paradas como Victoria, capital del estado, o Vancouver, una ciudad con una bulliciosa vida nocturna y salpicada de naturaleza por sus cuatro costados, hacen de la parada canadiense una auténtica delicia.

El crucero Norwegian Joy saliendo de Los Ángeles
El crucero Norwegian Joy saliendo de Los Ángeles

Además, los que quieran descubrir una forma alternativa de recorrer la Costa Oeste de Estados Unidos pueden hacerlo a través de este singular navío, que hace también paradas (en función de la ruta) en ciudades tan icónicas como San Francisco o Los Ángeles, que sirve como broche de oro, en un viaje a la americana como quizá nunca antes habías imaginado.

Karts, musicales, parques acuáticos y realidad virtual

Hay cosas que uno, hasta que no las ve, no las cree. Eso pasa cuando se descubre lo que ‘esconde’ en sus adentros el Norwegian Joy, ejemplo de divertimento para todas las edades, y que responde igual de bien a los requerimientos de un turista familiar con los de una pareja que quiere descubrir naturaleza o un toque de calma.

Ejemplo para casi todos los públicos es la pista de karts, bautizada como Norwegian Joy Speedway, en la que podrás retar en noble lid a los compañeros de viaje en las dos alturas que esperan en este circuito, donde podrás emular a los mejores pilotos del mundo entre sana rivalidad.

La pista de karts en las cubiertas superiores
La pista de karts en las cubiertas superiores

Si por el contrario quieres revivir tus tiempos mozos y que los pies se echen a bailar, la opción festiva está con el musical Footloose, basado en la icónica película de los 80, que pone la nota musical y desenfadada a una aventura que encandila por igual a niños y mayores.

Igualmente, para todos los públicos y los más aventureros está la propuesta del Galaxy Pavillon, una enorme sala dotada de más de una treintena de máquinas de realidad virtual con las que poner a prueba tus habilidades, ya sea al volante de un Fórmula 1, haciendo funambulismo o pilotando un ala delta.

Además, si decides embarcarte durante la temporada de verano, podrás disfrutar de un universo acuático ‘al cuadrado’ con los toboganes que conforman el parque acuático del barco, cuyas piruetas, loops y giros le darán un extra de emoción a la aventura náutica.

Ocean Loops, un parque doblemente 'acuático'
Ocean Loops, un parque doblemente 'acuático'

Y como no, una apuesta gastronómica

Sempiternos son los buffets a bordo, capaces de satisfacer casi cualquier paladar del mundo, por lo que pasar hambre en un crucero es una tarea tan difícil como resistirse a no probar los restaurantes de especialidad. Cada vez más enfocados a la experiencia gourmet, ejemplos como Norwegian Joy han puesto en marcha un programa de F&B que diversifique la apuesta, haciendo coexistir asadores, vinotecas, restaurantes temáticos de cocina oriental, italiana o de reminiscencias francesas en el mismo complejo, ampliando el abanico gastronómico de un cliente que aumenta su nivel de exigencias a pasos agigantados.

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