El foco, sobre un laboratorio de Wuhan

¿Y si China miente? Más países ponen en duda el origen accidental del coronavirus

Wuhan en libertad
Wuhan en libertad
EFE

El 30 de diciembre de 2019, Li Wenliang cometió una imprudencia que terminó costándole la vida. Decidió utilizar Wechat, la aplicación china equivalente a Whatsapp, para denunciar que en el hospital de Wuhan, donde trabajaba, habían ingresado siete pacientes con síntomas similares a los sufridos durante la epidemia de 2003 en la vecina provincia de Guandong, que a escala internacional 'bautizamos' como SARS.

Apenas un mes después, este oftalmólogo encontró la muerte víctima del coronavirus en Wuhan, el epicentro de la mayor catástrofe sanitaria vivida desde hace un siglo en el mundo. Durante ese mes, la vida de Li Wenliang no fue nada sencilla. Las autoridades chinas comenzaron a perseguirle, fue arrestado y le presionaron para que admitiera que su denuncia pública había sido fruto de una equivocación. El recelo chino en la comunicación puso de manifiesto que Pekín no volvería a dejar un cabo suelto en la batalla por el relato de la gestión de la pandemia. Menos con las más de 170.000 muertes y dos millones y medio de contagiados repartidos por todo el mundo.

Existen muchos claroscuros en la actuación del régimen chino. Según la versión parcialmente aceptada por Pekín, el virus se desató en el mercado de mariscos ‘Huanan’, un lugar donde lo más salubre que se puede encontrar son gambas. El resto de puestos y productos pasan por pájaros, serpientes, ratas, perros y murciélagos. Animales que son expuestos vivos o abiertos en canal en función del gusto del cliente. Un escenario diseñado para el terror y el caldo de cultivo perfecto para que cualquier virus, independientemente de su letalidad, prolifere de animal en animal y de estos a humanos, concretamente a los vendedores, carne de cañón de este particular mercado de los horrores.

Los estudios realizados hasta el momento parecen acusar al ‘Rhinolophus sinicus’, un murciélago originario del norte de China, como el principal sospechoso en la transmisión de la enfermedad, pero también aparecen señaladas otras especialidades típicas de Huanan, como el armadillo, la marmota y el gorrión. Las autoridades chinas parecen abrazar con satisfacción la vía del murciélago vírico, pero no todo encaja en esta teoría.

Wuhan en libertad
Salida del primer tren desde la estación de Wuhan. / EFE

El mercado de Huanan fue clausurado el 1 de enero. Sin embargo, existen casos anteriores a este cierre y que fueron denunciados por el tristemente fallecido Wenliang. Un hecho que parece indicar que el paciente cero está lejos del mercado de mariscos.

En paralelo a la gestión sanitaria de la crisis, China pasó a expulsar a gran parte de los corresponsales extranjeros interesados en informar o dar una visión diferente de la crisis. El 'New York Times', el 'Wall Street Journal' y el 'Washington Post' apagaron sus oficinas y, con ellos, gran parte de las posibilidades de saber qué pasó exactamente en Wuhan.

Las teorías no se han hecho esperar. El mismísimo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció claramente a las autoridades chinas que tendrán que responder directamente en caso de que la propagación del virus hubiera sido intencionada.

El mayor laboratorio virológico de Asia

Lejos de amilanarse, Trump sembró la duda sobre el origen del mercado de Huanan. A escasos kilómetros de allí se encuentra el mayor laboratorio virológico de Asia: el Instituto de Virología de Wuhan. Un inmenso edificio en el que se custodian e investigan más de 1.500 variedades de patógenos potencialmente infecciosos, tanto en animales como en personas. Con apenas dos años de existencia, con una inversión superior a los 40 millones de euros, simboliza el poderío chino en materia epidemiológica y que, sin embargo, apenas unos meses antes, presentaba múltiples quejas por parte de sus investigadores por la gestión y la seguridad del centro.

El Instituto está especializado en el estudio del origen del SARS, que curiosamente también apareció en el mismo tipo de murciélagos, según informa el propio director en un mensaje publicado en su página web y modificado, sin concretar en qué aspectos, el 21 de abril.

De concretarse las veladas acusaciones americanas, la responsabilidad recaería en los técnicos, culpables por una manipulación incorrecta en la inoculación de un tipo de virus en un murciélago de laboratorio. Evidentemente, las autoridades chinas no tardaron ni un segundo en desmentir la información apuntada por medios estadounidenses, pero la credibilidad en materia informativa de Pekín comienza a estar en entredicho poco después de que actualizara el número de fallecidos en Wuhan, con un incremento del 50% con respecto a las cifras oficiales.

El cuestionamiento del modelo chino no solo llega desde la capital estadounidense. Con mucha menor vehemencia, Londres, París y Berlín parecen sumarse a la crítica hacia Pekín. Si bien la actitud europea es muy tímida, en el lenguaje y el tono diplomático se atisban claras insinuaciones de opacidad hacia los líderes chinos.

La determinación del origen no es baladí. La responsabilidad extracontractual y política es radicalmente diferente en función del origen del coronavirus. La determinación de que el culpable de la mayor pandemia vivida por la humanidad en un siglo sea un mercado o un laboratorio científico lleva aparejada una oleada de reclamaciones internacionales y, lo que es más importante, el reflejo del fracaso chino en la gestión y la comunicación.

China también ha contraatacado en la guerra de la desinformación. Para intentar desviar la atención, y siempre obviando fuentes oficiales, lanzó a mediados de marzo una teoría conspiratoria acusando a soldados estadounidenses de haber introducido el virus. El desencadenante habría sido la celebración de los juegos militares celebrados del 18 al 27 de octubre de 2019 en Wuhan.

Casi 10.000 deportistas se reunieron en la ciudad para competir en diversas disciplinas. La acusación aprovechó un error de comunicación estadounidense que informaba de que varios de estos militares resultaron afectados con síntomas similares a los provocados por el Covid-19. Miles de diarios y medios de comunicación chinos comenzaron a difundir esta teoría que no tardó en cruzar las fronteras físicas del continente asiático. Dada la velocidad de propagación del virus, resulta altamente improbable que China hubiera aguantado dos meses y medio sin ninguna víctima reconocida, el periodo de tiempo que transcurre entre la finalización de los juegos y la primera víctima admitida.

Con la mayor parte de las capitales europeas y Washington señalando con el dedo acusador al régimen chino, todos los esfuerzos desplegados por Pekín en materia diplomática se verían cuestionados. El ‘soft power’ desplegado por los asiáticos entraría en una cuarentena estricta en cuanto a la percepción que el mundo occidental pudiera tener una vez que la pandemia cese en su actividad.

El papel de China en el mundo postcovid es una de las variables más inciertas que se presentan. Su actuación podría pasar de ser la del caballero blanco, deseado por todos, a la del caballero oscuro, como Bruce Wayne, un murciélago con las alas muy cortas.

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