Ciudad Juárez no levanta cabeza

  • La frontera con Estados Unidos ya era una zona peligrosa en los tiempos de Pancho Villa, pero la violencia descontrolada y a menudo aleatoria que vive hoy Ciudad Juárez ha dejado a 236 asesinados en marzo, un récord de dudoso honor para el tercer mes del año. Las fuerzas desplegadas por el presidente Calderón, que acaba de sustituir al Ejército por Policía Federal en las calles de la ciudad, no consiguen pararlo.
El Ejército comienza a retirarse de Ciudad Juárez para dar paso a la Policía Federal
El Ejército comienza a retirarse de Ciudad Juárez para dar paso a la Policía Federal
Paul Salopek | GlobalPost

(Ciudad Juárez, México). Desde 2008, más de cinco mil personas han sido asesinadas en esta ciudad fronteriza. El Diario de Juárez, el periódico local, publicaba la triste estadística la semana pasada. La noticia ha coincidido con el anuncio de que varias ciudades estadounidenses fronterizas han solicitado más fuerzas de seguridad para cercar la violencia del narcotráfico mexicano. Pero esta violencia tiene precedentes así como también la negación de EEUU sobre sus orígenes.

Hace casi exactamente un siglo, en mayo de 1911, estalló en Ciudad Juárez la revolución mexicana, que acabó cobrándose un millón de vidas. Por aquel entonces, los tejanos que vivían al otro lado del río Bravo, en El Paso, observaban los sangrientos enfrentamientos desde los tejados de sus casas como si se tratara de una película del Viejo Oeste. Pero se olvidaban del hecho que el dinero estadounidense había tenido una gran parte de responsabilidad en la matanza: un 20 por ciento del territorio mexicano estaba en manos de extranjeros, una situación que había promovido la aparición de un sistema feudal.

El año pasado, un conocido presentador de la cadena de televisión CNN describía desde el mismo lugar el caos del narcotráfico en Ciudad Juárez como si se tratara de un espectáculo de otro planeta, como si los 22 millones de consumidores de drogas en EEUU no financiaran esas muertes.

No hace mucho, pude vivir en carne propia un extraño "déjà vu" de la historia cuando atravesé el puente internacional de Santa Fe para llegar a Juárez. Iba a despedirme de un viejo amigo, un vaquero mexicano de 99 años, que era una especie de abuelo para mí.

Benito Parra poseía un humilde rancho a poco más de 400 kilómetros al sur de Ciudad Juárez, en la Sierra Madre Occidental. En los años 40, Parra llevaba grupos de mulas cargadas con lingotes de plata a través de la cordillera.

Explicaba historias sobre los indios, armados con arcos y flechas y sobre un bandido llamado "el Tuerto Ramón". Una vez se unió a un grupo de jinetes que buscaban a un asesino de niños en la zona de la Barranca del Cobre, en el Estado de Chihuahua (igual que Ciudad Juárez). Lo bajaron de un árbol de un disparo con un rifle Mauser que había llevado a México el último emperador.

A finales de diciembre, recibí una llamada telefónica en la que me informaban de que el anciano estaba muriendo. Estaba postrado en cama y balbuceaba mi nombre. De modo que cogí una mochila en Princeton y volé hasta la frontera. "Más malas noticias", murmuró el único agente de inmigración que trabajaba en la oficina de Juárez, después de saber el motivo de mi visita. "¿Por qué no podemos tener turistas comunes y corrientes?", preguntaba.

Alquilé un coche y conduje durante siete horas a través de las montañas mexicanas. Los soldados, con trajes de camuflaje, observaban detrás de los puntos de control y me dijeron que don Beni estaba en casa de una de sus hijas en Creel, un antiguo poblado turístico. No había nadie en las calles del pueblo. La gente aún no se había recuperado de una escaramuza entre narcotraficantes en agosto pasado, que le costó la vida a 13 personas inocentes. Una de las víctimas fue un bebé.

Don Beni ya deliraba. No creo que me reconociera, pero se restregó los dedos índices, haciendo una señal para expresar su "amistad". Y entonces se fue.

Don Beni nació el 6 de septiembre de 1910, en el nacimiento del río Conchos, un lugar que recuerda mucho a los anuncios de los cigarrillos Marlboro. Su padre era comerciante de semillas y su madre, una india de la tribu Raramuri. Sus primeros recuerdos eran de sangre y hambre. Los hombres de Pancho Villa y la caballería federal recorrían las montañas y se turnaban para saquear los ranchos vecinos.

Muchos mexicanos más jóvenes que don Beni creen que el creciente caos del narcotráfico en México, en especial en el estado de Chihuahua, donde queda Ciudad Juárez, es algo absolutamente nuevo: los estertores de la sociedad rural, la descomposición de la familia mexicana o una consecuencia siniestra del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica o de la globalización.

México abastece dos tercios de la marihuana y un tercio del opio que llega ilegalmente a EEUU. Desde 2006, cuando el presidente Felipe Calderón declaró la guerra a los cárteles de la droga, han muerto más de 15.000 personas, un fenómeno que los mexicanos llaman "la crisis" de Juárez.

Se cree que la mayoría de las víctimas están vinculadas con dos de los grupos de narcotráfico más poderosos de México, el cartel de Juárez y el del Golfo, que supuestamente luchan por el control del corredor de Juárez para llegar al enorme mercado de EEUU.

En lugares como Ciudad Juárez, los asesinatos están a la orden del día y le puede tocar tanto a un vendedor ambulante como a un profesor de escuela. El mes pasado se registraron 236 asesinatos, una cifra récord para marzo. Varias teorías de nuevo cuño intentan explicar esta pesadilla.

El último rumor en Ciudad Juárez: los sicarios, aburridos, simplemente se divierten entre una escaramuza y otra. Practican un juego llamado "la apuesta del cruce" que consiste en que un vehículo todoterreno de los narcos espera la luz verde del semáforo. Si el conductor que está detrás toca el claxon para que avancen, los narcos se bajan y le pegan un tiro. Si, por el contrario, el conductor espera pacientemente -10 ó 15 segundos, dependiendo de los sicarios- entonces "gana" como premio un fajo de billetes de cien dólares. Esta ruleta rusa sobre ruedas huele a leyenda urbana. Pero, ¿de qué otra forma se explica el asesinato de inocentes?

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