Cómo NO educar a una hija

EE.UU. condena la escalada de violencia en O. Medio e insta a recuperar la calma
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Emily Heroy | GlobalPost

En el salón de estar de una casa familiar en la pequeña ciudad de Tamegroute, en Marruecos, una joven de 20 años, Hind, se sienta al lado de su hermana de 30 años, Ibtissham.

Tras pasar el día viendo la televisión, mis dos anfitrionas me acompañan caminando hasta el centro de desarrollo juvenil, donde iba a comenzar esa misma noche a dar clases de inglés. Ansiosas por aprender, las dos hermanas eran mis dos únicas alumnas.

Cuando era voluntaria del Peace Corps, todas las noches entraba en esa aula en Marruecos, y siempre me preguntaba por qué no había más chicas.

En un intento por atraer a las jóvenes de la ciudad a mis clases de inglés, incluso las adelanté para que no tuviesen que volver caminando a casa en la oscuridad de la noche. Aún así, sólo mis dos anfitrionas acudían a las clases.

Analizando mis continuos esfuerzos por intentar enseñar a más chicas, me pregunté si la falta de asistencia a mis clases tendría que ver con algo más que el estigma en torno a las jóvenes que caminan por la calle por la noche.

Cuando viví en Marruecos me di cuenta de la terrible diferencia entra las posibilidades educativas de Hind e Ibtissham y las mías. Se pasaban el día viendo la televisión, algo que tan sólo interrumpían para limpiar la casa y cocinar.

Ninguna de las dos hermanas estaba casada o tenía un trabajo, esto último más bien por convenciones sociales y posibilidades económicas (de hecho, en Marruecos la mujer suele asumir el papel de principal fuente de sustento de la familia).

Algunas veces Hind llevaba al salón un libro de francés elemental para practicar conmigo.

Durante una de nuestras sesiones de francés me dijo que quería pasar los exámenes para lograr el título de educación secundaria en Marruecos. Como yo no tenía idea de qué necesitaba para aprobar esos exámenes, no sabía si era un objetivo a su alcance. Me pregunté por qué no había podido pasar esos exámenes, y cuántas otras jóvenes como ella querrían hacer lo mismo.

Además de las normas sociales que impiden que las mujeres accedan a la educación, la calidad del sistema escolar en Marruecos es pobre. En torno al 60 por ciento de las mujeres en Marruecos son analfabetas (frente al 40 por ciento de los hombres). Entre las mujeres rurales, el anafabeltismo ronda el 90 por ciento.

La escolarización es obligatoria para todos los niños marroquíes hasta los 15 años, aunque en realidad no se cumple de manera estricta, ya que muchos menores, especialmente niñas, o bien no se matriculan o abandonan los estudios antes de tiempo.

Las razones de la baja escolarización y del alto nivel de abandono entre las niñas no están claras, si bien cabe destacar que el trabajo infantil abunda en Marruecos.

Desde la aprobación de un nuevo Código de Familia hace ocho años que atiende a los derechos de las mujeres y a las desigualdades de género, y que acaba con las reservas a la "Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer" (CEDAW, por sus siglas en inglés), el Gobierno de Marruecos está intentando aplicar programas para reducir la brecha educativa entre niñas y niños.

En mis intentos para enseñar inglés y practicar francés con Hind me di cuenta rápidamente de que el futuro educativo de mis anfitrionas eran más bien lúgubre. Si bien no tenía claras las razones por las que abandonaron la escuela antes de tiempo, sospecho que el sistema educativo marroquí no las incitaba a graduarse.

Pero aún así a Hind a Ibtissham les iba mucho mejor que al resto de sus compatriotas: según un informe del Insititute for Women's Policy Research (Instituto de Investigación para Políticas de Igualdad) casi la mitad de las mujeres de Marruecos no tienen ningún tipo de educación formal.

Quienes sostienen que hemos logrado la igualdad de géneros tienen poco que decir frente a la historia de Hind e Ibtissham.

Dejando a un lado los grandes temas que afectan a las niñas y mujeres en todo el mundo hoy en día, la disparidad en la educación de chicos y chicas es aberrante. Según estadísticas de la ONU, hay 103 millones de niñas analfabetas, frente a 63 millones de niños.

Como comunidad global tenemos que decir a las niñas que se las valora, y que pueden alcanzar su máximo potencial. Por último, tenemos que dar a las niñas oportunidades educativas para perseguir sus sueños y aspiraciones.

Para cerrar la brecha global en la educación entre niñas y niños necesitamos presionar para que los gobiernos y las comunidades se impliquen.

La brecha en la disparidad educativa entre géneros se está agrandando y sigue engullendo la vida de millones de niñas.

Hay que cambiarlo, y el momento de hacerlo es ahora. Empecemos a preocuparnos por ellas.


Emily Heroy is co fundadora de la institución Gender Across Borders (Género a través de Fronteras o sin fronteras) y experta en educación y desarrollo de las niñas en la Universidad de Illinois (Chicago).

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