¿Está Occidente en peligro?

La victoria talibán da alas a una 'nueva' yihad... con viejas redes de financiación

Los talibanes se han convertido en un modelo a seguir para el yihadismo global. La amenaza resurge cuando los insurgentes ya controlan territorios en un buen número de estados pobres e inestables.

La victoria talibán da alas a una nueva yihad... con viejas redes de financiación
La victoria talibán da alas a una nueva yihad... con viejas redes de financiación
EFE

Reina la euforia en el yihadismo global. La derrota de EEUU en Afganistán ha convertido a los talibán en un modelo a seguir para cualquier terrorista islamista empeñado en derrocar un gobierno secular. Mientras las diferentes facciones luchan por el control del opio y la economía afgana se encamina irremediablemente al colapso por el bloqueo de la ayuda internacional (43% del PIB), la victoria de una insurgencia de bajos recursos sobre la mayor potencia militar del mundo y su regreso al gobierno supone el renacimiento de una amenaza que enturbia los sueños de los líderes occidentales. El principal efecto de la caída de Kabul es psicológico: no solo renace el temor a que Afganistán sea otra vez un refugio para grupos terroristas en el que puedan reorganizarse y prosperar; el factor motivador también impulsará el reclutamiento cuando la yihad ya controla territorios en un buen número de países pobres e inestables.

El regreso al poder de los talibán, la mayor victoria para la yihad desde que Daesh estableció el "Califato" en vastas zonas de Irak y Siria, presagia un desplazamiento tectónico global. Desde África y Oriente Medio hasta el sur de Asia, los grupos yihadistas celebran el "triunfo del Islam" convencidos de que una guerra asimétrica que se eterniza en el tiempo termina con la retirada de las potencias extranjeras. Paradigmática fue la celebración de la caída de Kabul en la llamada 'universidad de la yihad', la madrasa paquistaní Darul Uloom Haqqania, ubicada cerca de Pesawar, próxima a la frontera con Afganistán: "Han tenido que luchar muy duro pero la yihad ha dado sus frutos y son libres. Las mayores potencias se unieron contra ellos, pero gracias a la ayuda de Dios han vencido". Todo un mensaje para sus acólitos (pese a que los talibán no son un grupo yihadista ni tienen objetivos supranacionales), ahora que la cuestión clave es el siguiente paso del radicalismo islámico frente a los gobiernos árabes laicos o los países occidentales.

El terrorismo vinculado a la insurgencia yihadista ha ido disminuyendo en los últimos años, hasta el punto de que la cifra total de muertes por atentados o ataques se redujo un 59% entre 2014 y 2019, según el Global Terrorism Index. La excepción es África, sobre la que se posan los focos tras la ofensiva relámpago de los talibán porque los grupos yihadistas están en auge y extienden sus operaciones por amplías zonas del continente, como el Sahel, el noroeste de Nigeria, Somalia o el lago Chad. Grupos como Boko Haram o las tres filiales africanas del Estado Islámico han comprendido que, al igual que los talibanes, solo necesitan seducir a los caudillos locales y esperar el momento oportuno para establecer su dominio sobre un territorio concreto. 

"La clave de la yihad es su gran capacidad de adaptación al contexto y a las circunstancias de cada país para establecer alianzas con los actores regionales. También es destacable cómo está sacando partido al resurgir identitario, como ha hecho Boko Haram en Nigeria o como sucedió en Mali con la alianza de los yihaditas con los tuareg", explica Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense e investigador del Instituto Complutense de Estudios Internacionales.

El objetivo de la yihad ha evolucionado: ahora anhela alcanzar legitimidad en aquellos territorios que logra controlar. Su éxito en los últimos años, tras la caída del protoestado de Daesh, ha sido ganar pragmatismo en la búsqueda del poder, incluir a las comunidades locales en su agenda y comprender la necesidad de no provocar a las potencias extranjeras. Eso se aplica a los talibán. La posibilidad de que el régimen fundamentalista convierta Afganistán en una base para grupos terroristas que pretenden atacar Occidente es tan improbable como que logre evitar el colapso económico. El principal peligro de esta 'nueva' yihad son los estados corruptos, con fuerzas armadas débiles y acosados por conflictos locales porque como han demostrado Afganistán o Irak el desgobierno y la pobreza crea el caldo de cultivo perfecto para una insurgencia islamista. La clave será, después, su 'supervivencia' económica.  

La posibilidad de que los talibán conviertan Afganistán en una base para grupos terroristas que pretenden atacar Occidente es tan improbable como que logren evitar el colapso económico

Del petróleo al opio: las vías de financiación

El control del terreno fue vital para que el Estado Islámico "se convirtiera en el grupo más rico del terrorismo internacional", recuerda Alberto Priego, profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas. El "Califato", que en su mejor momento llegó a contar con un presupuesto anual de 2.200 millones de dólares, se financió durante un año con la venta de petróleo a operadores locales -como el régimen sirio de Bashar al Assad o los kurdos-, además de los fondos robados al Estado iraquí, los impuestos o las donaciones desde instituciones islámicas con el sistema tradicional de la 'hawala' . "Daesh utilizaba la estructura de Irak como Estado, pero terminó quedándose sin fondos porque no había ningún tipo de producción", señala Priego. Tras la destrucción del "Califato", el grupo recurrió a las fórmulas tradicionales como la extorsión, los secuestros o el tráfico de antigüedades

En el caso de la insurgencia talibán, su financiación proviene principalmente de fuentes como el impuesto de extorsión a los comercios y la protección de expendio de drogas en un país que produce el 90% del opio del mundo. A ello se suman las donaciones, que canaliza Qatar en su papel de mediador con los insurgentes. Asimismo, "la ayuda paquistaní ha sido clave. Los talibanes han sobrevivido gracias a la ayuda de los servicios de inteligencia de Pakistán", recuerda Álvarez-Ossorio, para quien "la experiencia de Daesh se aplica a los talibán. Recaudarán impuestos y normalizarán su fuente de ingresos. De ser un grupo insurgente pasarán a controlar todos los resortes del Estado". 

En cuanto al autor del atentado contra el aeropuerto de Kabul en el que murieron 13 soldados estadounidenses, el Estado Islámico del Jorasán (ISKP), controlado en gran parte por comandantes que renegaron de los talibán, ha ganado fuerza gracias a una donación de 20 millones de dólares de los dirigentes del Estado Islámico en Irak. Surgió en el momento de mayor plenitud de Daesh, cuando las 'filiales' recibían apoyo y se compraban lealtades. El ISKP, que hereda la visión globalizada de líderes como Osama bin Laden, controla unas de las zonas de mayor producción de opio, por lo que también cobra impuestos a los campesinos que cultivan adormideras. 

Sobre el terreno, mientras miles de afganos continúan su éxodo de Afganistán en medio del terror a las represalias de los talibán, la ONU se prepara para volver a Kabul. La decisión de regresar al país ha extendido la alarma entre el personal de Naciones Unidas, sobre todo los afganos, muchos de los cuales dicen temer por sus vidas. "Que quede claro, esto es una absoluta locura", declara un cargo de la ONU al tanto de la operación al Foreign Policy. El movimiento de Naciones Unidas llega cuando las principales potencias -EEUU, Rusia, Pakistán o China, que mantiene su embajada en Kabul y ha blindado su relación económica con el nuevo régimen- redoblan la presión sobre la ONU para que reanude las operaciones ante la inminente catástrofe humanitaria.

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