Una nueva etapa

La 'huida' de EEUU provoca un vuelco al tablero geoestratégico de Oriente Medio

Tanto chinos como rusos, iraníes y paquistaníes han apoyado veladamente a los talibanes en su particular subida y bajada a los infiernos, y esperan ahora recoger los frutos con un nuevo equilibrio de fuerzas. 

afganistan rueda de prensa
La 'huida' de EEUU provoca un vuelco al tablero geoestratégico de Oriente Medio
EFE

El 8 de julio el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, aseguraba ante una abarrotada sala de prensa de la Casa Blanca que “la posibilidad de que los talibán se apoderen y sean dueños de todo Afganistán es muy poco probable”. Cincuenta días después, los talibán entraban en Kabul sin necesidad de realizar ningún tipo de acción militar ante la mirada perdida de las principales potencias occidentales. Mientras, centenares, miles de personas corrían tras los C-17 ‘Globemaster’ de las Fuerzas Aéreas estadounidenses. Estos ingenuos afganos tenían la esperanza puesta en llegar a Catar o a cualquier otro país que les pudiera acoger. Algunos de ellos decidieron perder la vida colgándose en los compartimentos que esconden el tren de aterrizaje de estos colosos del aire. La alternativa, al menos en su mente, era afrontar un final en el que, con probabilidad, el resultado hubiese sido similar.

Tumba de imperios, matagigantes, nación irreductible, muchas cosas se pueden decir de Afganistán y el carácter indómito de sus tribus y etnias, pero no podemos olvidar que: ni todos los talibán son afganos, ni todos los afganos ven con malos ojos la llegada de los talibán. En realidad, el denominado ‘problema afgano’ es una cuestión occidental que trasciende las fronteras burocráticas de la OTAN o, incluso, de la estructura militar y política de los Estados Unidos. Tras dos décadas de los atentados del 11-S, la primera potencia del mundo ha decidido abrazar el principio aislacionista, cuyo principal efecto no es otro que acabar con una presencia en la que Estados Unidos se ha dejado 2.500 vidas y un billón (español) de dólares.

En un mundo plagado de guerras híbridas, conflictos en la zona gris y multipolarismos, las victorias totales sobre el enemigo están proscritas. En realidad, deberíamos hablar de triunfos tácticos que encuentran su utilidad en un tiempo y espacio concreto, completamente alejados de los paseos militares de antaño. Sin embargo, hay algo que se mantiene en el complicado mundo diplomático: el espacio que abandona un país es ocupado inmediatamente por otro (u otros).

Así, tras la retirada o huida americana, aparecen otros cuatro países que están llamados a ser la referencia con el nuevo régimen que surgirá en Kabul. China, Rusia y, en menor medida, Irán y Pakistán, han tomado posiciones sobre el tablero afgano y lo han hecho con ánimo de permanencia.

Rusia: tapón del Estado Islámico

Moscú ha mantenido un doble juego con los talibán. Pese a su reconocimiento como grupo terrorista al comienzo de la invasión americana, nunca ha visto con buenos ojos que un contingente de 100.000 soldados americanos se posicionase estratégicamente a tan pocos kilómetros de sus fronteras. Las aventuras que desde 2010 ha librado Putin en el exterior, como en Siria o Libia, se han visto limitadas por su flanco sur. Además, Afganistán siempre ha supuesto una espina clavada en el corazón del nacionalismo ruso y es una preocupación inconsciente en un país que, en la década de los 80 del siglo pasado, supuso un escollo sobre el dominio soviético en la zona.

Además de las razones históricas y estratégicas, la ‘alianza’ de los rusos con los talibán encuentra su explicación en el alter ego del terrorismo islamista: el Estado Islámico. Pese a su evidente debilitamiento en lo que hasta hace poco era territorio del Califato, que se extendía desde Siria a Irak, gran parte de los efectivos del Daesh se han trasladado a las proximidades del territorio afgano. Los de Abu Ibrahim al-Hashimi al-Quarshi, el actual líder terrorista, consideran que tanto la orografía afgana como el vacío de poder que reina en varias regiones del país son factores propicios para la instalación de activos terroristas, necesitados de un territorio donde poder reorganizarse. Ahora bien, la enemistad acérrima entre los talibán y el Estado Islámico les obligaría a seguir manteniendo sus actividades en África y el Sudeste asiático y en mucha menor medida en Siria e Iraq, tal y como señala a La Información Javier Yagüe, Investigador Senior del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET).

Gracias a la alianza con los talibán, Rusia conseguiría mantener su línea de seguridad con los Estados Unidos. Además, Moscú ayudaría a las naciones vecinas de Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, sobre las que Moscú ejerce una clara influencia, a librarse de las garras del Estado Islámico, ávido de encontrar una nueva Siria sobre la que desestabilizar, aun más, la región.

China: cobre, opio y política

Si en el caso de Rusia los intereses son estratégicos, para China la toma de posición sobre Afganistán obedece a una mezcla de pragmatismo económico con cuestiones políticas internas. La frontera china con Afganistán es mínima. Sin embargo, deja una franja abierta para poder acceder al cobre de la región de Mes Aynak. El cobre es un material básico para el despliegue de las infraestructuras chinas, tanto en comunicaciones como en aplicaciones de transporte, semiconductores y logística, aspectos en los que la economía china es dependiente y que siempre ha sido una aspiración para Pekín.

El económico no es el único factor estratégico para las autoridades del Partido Comunista. China ha mantenido siempre una política de guerra soterrada sobre la región musulmana de Xinjiang, donde una mayoría uigur ha visto siempre con esperanza la llegada de una fuerza islámica capaz de contrarrestar los esfuerzos de Pekín por acabar con la disidencia oficial. Si los talibanes toman el control absoluto sobre el país, la permeabilidad de la frontera quedará comprometida, dando un respiro a los grupos armados antichinos y pro islamistas. Es por ello que Pekín, que siempre ha hecho gala de su pragmatismo diplomático, buscaría posicionarse en la zona, llegar a acuerdos económicos con el gobierno resultante de la crisis afgana y, matando tres pájaros de un tiro, recordarle a Estados Unidos que su apuesta por las rutas comerciales que unen Asia y Europa no es flor de un día.

Irán: el alivio de los Ayatolá

Irán ha sido siempre el enemigo eterno de los Estados Unidos en la zona. Desde la crisis de la embajada americana en Teherán, los iraníes han sabido manejar con maestría los tiempos en el complicado tablero árabe. El episodio de 1998, en el que diez diplomáticos iraníes fueron asesinados en la localidad de Mazar-i-Sharif, pesa aun como una losa en las relaciones entre los talibán y las autoridades de Teherán. Sin embargo, durante todo el tiempo pasado, la frontera entre ambos países ha estado protagonizada por los continuos flujos comerciales de opio, migrantes y paramilitares, así como el tráfico de armas con las que los talibanes han podido mantener una presión constante sobre el anterior gobierno afgano, el Reino Unido y los Estados Unidos.

Pakistán: el convidado de piedra y máximo beneficiado

De todos los países protagonistas de esta situación, Pakistán es, sin lugar a dudas, el máximo beneficiado. La relación de amor odio que ha vivido con los talibán tuvo su punto álgido con la eliminación de Osama bin Laden. Pakistán alberga al menos tres millones de refugiados afganos y comparte unos lazos muy estrechos con las mayorías pastunes del sur de Afganistán. Alterar esta convivencia fáctica afectaría irremisiblemente al delicado equilibrio de poder de las autoridades de Islamabad.

Con la llegada al poder de los talibán, Pakistán podría, por un lado, extender su dominio hacia el norte y, a la vez, dar un golpe en la mesa ante su máximo enemigo: India, que tendría que repensar su posición en la zona ante una China cada vez más expansiva y un Pakistán reforzado en sus intereses afganos. Mantener, aunque sea en unas condiciones infrahumanas, a más de tres millones de refugiados no es fácil y con la llegada al poder de los talibán, Pakistan podría solucionar una cuestión que está tensionando las zonas de Jaiber Pastunjuá y Buluchistán.

Ahora bien, la enemistad acérrima entre los talibán y el Estado Islámico les obligaría a seguir manteniendo sus actividades en África y el Sudeste asiático y en mucha menor medida en Siria e Iraq, tal y como señala a La Información Javier Yagüe, Investigador Senior del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET).

Tanto chinos como rusos, iraníes y paquistaníes han apoyado veladamente a los talibanes en su particular subida y bajada a los infiernos. La inteligencia, comunicaciones e intendencia talibán cuentan con innumerables ejemplos de colaboración principalmente chino-rusa. Ahora, veinte años después del 11S, la fortuna de la diplomacia occidental ha hecho que los talibán dispongan de una de las fuerzas aéreas mejor preparadas de la zona, un ejército teóricamente bien entrenado y equipado con tecnología occidental y otros Estados que resultarán favorecidos por la política de retirada americana. El escenario asiático es, más que nunca, el teatro de operaciones del siglo XXI. Una zona en la que el poder y la desidia de unos pocos se han visto superadas por la paciencia y constancia de muchos otros.

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