OPINION

Goya 2019: lo mejor y lo peor de una gala simpática pero menos inspirada de lo esperado

Silvia Abril y Andreu Buenafuente desnudos en los Goya
Silvia Abril y Andreu Buenafuente desnudos en los Goya

"Podemos reventar los clichés", lo ha dicho Eva Llorach, ganadora del Goya a la mejor actriz revelación por 'Quién te cantará', en uno de los discursos de agradecimiento más emocionantes de la trigésimo tercera gala de los Goya.

Se refería a la necesaria visibilidad de la mujer en el cine. Una valiosa reflexión que también se puede aplicar a la propia televisión e incluso a la esencia de esta ceremonia de premios que, un año más, no ha conseguido romper sus ataduras para que lo complicado parezca fácil. Aunque no siempre ha sido así, Rosa María Sardá logró hacer suyas las galas que presentó y el propio Buenafuente también lo consiguió en una edición redonda, en guion y línea visual, en 2010.

Por eso mismo, en este 2019, en estos Goya con Andreu Buenafuente y Silvia Abril las expectativas estaban muy altas. Y hay que tener cuidado con ellas, porque las expectativas no siempre son buenas aliadas, como siempre decía Chicho Ibáñez Serrador, Goya de Honor de esta edición.

Por primera vez en años, la gala se ha celebrado en un gran espacio. Esta vez no ha habido que instalar un escenario en el salón de actos de un hotel y el gran auditorio del Palacio de Congresos de Sevilla ha acogido el show. El decorado en esta ocasión ha imitado una gran escenografía de un viejo cine, con su gran marquesina y su juego de rojos telones. Bonita, elegante. Y lucía mucho en planos generales, pero faltaba una iluminación pensada para que también lucieran los fondos de los primeros planos. Porque la emoción en televisión, como en el cine, se suele construir en primer plano.

Y los 'Goya 2019' se han enriquecido con esos primeros planos de emoción en el patio de butacas. El realizador ha sido consciente de que, en estas ceremonias, el protagonismo no se encuentra sólo en el escenario: el espectáculo sobre todo se sustenta en el rostro de los asistentes reaccionando en la grada. Ahí ha radicado uno de los fuertes con los que la gala ha traspasado en sensibilidad, especialmente cuando ha recogido el premio Jesús Vidal por 'Campeones'. "¡Inclusión, diversidad, visibilidad!", exclamó el actor con discapacidad.

Otro de los puntos a favor de la ceremonia es que ha sido pretendidamente concreta. Los premios han fluido sin dar demasiada tregua al espectador. Ha sido una gala que ha ido al grano sin perderse en rodeos y el equipo de guion ha construido una escaleta entendiendo que no siempre los platos fuertes hay que dejarlos para el final. Al contrario, hay que saber equilibrarlos para mantener la atención del público. Así la esperada actuación de Rosalía ha recaído, como cuando el gordo sale pronto, en la primera parte de la retransmisión. Tenía puesta en escena propia y todo. Lástima que no se viera bien por la tele, pues la realización televisiva no bailó con Rosalía y, en general, no aprovechó, con el efectismo que merecía, el gran espacio teatral. 

Rosalía, Los Goya
Un momento de la actuación de Rosalía en 'Los Goya' en una pantalla cargada de ruido visual con sobredosis de (feos) letreros.

No obstante, el guion de la gala ha estado bien equilibrado, respirando con 'momentazos' colocados en el punto perfecto cuando la atención decae, como la aparición por los aires de Berto Romero y David Broncano ("se me ha pinzado el nervio"). Los dos sufriendo los arneses, uno de los instantes más brillantes. Probablemente porque como actores secundarios salieron a jugar, a trastear con su carácter habitual y no les impusieron los protocolos de la ceremonia, el gran mal de 'Los Goya'.

Otro instante esperado fue el popurrí de canciones nominadas en la voz de Amaia Romero, Rozalén y Judit Neddermann, previa aparición de Amaia en el escenario para indicar que había un fallo en el lanzamiento de la música. Amaia siempre natural, sin filtros.

Porque a los Goya hay que ir a jugar, a ser travieso, a disfrutarlo. Porque estás en pelotas ante el público, como casi lo estuvieron literalmente Silvia y Andreu. Incluso si hay que hacer un disparatado número de baile con una tuna... pues se hace. Fue un percal, sí, pero Buenafuente y Abril supieron rematarlo riéndose de ellos mismos y de esta coreografía absurda que parece que no debe faltar en toda gala que se precie.

Como maestros de ceremonia, ambos consiguieron mostrarse progresivamente conectados tras el monólogo de arranque, no tan efervescente como se podía esperar. Hacer un monólogo a dos es siempre más complejo, más aún si es en una gala de estas características. 'Los Goya' pesan mucho. En estos casos, en los discursos de arranque, se sale más airosos siendo breves. Lo corrosivo si breve, mil veces más eficaz. Y esta gala, en general, pecó de sketches alargados que, como consecuencia, perdieron efectividad. También se ha echado de menos hacer más hincapié en una trama transversal rumbo hacia un objetivo-giro final que uniera el ir y venir de premiados y que parecía estar a huevo tras el trepidante arranque con un cortometraje de acción repleto de cameos y bien ejecutado. Y que sumergió al público en el tono del show... detalle crucial, esto de calentar motores en la televisión.

Un año más, 'Los Goya' han demostrado lo complejo que es aspirar a lograr una gala que mantenga el nivel de principio a fin, que no aburra, en la que no se tarde tanto en abrir los sobres y no canse la acumulación de discursos de agradecimientos de los que sólo unos pocos son emocionantes y capaces de captar la atención de todos... Esta trigésimo tercera edición de los premios del cine español ha sido un intento del que aprender para seguir progresando. No será recordada como la mejor, pero sí como la gala menos mala de los últimos años con los presentadores más queribles. 

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