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El blindaje político de Puig abre un nuevo camino a la gran empresa familiar en bolsa

El presidente ejecutivo de Puig, Marc Puig
El presidente ejecutivo de Puig, Marc Puig
Europa Press

Ceder control, pero sin riesgo a perderlo. De Indra a Telefónica pasando por Talgo y ahora Naturgy en pocos momentos de la historia reciente en nuestro país hemos visto una oleada proteccionista del sector público sobre las empresas españolas cotizadas tan extendida. El arranque fue la pandemia de covid y la guerra en Ucrania, que vapulearon los precios de las acciones de las compañías europeas, dejándolas expuestas a los cazagangas (el músculo de capital inversor no está en la UE; pero el porqué y nuestra responsabilidad en ello merecería otra tribuna), pero la corriente ha quedado instalada y no parece que la recuperación de los mercados desde entonces sea suficiente para enterrar la moda del control con tanta inestabilidad geopolítica.

En este contexto ni los más estrictos en materia de gobernanza se atreven a hacer reproches a Puig, que ensaya un modelo de debut en el parqué muy particular por el que cotizarán únicamente títulos 'mermados' en derechos políticos, que evidencia que no desea ceder el control político de una compañía creada y alimentada por la familia durante 100 años.  

El grupo especializado en productos de belleza ha planteado una colocación doble (se venden acciones nuevas y los propietarios se desprenden de participación) pero con un modelo de títulos, la clase B, que otorga a cada acción un voto. Me dirá que es lo habitual; y es cierto, pero es que cada título de clase A, que se quedan integramente en manos de la familia y fuera de la bolsa, cuenta con el derecho a 5 votos. Eso provoca que después del debut, los Puig controlen más del 90% de los derechos políticos. Un blindaje no solo antiopas, sino que les aseguran el control total de la junta de accionistas y, por tanto, de la validación de las decisiones. 

Aunque a los 'proxy' o a algunos fondos ESG este modelo no les encaje (la corriente es  que todos los accionistas cuenten con los mismos derechos), el éxito de Puig en su colocación puede ser un incentivo y un modelo a seguir para que otros grandes grupos familiares españoles se puedan plantear su incorporación al parqué con menos reticencia ante el miedo a perder el control, que es algo que necesitamos para ampliar la verdadera primera división de cotizadas con pasaporte español.

Inditex fue (¿es?) una empresa familiar y hoy es la mayor compañía española por valor de mercado. La posición de Amancio Ortega en el capital le blindó en un principio, pero ahora lo que le protege es su tamaño en bolsa (134.000 millones), que ha ido construyendo a base de innovación y crecimiento y que le deja fuera de cualquier quiniela corporativa porque el desembolso a realizar es tan amplio que ni los petrodólares lo financiarían. Ferrovial, Acciona... son otros nombres propios ligados a familias que son parte del mercado y que se han apoyado en él para crecer en el exterior. En este momento están valoradas en 24.400 y 5.900 millones, respectivamente. 

Puig, si el 3 de mayo se estrena al precio máximo propuesto en su folleto (24,5 euros) alcanzaría un valor cercano a los 14.000 millones. Un tamaño digerible para los grandes fondos. Con su estructura de control político gana tiempo para expandirse e ir blindándose -ojalá- hacia el modelo Inditex. Sería muy positivo que pasado un tiempo y desplegado su proyecto reformulara su estructura de capital y ya no le hiciera falta esta 'melé' divisoria entre acciones A y B. Por ahora, no hay que ser más papista que el Papa... hasta Warren Buffett cuenta con una estructura dual de acciones en Berkshire Hathaway, que le ha valido para ir bloqueando propuestas de terceros en las juntas de accionistas.

Uno de los grandes hándicaps de la bolsa española y que está provocando un evidente problema de concentración en el Ibex 35 donde apenas hay valores que puedan reemplazar a los pesos pesados (Inditex, Iberdrola, Santander y BBVA representan más del 50% del índice) es que las grandes empresas familiares españolas siguen mirando con reticencia a la bolsa, aunque sí se cuelan en los rankings de mayor volumen de facturación. Mercadona, El Corte Inglés, Grupo Disa... son algunas compañías no cotizadas que rivalizan en ingresos con Repsol, Iberdrola o Telefónica, pero que no han puesto todavía un pie en el parqué. El éxito y el modelo de control de Puig tal vez les anime a replantearse la situación llegado el momento y esto ayude a insuflar aire nuevo a la Plaza de la Lealtad, que ha perdido parte de su gancho de antaño.

La falta de 'blue chips' y de firmas con perfil tecnológico al más puro estilo americano (Google, Facebook y ahora Nvidia en la fiebre de la IA...) y de crecimiento (somos un mercado 'value', generador de dividendos) ha quitado lustro al que hace años era uno de los parqués favoritos en Europa. Sin el incentivo de las llegadas de OPAs (todo es susceptible de veto en Moncloa), y con el recargo impositivo de la 'Tasa Tobin' española, una vía para ganar visibilidad y captar nuevos inversores es ampliar la base de sectores que cotizan. Puig estrenará uno que no está presente en el Ibex si finalmente sale a bolsa. Merece la pena la diversificación aunque ya sepamos que vamos a aburrirnos bastante en las votaciones de las juntas de accionistas.

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