Libertad sin cargas

A la caza del rico: la España de Sánchez e Iglesias mira desde el malecón

Pedro Sánchez Pablo Iglesias
A la caza del rico: la España de Sánchez e Iglesias mira desde el malecón.
EFE

Como si de un culebrón se tratase, no hay semana en la que el Gobierno que capitanean Sánchez e Iglesias no sea fiel a su cita y anuncie una medida que busque socavar los supuestos privilegios de los ricos españoles, si es que queda alguno que visto lo visto no haya hecho ya las maletas con sus bagajes. El último episodio del serial se ha centrado en la educación y la sanidad privadas, a las que, como adelantó La Información, el Ejecutivo estudia imponer un IVA del 21%. La cosa debió sonar bien en las moquetas de Moncloa. De hecho, es lo suficientemente demagógica como para encajar en el discurso oficial, véase, que el que puede pagarlo es porque le sobra el dinero… luego a muerte contra él. Olvida ese pueril razonamiento, empero, cómo desde la Transición gran parte de la clase media ha entendido la educación como la verdadera herencia que podía dejarle a sus hijos. Y cómo, aun comprometiendo el objetivo de llegar a fin de mes, madres y padres han sacrificado su ocio y sus vacaciones durante años para que sus hijos pudieran estudiar en mejores centros o más especializados. Una medida como esta no golpeará a los verdaderos ricos, esos que montaron su estructura fiscal en otra parte cuando vieron llegar a Iglesias, sino a quienes dependen de una nómina y van al límite con las cuotas mensuales. Fácil de entender, salvo desde una política ‘cortoplacista’ y escasa de miras como la que sufrimos.

Un razonamiento similar cabe respecto a la sanidad. Esas mismas familias que han buscado la mejor educación para sus hijos, también en algún momento se han visto afectadas por una de esas largas listas de espera que tan bien ha cultivado la sanidad pública. Y han apostado por pagar un seguro privado, quitándose muchas veces las cuotas de la propia comida. ¿De verdad hablamos de ricos? Es más, en una época como la actual, en la que el coronavirus todo lo recorre con multitud de intervenciones aparcadas en los hospitales públicos por el colapso sanitario, ¿merecen reproche fiscal -y social- aquellos que deciden pagar un seguro privado para tratarse de sus ‘otras’ patologías? Todo sin contar, como bien han señalado las asociaciones que agrupan a los centros de enseñanza privados, con el incremento del gasto que implicaría la irrupción en el ámbito público de quienes, pese a pagar religiosamente sus impuestos, no hacen ahora uso de esos servicios. Tampoco parece que la desaparición de entidades educativas que sin solución de continuidad llevaría aparejada la medida sea el mejor camino para contener la actual debacle del empleo, maquillada por los más de 700.000 trabajadores que siguen en ERTE.

Lo peor es que llueve sobre mojado y la transformación de la política en marketing resulta cada vez más grosera. Por ejemplo, el acuerdo programático entre PSOE y Podemos recogía la subida de dos puntos en el Impuesto sobre la Renta para los contribuyentes que obtengan rentas superiores a 130.000 euros al año y de cuatro puntos para la parte que exceda los 300.000. Esos umbrales para determinar a los ‘ricos’ vía IRPF ya se ‘vendió’ en su momento como un logro de Sánchez frente a las pretensiones de Podemos, que quería situar la línea roja en los 60.000 euros. ¿Cuál es la realidad de esa disposición? ¿Acaso con su impacto eliminará de un plumazo el déficit de doble dígito que asoma en las cuentas públicas? Bueno, lo cierto es que la aplicación de estas medidas apenas afectará a un 0,4% de los declarantes, con un impacto en los ingresos de 328 millones de euros, según cálculos del propio Ministerio de Hacienda. Los más optimistas, de hecho, hablan de medidas que alcanzarían a 120.000 contribuyentes e ingresos ligeramente superiores a los 500 millones. Nadie puede entender, en consecuencia, que la la medida acumule muchas bondades recaudatorias, sino que más bien tiene el efecto de cercar y cobrarse una presa.

Subir el IVA a la educación no golpeará a los verdaderos ricos, esos que montaron su estructura fiscal en otra parte cuando vieron llegar a Iglesias, sino a quienes dependen de una nómina y van al límite con las cuotas mensuales

A veces, casi tan importante como que la medida suene bien es que sirva para golpear al enemigo político. Como también avanzó este diario, Hacienda ha solicitado informes técnicos y jurídicos para retocar el Impuesto de Patrimonio en la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado. Y es que, aunque probablemente tenga poco sentido siquiera mantener una figura fiscal que apenas recauda, que ha desaparecido en casi todos los países de nuestro entorno y que implica gravar dos veces el mismo activo, sí lo tiene atacar el ‘oasis’ creado en la Comunidad de Madrid, que bonifica el 100% la cuota del impuesto. Porque el Patrimonio es lo de menos, lo importante es que se trata de un impuesto a la riqueza -ay, otra vez los ricos- que además la pérfida Ayuso y sus antecesores ‘populares’ han liquidado en Madrid, el campo de batalla donde Redondo y sus huestes quieren librar la batalla ideológica con la derecha como ha quedado demostrado a resultas de la Covid. Irresistible para la demagogia ‘podemita’ y el ‘sanchismo’, tan perneado por aquella que hasta se confunde. Poco importa que el trámite razonable para abordar la cuestión sea la reforma de la financiación autonómica o que el recargo penalice el dinamismo y la inversión en la región. Lo importante es que salga a cuenta en los sondeos.

Hay consenso en que España debe acometer más pronto que tarde una reformulación integral del sistema fiscal, un modelo en el que se eliminen la pléyade de deducciones que alejan los tipos nominales de los reales en gravámenes como Sociedades. Sin embargo, no parece que la ideología y el afán de ‘castigar’ a un colectivo deba guiar ese debate, aunque solo sea porque, como exponía recientemente ‘The Economist' con cierta ironía, “los ricos son relativamente pocos”. Del mismo modo, no debe perderse de vista que la necesidad de recaudación extra enlaza con los ingentes programas de gasto apadrinados por gobiernos que en su ADN desconfían de la actividad privada como dinamizadora de la economía y abogan por estados cada vez más presentes y activos, aparentemente ajenos al riesgo de generar estructuras clientelares. En este sentido, el drama de la Covid ha servido de perfecta coartada para alargar los tentáculos del Estado, cuya actuación en el terreno social era imprescindible en un principio pero cuyo plan de retirada todavía se desconoce. Racionalizar la tributación no puede ocultar la necesidad de afrontar de una vez por todas un presupuesto de base cero, donde se auditen programas que cada año repiten en cada ministerio sin que nadie cuestione su utilidad y retornos. Por ejemplo, las carencias sanitarias que ha revelado la pandemia -tanto en medios como en efectivos- obligaría a revisar otras partidas para paliarlas. Sin perder un minuto.

Otra cosa es que la apuesta sea igualarnos ‘por abajo’, es decir, crear tales cargas impositivas que se eliminen radicalmente los incentivos a la iniciativa individual y que compense entregarse al Estado en tanto último y seguro proveedor de las necesidades básicas. A lo mejor, la felicidad radica en relajarse y crear bonitos malecones en nuestras playas desde donde nuestros jóvenes contemplen el atardecer mientras dejan pasar el tiempo… y discuten de política. A la espera de que esa ola que empezó a coger fuerza un 15-M termine por ahogarnos, no falta quien todavía está dispuesto a creer que este país debe perseguir la excelencia y avanzar en la economía del conocimiento. Y para ello es imprescindible tanto promover y favorecer la continuidad de los mejores colegios y universidades -y si tienen que ser privadas, sean-, así como dignificar la investigación científica y alojar los mejores centros sanitarios. ¿Queremos competir con algunos países asiáticos en producción barata o cobrar caros servicios de alto valor añadido? ¿Queremos rentistas o ingenieros? Ahora que ya nos dicen incluso dónde (no) deben estudiar nuestros hijos, es hora de pensar si en el país que queremos para ellos caben semejantes gurús. Conocemos el plan A. Alguien sin complejos debería exponer el B. Antes de que la tierra huela a quemado.

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