OPINION

Calviño y Montero, la pareja de moda en la fiesta del gasto del PSOE

La ministra de Economía, Nadia Calviño
La ministra de Economía, Nadia Calviño
EFE

¿Qué hizo Francisco Reynés, flamante presidente de Gas Natural -ahora Naturgy-, en cuanto llegó al cargo? Nada diferente de lo que hizo Fernando Abril-Martorell cuando tomó posesión en Indra, por citar otro ejemplo. Véase, limpiar la casa a cuenta de los anteriores gestores En el caso del ejecutivo de cabecera de Isidro Fainé, la cuestión se centró en ajustar a la mitad el valor en libros de sus centrales de gas, carbón y nucleares. Un deterioro de nada menos que 4.900 millones de euros, la sublimación de una práctica habitual en el sector privado de la que Nadia Calviño parece haber tomado buenea nota para las cuentas públicas. Y es que la ministra de Economía, que aterrizaba desde Bruselas como garante de la ortodoxia presupuestaria, lo primero que ha anunciado es un incremento de las previsiones de déficit público para los próximos años, al entender que los objetivos fijados por el anterior Ejecutivo no eran realistas y obligarían a más recortes. Un movimiento que, por más medido que esté, no deja de reforzar el estigma del PSOE -grabado a fuego en los tiempos de Zapatero- como una máquina de gastar.

Eso sí, la apuesta del Gobierno provoca (y choca) con algunas paradojas. En primer lugar, llama la atención que el Ejecutivo se plantee un escenario en el que gastará aún mucho más de lo que ingresará pese a que ya ha adelantado toda una ofensiva fiscal que le reportará una mayor recaudación. Una batería de impuestos que ha levantado en armas a las empresas, que ven como la fijación de un tipo mínimo del 15% sobre su beneficio contable -como tiene sobre la mesa el Ministerio de Hacienda- drenaría dramáticamente sus cuentas. Eso solo por poner un ejemplo de las nuevas figuras para recaudar más en las que trabaja el departamento de María Jesús Montero, también a punto de poner en marcha la denominada ‘tasa Google’, que gravará a los gigantes tecnológicos. Siempre cabe echar la culpa a la herencia de Montero y al Presupuesto expansivo pactado por el PP con el PNV, pero es ingenuo pensar que las mayores cargas a las compañías no van a tener repercusión alguna -ya sea vía empleo, en el peor de los casos, o precios, en el mejor- en el bolsillo de los contribuyentes/consumidores.

Otra cuestión llamativa es que el Gobierno asume este incremento del déficit bajo la presión de sus ‘colegas’ de Podemos para incrementar el techo de gasto. El coordinador federal de IU, Alberto Garzón, se atrevió a ponerle cifras no hace demasiado. El político se mostró partidario de aumentar ese umbral, clave para la elaboración de los Presupuestos Generales de 2019, en 15.000 millones de euros; todo para cubrir las necesidades sociales existentes y atajar los recortes del Gobierno del PP. “Sin la economía, los gestos se desvanecen”, llegó a apuntar. Y es evidente que Podemos no es la única fuerza política preocupada por las medidas sociales… y su impacto en el voto. En una legislatura ‘sui generis’ como pocas, Sánchez no solo gobierna, sino que también está en permanente campaña electoral, con elecciones autonómicas y europeas a la vuelta de la esquina y las generales en dos años. La tentación de tirar de gasto es demasiado poderosa. Hacer un llamamiento a la responsabilidad del líder socialista en una época en que la política parece tomada por el cortoplacismo y los argumentarios es quizás ocioso, pero procede.

Por si fuera poco, el anuncio de Calviño el jueves por la tarde a la Comisión Europea y al Eurogrupo, en virtud del cual el Gobierno español elevaba el objetivo de déficit al 2,7% en 2018 -desde el 2,2% anterior- y al 1,8% en 2019 -frente al 1,3%-, era contestado desde el Ministerio de Hacienda con cierta incomprensión… y hasta se desmentía parcialmente en un primer momento. El episodio, que en el mejor de los casos apenas revelaría una cierta descoordinación entre los ministerios económicos, rememoró siquiera por algunos instantes a los duelos al sol que mantenían día sí y día también Cristóbal Montero y Luis de Guindos. Aunque la decisión de que sea Calviño quien presida la Comisión Delegada le otorga ascendencia sobre la ministra de Hacienda, está por ver cómo se articula la relación entre dos áreas clave del nuevo Ejecutivo. Desde luego Montero -que reside en el propio Ministerio y se ha metido en el papel desde el día uno- no parece que vaya a asumir un papel secundario en la representación.

Dijo Oliver Wendell Holmes que “los impuestos constituyen el precio de la sociedad civilizada”. Y por muy cierto que sea, también lo es que introducen distorsiones en otros parámetros clave de la economía. Por ello, aunque cuestiones que plantea el nuevo gabinete -como eliminar las deducciones que hacen que el tipo efectivo que muchas grandes firmas pagan por Sociedades sea ridículo- son más que razonables, Sánchez debe ir con cuidado, no pasarse de frenada y buscar el máximo consenso posible con los diferentes agentes sociales para evitar ‘efectos boomerang’ en una economía que pierde decididamente fuelle. Del mismo modo, pese a entender que cada gobierno quiera dejar su sello y marcar territorio en la aplicación de políticas, el esfuerzo de consolidación fiscal debería ser siempre una guía para cualquier inquilino de La Moncloa. Dejar el problema vía deuda a las generaciones futuras no es una apuesta ni económica ni éticamente asumible. Difícil de entender, eso sí, con tanto comicio en ciernes.

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