OPINION

¡No es la economía (ahora)! Toca cerrar el manual

Boris Johnson se sincera por carta ante el país: "Seré sincero, vamos a ir a peor"
Boris Johnson se sincera por carta ante el país: "Seré sincero, vamos a ir a peor"
EP

Cantar dos veces ‘Happy Birthday’ mientras te lavas las manos. Esa fue la recomendación del primer ministro británico, Boris Johnson, durante una visita a un laboratorio de Bedfordshire, para detener la transmisión del Covid-19. De hecho, predicó jovialmente con el ejemplo. Corría el día 6 de marzo y aún no parecía tomarse demasiado en serio el impacto del virus, desde luego no lo suficiente como para decretar un ‘cerrojazo’ económico. El propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también se ha precipitado a adelantar fechas para retomar a velocidad de crucero una actividad económica que ni siquiera ha detenido en un porcentaje significativo. Todo ello cuando el verdadero caos sanitario en ciudades como Nueva York aún está por llegar, como desgraciadamente Madrid prueba. Ellos han sublimado una dialéctica diabólica abrazada por algunos miembros del Gobierno de Pedro Sánchez e ilustres ‘lobbies’ empresariales. Véase, economía versus respuesta sanitaria. Un debate equivocado en todos sus términos, que linda con la demagogia y daña hasta a quien lo alimenta.

Es cierto que el pensamiento social anglosajón entronca con postulados radicales o pragmáticos, según se mire, que avalan la autorregulación y el menor intervencionismo posible de los poderes públicos. Por ejemplo, no falta quien recuerda cada vez que asoma una pandemia el ‘Ensayo sobre el Principio de la población’, de Thomas Robert Malthus, publicado en el año 1790, en el que ya se advierte del irreversible crecimiento geométrico de la población frente a la evolución aritmética de los recursos. En esa línea, el principio de utilidad de Jeremy Bentham hace fortuna años después al elevar hasta el ámbito de la práctica política y del legislador el postulado de ‘la mayor felicidad para el mayor número’. Una idea que, como recuerda Salvador Giner (Historia del Pensamiento Social, Ariel, 1967), ya habían esbozado desde la pura ética pensadores como David Hume. Para otros, no obstante, recurrir a estos esquemas para justificar un actuación ‘soft’ es reducir la magnitud de la controversia.

“Esta aproximación es un ejemplo notable de la confusa ideología que soportan demasiadas personas que tienen poder e influencia en el mundo -exponía en ‘The Guardian’ recientemente Siva Vaidhyanathan, profesor en la Universidad de Virginia-. El economicismo es un sistema de creencias que lleva a la gente a pensar que todo puede simplificarse en modelos y curvas, y que es posible contar y maximizar la utilidad en cada circunstancia. Lo que el economicismo se pierde es la complejidad, el momento histórico y el profundo, inconmesurable poder de la emoción humana”. Como aterriza Greg Jericho, analista financiero y económico en la misma cabecera, el coronavirus es primero un problema sanitario, y después uno económico. “Durante la crisis financiera global [entre 2007 y 2009] necesitábamos que la gente empezara a gastar; ahora lo importante es asegurar que está sana para que pueda salir y gastar”.

Pedro Sánchez compareció este sábado para anunciar un mayor énfasis en las medidas de confinamiento, ampliándolas a aquellos trabajadores empleados en actividades económicas “no esenciales”. Como bien informó Fernando H.Valls en estas líneas, el ‘cerrojazo’ se producía después de que el presidente del Ejecutivo recibiera un duro dossier de los responsables de Sanidad que advertía de las altas cifras de contagio pese a la cuarentena seguida por un alto porcentaje de españoles. Sin contar con la presión sobre las UCI que se avecina por el factor de acumulación. Con estos datos sobre la mesa, nada puede reprocharse a Sánchez por esta decisión, más allá de que tal vez podía haberla adoptado días antes. De hecho, cabe subrayar su arrojo para hacer frente a las presiones de la CEOE, convertida en una auténtica montaña rusa de comunicados -ora blandos ora duros-, o las tesis de su propia vicepresidenta económica, Nadia Calviño, en apariencia incapaz de saltarse el manual.

Miguel Sebastián, exministro en la era Zapatero, ha sido de los pocos que en estos días ha sido capaz de elevarse sobre una retórica falsa para defender que economía y política sanitaria solo pueden ir de la mano para afrontar la tragedia. Y bajo esta premisa, una variable clave para medir el impacto de la crisis es el tiempo que ésta se prolonga. Es decir, no se trata solo de hasta dónde paramos la economía, sino también por cuánto tiempo. Nada ganaremos deteniéndola en un 90% si los contagios se mantienen y el frenazo se prolonga durante meses. Mejor es -o hubiera sido- asumir un parón total por un espacio de días limitado que ayude a rebotar con fuerza en forma de V. Eso permitiría, por ejemplo y según recuerda el economista, llegar a tiempo a la campaña de verano y recuperar en parte el turismo, a la sazón la mayor fuente de riqueza del país. Aunque con retraso, las últimas medidas del Ejecutivo socialista abordan mejor la problemática y ahondan en esa dirección. ¿Tan urgentes son esas obras que no pueden parar, pese a ser foco de contagios?

La exaltación de la economía que tan bien funcionó a los estrategas de Bill Clinton en la campaña electoral contra George Bush padre en 1992 no aplica en este punto de la crisis del coronavirus y solo dañará la imagen de quien la enarbole sin mimo, obviando la parte emocional del relato. La España de Pedro Sánchez -como los Estados Unidos de Trump o el Reino Unido de Johnson- está sobre todo viendo sufrir y perdiendo a sus mayores, a una generación. Y por ahora toca hacer el duelo y no cálculos económicos. “Va más allá de lo inmoral -escribe Vaidhyanathan-. Es profundamente estúpido. Es un modo de pensamiento demasiado común entre aquellos que no pueden ver más allá de sus libros de economía y sus carteras de valores”. Lo que no es contradictorio con que, entre bambalinas, se trabaje en el día después, se planee la progresiva incorporación de los trabajadores y hasta se denuncie -otra vez- la inacción europea. O sea, medir los tiempos del discurso frente a quienes han perdido la ocasión histórica de guardar silencio. Y todo pasa factura.

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