Libertad sin cargas

Tempestad sobre Washington: ¿Está nuestro Congreso a salvo?

Los futuros avanzan una apertura al alza en Europa pese al asalto al Capitolio
Tempestad sobre Washington: ¿Está nuestro Congreso a salvo?
EFE

Jefferson Smith es un político inexperto a quien los poderosos ‘lobbies’ del estado envían a Washington como senador convencidos de que será manipulable y no hará preguntas. Cuando llega a la capital del país, el joven idealista decide esquivar la comitiva oficial y se pierde cual turista por el National Mall. En su periplo contempla extasiado el Monumento a Washington o relee la Declaración de Independencia, para terminar deteniéndose en el Lincoln Memorial. “En ese templo, al igual que en los corazones de las gentes a quienes salvó la Unión, la memoria de Abraham Lincoln será venerada para siempre”, reza la inscripción bajo la imponente efigie. En paralelo, un niño recita el Discurso de Gettysburg, pronunciado por el que fue decimosexto presidente de los Estados Unidos el 19 de noviembre de 1863, en la dedicatoria al cementerio que conmemoraba la batalla celebrada cuatro meses antes en plena Guerra de Secesión: “Estos muertos no habrán dado su vida en vano, Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la tierra”. Frank Capra, en apenas un minuto de fotogramas, dibuja en ‘Caballero sin espada’ (Mr. Smith goes to Washington, 1939) toda la iconografía de América. Un acervo cultivado y exportado durante todo el siglo XX desde la cultura popular que la pasada semana saltó por los aires con el asalto al Capitolio por parte de los furibundos seguidores de Donald Trump.

La revuelta fue el punto culminante a una presidencia que ha desvelado la fractura que vive la sociedad estadounidense. En 2008, se publicaba en España un ensayo que intentaba explicar sobre el terreno el advenimiento cuatro años antes de George W. Bush, una elección despreciada desde Europa pero que hundía sus raíces en una realidad evidente para sus protagonistas y alejada de los centros de poder del Este. Desde Winchester (Virginia), Joe Bageant retrataba en ‘Crónicas de la América profunda’ (Ed.Los libros del lince) el día a día y las inquietudes de los nuevos blancos pobres norteamericanos. “Lo que los liberales urbanistas y de izquierdas no han hecho es darse un paseo por la tierra de los godos, exponerse a entrar en contacto con la sucia clase trabajadora americana, esa Norteamérica provinciana de gente que va a la iglesia, que practica la caza y la pesca y que bebe Bud Light. Esa gente que ni siquiera es capaz -y tampoco les preocupa demasiado- de situar Iraq o Francia en el mapa, suponiendo que tengan uno”. Ese mundo es el que se oculta detrás de los 75 millones de votantes de Donald Trump… y el caldo de cultivo para los extremistas que decidieron tomarse la justicia por su mano en los primeros días de enero a lomos de las vesánicas consignas de su líder.

Bageant cuenta cómo en 1999, cuando decidió regresar a su ciudad natal después de 30 años en el Oeste, comprobó que su familia y toda su comunidad se habían empobrecido radicalmente: “En la zona norte, dos de cada cinco residentes no han acabado el bachillerato, casi todos los que sobrepasan los cincuenta sufren graves problemas de salud, los índices de solvencia apenas superan los 500 dólares, y la bebida, Jesucristo y los excesos alimentarios son las tres vías de escape favoritas”. Esa zona norte marcaba la línea divisoria de los barrios de los blancos. Ahora, esa barrera se ha difuminado y familias latinas y negras comparten esas casitas de alquiler que hace medio siglo definían la respetabilidad. Los trabajos, con la muerte de gran parte de la industria, están en peligro de extinción mientras los obreros pobres se engañan pensando que aún pertenecen a la clase media. Por ello, “si le hubiera tocado llevar esa vida de trabajo duro y fuese de los que prefieren cualquier cosa antes que recibir una limosna del Estado, usted también sería conservador (…) Sería tan cauteloso y reaccionario como para votar al hombre que parece suficientemente firme para mantener los precios de la vivienda en alza, acabar con enemigos invisibles que acechan en el extranjero y darle a Dios la palabra en lo relativo a la política interior”.

En tiempos en que lo inimaginable se ha convertido en habitual, ninguna sociedad desarrollada debería pasar por alto las enseñanzas del asalto al Capitolio. Europa no está a salvo de brechas que den alas al populismo más básico

En esta línea, se entiende que las encuestas tras los comicios apuntaran que ocho de cada diez republicanos abrazan sin ruborizarse la teoría del fraude electoral, pese a los múltiples recuentos y reclamaciones judiciales rechazadas. “Las bases piensan que Trump es un mártir. En los próximos dos años sería capaz de machacarte en unas primarias sin mover un solo dedo”, aseguraba un senador republicano citado por The Economist al ser preguntado por el futuro de la formación. Y es que ésta parece alejarse de postulados conservadores y entroncar con facciones cada vez más radicales, así como con “muchos obreros blancos, sin vinculaciones previas con el partido, que consideran que Trump ha declarado la guerra al corrupto ‘establishment’ de Washington”, expone la citada publicación. En roman paladino, el magnate ha sabido conectar, incluso en la derrota, con un sector de la población “frustrado en un país en pleno cambio”. Se trata precisamente esa clase otrora pujante y hoy marginada a la que Bageant alude en su relato y a la que la prensa liberal denomina de forma trivial “el corazón de América”… sin conocerla ni entenderla. Toda una ruptura emocional y social que, más allá de su plasmación política, revela problemas de vertebración de largo aliento en el país.

En tiempos en que lo inimaginable se ha convertido en habitual, con inopinados asaltos al Capitolio y pandemias mortales incluidas, ninguna sociedad desarrollada debería pasar por alto las enseñanzas del caso estadounidense. Incluso entornos como el europeo -y el español en concreto-, con elevados impuestos y redes de seguridad bien articuladas, no están a salvo de brechas que den alas al populismo más básico. ¿Cuánto tiempo van a soportar los más jóvenes malvivir con mil euros o menos, sin poder desarrollar su proyecto vital, mientras sufragan pensiones máximas a gogó por encima de los dos mil? ¿Qué puede esperar la generación de ‘entrecrisis’, embalsada ahora en ERTEs masivos y cuyo futuro seguramente pase por el despido en empresas abocadas a la quiebra? Como denunciaba con buen criterio en este diario Pedro Fernández Alén, presidente en funciones del Consejo Económico y Social (CES), ni siquiera los fondos europeos que esperan cual maná las grandes empresas se acuerdan de los jóvenes, que soportan un 40% de paro y amenazan con convertirse en una “generación perdida”. Son todos ellos carne de cañón de los planteamientos políticos más estridentes, que por otra parte ya se han hecho hueco en el Parlamento… y hasta en el Gobierno.

No es de extrañar que el motín del día de Reyes en Washington haya resultado aterrador para las democracias occidentales, en tanto ha mostrado con luz y taquígrafos la innata capacidad del sistema para autodestruirse. Resulta paradójico que el peor enemigo no resultara ser al final el comunismo o una potencia extranjera. Cual caballo de Troya, el adversario llevaba años germinando dentro de casa sin que la élite demócrata o republicana le prestara demasiada atención. “Si tu viejo abandonó la escuela y alquiló el trastero por cuatro perras y jamás leyó un libro, y tu madre trabaja de camarera, no vas a tener muchas posibilidades de llegar a presidente de Estados Unidos, diga lo que diga tu profesor. Te pasarás la vida ganando ocho dólares por hora en una cadena de montaje suplicando que te dejen hacer horas extra para pagar la factura de la calefacción”, remacha Bageant. Y desde luego, no es el concepto de ascenso por el mérito que inspiraron los padres fundadores y la filosofía que les impulsó. Algo se torció por el camino. Toca aprender la lección para evitar que un día el despacho que veamos ‘okupado’ sea el de Meritxell Batet o el de Pedro Sánchez. Sobra crispación y falta proyecto común.

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