Opinión

La llegada del 'roboperiodismo' y la superación de McLuhan

Inteligencia artificial
Inteligencia artificial
Pixabay

Si les dijera que este artículo lo está escribiendo un robot probablemente me tomarían por loco, pero en parte es cierto. Está siendo diseñado y concebido por una herramienta de, llamémosle así, creación de noticias. Es una práctica que cada vez está siendo utilizada por más medios de comunicación, empeñados en reducir costes, aunque sea a costa de desnaturalizar la profesión y es que, sin periodistas, es muy complicado hablar de periodismo.

A medio camino entre el periodismo y la academia, no queda más remedio que acuñar el término disonante de 'roboperiodismo' para describir esta nueva realidad, aunque también podríamos ser más directos y hablar del reemplazo íntegro del humano por la máquina en el noble arte de contar cosas.

Aun siendo desconocida por el gran público, no es ni mucho menos una práctica lejana. Es un nubarrón que aparece en la ya de por sí tormentosa situación que viven los medios de comunicación y que recuerda en gran medida a aquella famosa canción ‘Video killed the radio star’.

Con este título, los Buggles rompían las listas de canciones más populares de los años 80. El mensaje del grupo musical trataba de denunciar la intromisión de videoclips en las televisiones musicales en detrimento de los programas de radio. Era un fenómeno que, a juicio de los artistas, acabaría con la carrera profesional de las estrellas del rock y, por extensión, de los profesionales de la radio. Además de ser reconocida por su pegadiza letra, el vídeo fue, curiosamente, el primero en ser emitido en la, por aquel entonces, prometedora cadena MTV.

La irrupción de nuevas tecnologías en el conocimiento ha sido una constante en la Humanidad. Encontramos claros ejemplos a lo largo de nuestro recorrido por la línea temporal de la historia. La imprenta acabó con el monopolio de la sabiduría escrita por parte de los monjes en la Edad Media. Por su parte, las rotativas supusieron un impulso definitivo a los medios de comunicación escritos. No tan lejano en el tiempo, los kioscos se integraron como medios de peregrinaje dominical en la búsqueda de información por parte de la ciudadanía. Sin embargo, a cada avance le correspondía una amenaza. Así, la radio y posteriormente la televisión supusieron un desafío que, al igual que cantaban los Buggles, prometían acabar con los principales medios de comunicación escritos.

Tras décadas de convivencia, la aparición de Internet vaticinaba profundos cambios en el negocio de los 'mass media'. Las voces que pronosticaban el fin de la radio o incluso de la televisión, antiguos verdugos de la prensa escrita, se equivocaron. El ecosistema de medios demostró encontrar un equilibrio casi perfecto en el que había espacio para todos, siempre que el contenido y la audiencia dieran su visto bueno. Pasamos así de la tiranía de los medios a la tiranía de la audiencia, perdiendo, en muchos casos, kilos y kilos de calidad informativa por el camino.

Sin embargo, hasta este momento, detrás de cada palabra, detrás de cada frase o párrafo, se escondía el mismo origen. Da igual que el medio fuera escrito, radiofónico, televisivo o digital. Tras la pieza informativa siempre estaba el 'plumilla', el periodista que deglutía manualmente el dato y lo transformaba, con mayor o menor éxito, en información, dejando para el consumidor la última fase de esta peculiar digestión: el conocimiento. Gracias a ello, el ciudadano formaba su opinión sobre una situación concreta… o sobre su propia historia.

Eso hasta hoy, o bueno, hasta ayer. El Big Data, la Inteligencia Artificial, el 'Machine Learning' y todos aquellos conceptos con los que hemos tenido que aprender a iterar durante los últimos años comienzan a extender su sombra hacia el periodismo. En cierta medida, suponen una lluvia fina que amenaza con convertirse en un elemento distorsionador tan peligroso que puede acabar con la profesión, o al menos tal y como la hemos entendido hasta este momento. Sin ánimo de encontrar semejanza alguna con la célebre escena de Fernando Arrabal, hablamos del roboperiodismo y es que "el roboperiodismo ha llegado".

La sucesión de palabras articuladas y con cierto sentido requiere de cierto toque humano. El lenguaje, que no la capacidad de comunicación, es una de las características intrínsecas del homo sapiens y, por lo tanto, aquello que nos distingue del instinto animal de proyectarnos verbalmente sobre nuestros congéneres. Yuval Harari ha aportado luz inteligible en todo esto.

El triunfo del algoritmo frente a la razón.

Aplicado al mundo del periodismo, esta capacidad ha sido siempre el argumento esencial para distinguir la información de la opinión. Lo superfluo de lo necesario. Todo hasta el momento en que el 'roboperiodismo' irrumpió en nuestras vidas.

La tecnología aplicada al mundo de la Inteligencia Artificial y el periodismo está llevando a los grandes grupos mediáticos a prescindir de periodistas e invertir en "robots", en máquinas que extraen datos de fuentes abiertas o cerradas, eliminan lo accesorio y presentan los datos sin necesidad de intermediarios que los procesen. En principio, el 'Machine Learning' permite que simplemente introduciendo palabras claves, y gracias a los malditos algoritmos que nos gobiernan, obtengamos una redacción pulcra y técnicamente perfecta. Es el triunfo del algoritmo frente a la razón.

El resultado ofrecido por la máquina es objetivo, pero plantea dos escollos fácilmente identificables. En primer lugar, el sesgo que implica la elección de palabras clave. Esto ya supone un primer filtro para la objetividad. La máquina ofrecerá información veraz, incluso creíble, pero siempre que el autor sea absolutamente escrupuloso y neutro con su elección. Los datos son sumisos siempre que se les torture adecuadamente.

En segundo lugar, el algoritmo aprende de sí mismo, de los demás y, lo que es más preocupante, aprende del gusto del lector. De esta manera, la máquina puede descartar aquello que no se ajuste a un criterio comercial o que simplemente no vaya a vender, por lo que, una vez más, la objetividad estará comprometida por su propio aprendizaje y por el receptor del mismo: el lector, hoy convertido en cliente.

La celebérrima frase de McLuhan, en la que defendía que el medio es el mensaje, está más vigente que nunca solo que, en este caso, el medio ha sido sustituido y superado por el robot. Es un proceso infinito de aprendizaje en el que solo pueden existir dos perdedores: el periodista y el lector. 

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