Luz de cruce

Hacienda devora a los pardillos

Montero
La ministra de Hacienda, María Jesús Montero
Europa Press

Lamento decirlo pero hay tontos de capirote que son un peligro para sí mismos (y también para los que dependen de ellos). No se enteran de nada que concierna a sus legítimos intereses, así pasen uno o treinta años. El buen fin de la res pública demanda la creación de una institución ad hoc: "El Defensor de los Tontos de Capirote". Ahuyentaría a los lobos que acechan a sus familias y trabajadores. 

Érase una vez una sociedad mercantil que vendía piezas de recambio de automóviles. En la plantilla de la empresa había un bribón adicto al juego y en su Consejo de Administración todos los asientos estaban ocupados por monjitas de la caridad. El bribón llevaba los libros de contabilidad y manejaba la tesorería de la empresa. El contable, que se llamaba Martín Pillín (como el famoso magistrado octogenario que sale en televisión), entró a saco en las cuentas bancarias de la mercantil durante un periodo inaudito de casi seis años (desde julio de 2012 hasta enero de 2018). En ese tiempo, Martín Pillín transfirió los frutos de sus desfalcos a una de sus cuentas particulares. Las monjitas no imaginaban que tenían un ladrón en casa porque, aprovechándose de su candor, Martín Pillín falseaba la contabilidad que remitía al Consejo de Administración para su aprobación y depósito en el Registro Mercantil.

Sin embargo, Martín Pillín, como su homónimo judicial, era un hombre de luces cortas. Su cerebro solo iluminaba un poco más que las meninges de las siervas de la caridad. Cuando Martín se jubiló en marzo de 2018, el contable que le sucedió no tardó nada en descubrir su pastel de chocolate. Entonces –en abril de 2018- las monjitas denunciaron a la policía las fechorías cometidas por su antiguo contable. En la vista del juicio, Martín Pillín reconoció su apropiación indebida, justificando su acción nefanda (continuada) por su ludopatía invencible. Como buen adicto al bingo y a la ruleta, lo había perdido todo en el casino de Hoyo de Manzanares. No podía devolver a la empresa ni una miserable moneda de cinco céntimos. Las monjas se quedaron estupefactas, compuestas y sin novio. El ladrón les impedía mantener el negocio de venta minorista de piezas de recambio de automóviles.

Como las penas con pan son menos, la compañía se planteó la posibilidad de imputar en la declaración del Impuesto sobre Sociedades las pérdidas de tesorería como gasto deducible. ¿Podía acudir a la vía del artículo 13 de la Ley del Impuesto y corregir el valor de su inmovilizado en función de su deterioro por culpa del empleado desleal? Conviene indicar que, en la contabilidad de 2018, la empresa había registrado un derecho de crédito contra el antiguo trabajador (el ludópata que se apropió de fondos ajenos). Para garantizar la legalidad de la deducción, la entidad solicitó a la Dirección General de Tributos (DGT) una contestación vinculante.

En su resolución, la DGT informa a su interlocutor que ha pedido un informe previo sobre la cuestión al Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas (ICAC). El ICAC es un organismo autónomo adscrito al Ministerio de Economía. El informe fue negativo para los intereses de la mercantil. Con esa arma a su favor, la DGT le ha cerrado la puerta de la deducción a las monjitas. Según el Instituto, la contabilización de la pérdida como un derecho de crédito (imposible de recuperar) fue errónea. La pérdida, consecuencia de la actuación delictiva de un empleado, debería haberse anotado con cargo a una partida de reservas como gasto excepcional. Y como la empresa no subsanó su error contable, la DGT concluye que ha desperdiciado irreversiblemente una ocasión de oro. "Al estar erróneamente contabilizado dicho crédito, no cabría plantearse la deducibilidad a efectos fiscales de las pérdidas por su deterioro que se plantea en el escrito de consulta".

Qué mala suerte han tenido las Hermanas de la Amargura. Primero les roba un empleado sinvergüenza. Después les roba el Tribunal de la Inquisición de Mª Jesús Montero. Las Hermanas estamparon una póliza azul en su contabilidad cuando, según la fuente consultada, debería haber sido de color verde turquesa. El rigor formalista solo es una excusa para sacarles los cuartos a los pardillos. ¡No os dejéis, hermanitas!

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