OPINION

Sin Presupuestos, hacia la Legislatura más absurda de la democracia

L

a vicepresidenta del Gobierno advertía esta misma semana que apenas se lleva un año y dos meses de legislatura efectiva y queda mucho tiempo para hacer cosas antes de plantearse nuevas elecciones o de ponerse a actuar en todo momento en clave electoral. Pero si tenemos en cuenta que el primer año se perdió (sin Gobierno), que el PP está en minoría parlamentaria y que en 2019 hay elecciones municipales, autonómicas y europeas, es evidente que todo lo que ocurra a partir de ahora en la política española va a tener más tinte electoralista de cara a la galería que otra cosa.

El centro de atención para decantar la situación política española hacia una debacle electoral o intentar gobernar en lo que se pueda para todos los ciudadanos (es decir, hacer leyes y tomar decisiones) está en los Presupuestos Generales del Estado para este año. La soflamas políticas que se han lanzado mutuamente el partido que gobierna y el que le apoya (léase PP y Ciudadanos) han lanzado una serie de globos sonda que no tranquilizan a nadie. Los de Rajoy, porque temen una descomposición de sus filas, sin relevo con posibilidades de ganar otras elecciones y con la Administración paralizada; y los de Rivera, porque se han crecido tanto con las encuestas tras el 21-D que les abarrotan las voces internas que piden unas elecciones cuanto antes, para fulminar a su enemigo más poderoso (el PP) en un momento en el que la izquierda del PSOE o las opciones de Podemos están minimizadas. Los primeros, con el PNV de su parte; los segundos, con un enfrentamiento visceral con todo lo que sean planteamientos nacionalistas.

Lo que la ceguera política de unos y otros no ve en este momento es que la descomposición social y el hartazgo de los ciudadanos se incrementa a pasos agigantados. Ya se ha sufrido algo similar en el caso de Cataluña en forma de intentona independentista y caída económica sin precedentes, y esas u otras patologías sociales pueden surgir en cualquier momento, mientras las fuerzas políticas juegan al cuento de La Lechera. Más allá de la irrupción de Ciudadanos, los barones regionales del PSOE y del PP han mostrado esta semana su rechazo total a unos líderes estatales que no ven más lejos de su propia ambición política y no apuestan por un Presupuesto que abra paso a una nueva financiación autonómica y un paraguas de reforma territorial que orden el caos actual.

Frente a ello, mientras la actividad parlamentaria se paraliza, a las direcciones autonómicas de presupuestos solo les llegan órdenes desde Madrid de nuevos ajustes, para que los datos macroeconómicos no fallen, bajo la amenaza de quedar fuera del reparto de fondos que Montoro dosifica hábilmente desde la capital para que nada se le escape. Cataluña está intervenida y teledirigida, pero no es descartable que muy pronto el titular de Hacienda tenga que hacerse cargo de las cuentas de algún otro territorio, harto de estar a merced de las dádivas de Madrid y cuyas decisiones ya están marcadas mas por ganar votos que por gobernar. Y en ese contexto, vale todo. Una buena intervención de Montoro pueden ser muchos votos de ciudadanos enfadados.

Ya lo dijo Felipe González al final de sus mandatos, se gobierna siempre contra Hacienda, que es quien marca lo que se puede y no se puede hacer. Pero por aquel entonces no había tantos móviles ni la gente estaba superconectada en internet y tenía acceso a tanta información como ahora. Cualquier ciudadano puede comprobar hoy con facilidad las distorsiones autonómicas sin justificación que se sufren en los servicios públicos básicos que reciben. La brecha de gasto en sanidad por habitante de más de un 50% que hay entre los diferentes territorios se deja notar. Unos barones regionales ajustan el gasto de una manera (menos camas, más lista de espera, gestión privatizada de hospitales, etc.); otros lo hacen de otra (recuperación de hospitales privatizados, gasto diferido a centros especializados, etc.), pero tanto los de un partido como los de otro, se adaptan como pueden para camuflar como bueno un servicio que discrimina según las rentas. Tampoco es difícil ver que unas comunidades autónomas se gastan el doble que otras en educación (por habitante) y que sus jóvenes salen mejor formados y con más opciones de tener trabajo y un buen sueldo. Mientras, perdemos el tiempo en tener más o menos clase en español, en catalán o en inglés, para distraer la atención de la gente.

Si el primer año tras las elecciones se perdió sin formar Gobierno, el segundo (el de los pactos) no ha servido para sacar adelante la cuarta parte de las leyes que se deberían haber sacado, en el tercero estamos perdiendo el tiempo con Presupuestos sí o no por pura ceguera política, pendientes de todas las elecciones que llegan a partir del cuarto, va a ser la Legislatura más absurda de la democracia. Con un problema grave: la parálisis económica que con todo ello se genera, aunque no se vea a corto plazo, la pagaremos a medio y largo plazo, por el retraso en hacer reformas y en mover inversiones, siempre temerosas de la incertidumbre política. Mientras, las diferencias salariales no se compensan y hay cada vez mas distancia entre las clases pudientes y las que no lo son, se genera un caldo de cultivo muy peligroso para un momento político tan débil. Sin Presupuestos ni iniciativa política y con la lava electoral quemándolo todo poco a poco, estamos ante un adelanto de elecciones claro, o ante una tormenta socioeconómica de consecuencias imprevisibles. De nada sirve crear empleo sin unos salarios decentes. Ni crecer sin progreso social. Cataluña es el mejor ejemplo de lo que puede ocurrir cuando a la gente se la deja de la mano de Dios demasiado tiempo.

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