OPINION

Todos somos El Corte Inglés… además de sus cien mil trabajadores

Imagen del exterior del centro de El Corte Inglés en Callao (Madrid).
Imagen del exterior del centro de El Corte Inglés en Callao (Madrid).

Cuando sales fuera de España a vender la imagen del país y presumir de los hitos que sus empresas han logrado, una de las marcas de referencia a la que siempre se alude, aparte del Real Madrid y el Barcelona y sus estrellas, es El Corte Inglés. Por más sofisticación de los servicios y metros cuadrados de ocio que haya en los grandes parques comerciales, dar una vuelta por alguno de los centros más emblemáticos de El Corte Inglés es siempre algo más que ir de compras, se acerca incluso a una forma de levantar el ánimo y cargar las pilas, ya sea comprando o ya sea viendo lo que te vas a comprar cuando tengas dinero.

A nivel profesional, incluso quienes nacimos y trabajamos en los pequeños comercios familiares de provincias, aprovechamos desde muy jóvenes los paseos entre los pasillos de sus centros de alimentación para ver como colocaban los mostradores y atendían al público sus profesionales, simplemente porque sabíamos que, si estaban ahí, eran los mejores. Una pequeña innovación en sus expositores y sus planteamientos de venta podía ser en ese momento (hace más de 30 años) una gran avance en una pequeña tienda de las afueras.

Estoy seguro de que ese sentimiento de admiración, personal y profesional, que mucha gente tiene hacia El Corte Inglés, todavía perdura y es un valor que casi va con el ADN de la empresa. Pero precisamente es ahí donde la ha salido el mayor de los problemas en estos momentos, en el ADN y el conglomerado familiar que hay detrás del que puede ser uno de los grandes ejemplos empresariales de los que este país puede presumir en cualquier parte del mundo. El enconamiento familiar que ya nadie oculta ni tiene problema en difundir está descolocando y desbaratando la percepción pública de calidad, servicio y profesionalización que siempre ha tenido, de una forma que empieza a ser preocupante.

Las guerras familiares aireadas en el seno de la empresa están empezando a preocupar a los más avezados analistas de la capital. Banqueros, economistas, juristas y ejecutivos de todo tipo no ocultan ‘soto vocce’ el riesgo que supone para la compañía de distribución, en pleno reto de reconversión del sector, la escalada de acritud que se deja ver en su consejo. Unos por otros, y sin entrar a valorar quien tiene o no la razón, la trama revelada cada día conlleva un daño reputacional que ninguna firma se puede permitir, ni siquiera los mejores. Y lo que mas llama la atención, sobre todo los que dirigen grandes compañías: se puede poner en peligro una empresa casi sistémica para la economía española, de la que dependen en nuestro país 100.000 familias.

Es evidente que la sangre no ha llegado al río todavía y que se trata de una sociedad con buenas cifras de negocio, aunque pendiente de una reestructuración obligada dentro del nuevo marco competitivo de la distribución comercial, trastocada por el comercio electrónico, la evolución de la logística y el nuevo consumidor, que ya no es aquel joven que iba a copiarles los mostradores para su pequeña tienda. La irrupción de gigantes como Amazon es imparable; Inditex ha roto los esquemas del venta por internet porque en su día fue la más atrevida; Mercadona ya tiene su esquema de comercio electrónico para no perder el liderato, y todas las enseñas deben aprender e innovar cada día para no quedarse atrás. El Corte Inglés, también.

Uno de los últimos trabajos publicados sobre la empresa familiar y elaborado por el consultor y fiscalista Basilio Ramírez Pascual bajo el sugerente título “Los desafíos de la empresa familiar: la final línea entre el éxito y la destrucción”, analiza de forma muy práctica algunas de las claves en la difícil tarea de conducir bien el proceso de sucesión en este tipo de empresas, que son cerca del 89% de los negocios privados que hay en España y acaparan el 67% de su empleo. Pero los datos demuestran que los conflictos familiares son el principal problema de estas sociedades, hasta el punto de si no se saben apartar del consejo de administración y bloquean una gestión profesionalizada, pueden poner a la empresa “contra las cuerdas”. Separar las decisiones y los enfrentamientos familiares en un ‘consejo de familia’, que evite situaciones fuera de lugar en el consejo de administración (y en la opinión pública), es la solución más manida por los expertos.

Más allá de teorías económicas y tecnicismos, El Corte Inglés no es solo un centro comercial al uso, es parte de la esencia empresarial de este país y todos los que vamos a sus centros, a comprar o a pasar el rato, no queremos ver como se desmorona ni que pierda su tradicional capacidad de sorprender al consumidor, algo ya muy complicado en un sector tan competitivo. Y además, bueno es repetirlo, de ello dependen 100.000 familias.

Mostrar comentarios