Marca de Agua

La tercera ola pone en jaque a las elecciones catalanas

Vicepresidente de la Generalitat.
La tercera ola pone en jaque a las elecciones catalanas.
David Zorrakino / EP

Con la tercera ola golpeando furiosa a las puertas de los hospitales, el virus reclama ya su tributo por las horas extras de las fiestas navideñas y pone en peligro las elecciones catalanas. La principal cita política del nuevo año, llamada a rescatar el gobierno autonómico secuestrado por los fanáticos, está en trance de decaer y, con ella, las esperanzas de quienes ansían un cambio urgente de rumbo. Es decir, de vuelta a la legalidad y al respeto constitucional.

Cataluña está rota, enferma y empobrecida. Los últimos tres años ha padecido la peste del separatismo suicida y criminal. A su paso, los sediciosos han dejado odio, pobreza y desprestigio. También desesperanza. Y miles de familias rotas. La Generalidad golpista no sólo dañó la reputación de lo catalán, también la del resto de una España que es vista desde fuera con la indulgencia reservada a los países tribales. Con toda razón, la mayoría catalana está harta de todo, especialmente de los salvapatrias que en plena pandemia han dimitido de su obligación de salvar vidas.

Pero la anhelada vacuna contra todo ello tal vez tenga que esperar ante el acoso incesante del coronavirus. Durante los próximos días irá en aumento la presión de la pandemia sobre los candidatos, confinados al plasma, aislados de sus incondicionales y más inseguros que nunca. ¿Qué hacer cuando las UCI amenacen colapso otra vez? ¿Qué decir cuando repunte la mortandad? ¿A dónde mirar, acaso hacia el ministro de Sanidad que es al mismo tiempo el candidato socialista, juez y parte en medio del tsunami? Y la duda más inquietante: ¿cuántos votantes, estabulados por edades, tendrán la audacia de hacer cola en el colegio electoral?

Los políticos catalanes se han dado hasta el viernes 15 para tomar la decisión de seguir adelante o desconvocar. Si se atuvieran estrictamente al criterio médico, no dudarían en aplazar seis meses las elecciones. Incluso por escrúpulos jurídicos deberían valorar si la normalidad democrática es compatible con la anormalidad social. Los riesgos de mirar para otro lado son elevados y los réditos, inciertos. Además, el proceso de vacunación, cuyo arranque despertó tanto optimismo, parece naufragar entre la inoperancia del Ministerio de Sanidad y la ineficiencia del gobierno autonómico.

En tales circunstancias, acudir a las urnas se convierte en una especie de lotería con un sólo ganador cantado de antemano: la abstención. Así lo demostraron las elecciones municipales francesas, cuya segunda vuelta se celebró en junio pasado. Pese a la relativa normalidad recuperada en el país vecino, más del 60% de los electores decidieron quedarse en casa. Baste añadir que, tras la abstención, los que sacaron más tajada fueron los populismos nacionalistas.

A un escenario electoral tan incierto, hay que añadir, más a más, una fragmentación cívica y política de proporciones atómicas, la desgarradura social infligida por los golpistas y los efectos letales de una crisis económica agravada por la huida de 8.000 empresas catalanas, la mayoría para buscar refugio en Madrid.

Como es natural, cada partido político sopesa las ventajas e inconvenientes para sus intereses de postergar los comicios. Para ERC, el favorito de las encuestas como líder del bloque separatista, un retraso electoral sería contraproducente porque daría oxígeno a Puigdemont, a la vez que añadiría crispación a la espera. A los socialistas, que confían en rentabilizar la sorpresa del 'efecto Illa', también les descoloca el aplazamiento, del que no podría sustraerse el ministro de Sanidad sin dar explicaciones por su inoperancia. Además, se incrementaría la presión sobre Sánchez para acelerar los indultos a los golpistas encarcelados. El pretexto de que “todos cometimos errores” es no sólo ofensivo para jueces y ciudadanos, sino también insultante para la mayoría de catalanes que se mantuvo fiel a la Constitución frente al acoso de los sediciosos. Mantener la impostura es abundar en el insulto. Finalmente, el partido de Inés Arrimadas no desea tampoco prolongar una agónica espera que le desangra día tras día en votos y dirigentes.

El 2021 arranca como terminó el desdichado 2020: con incertidumbre sanitaria, con desconfianza en el gobierno sanchista y sin esperanza en una cercana remontada económica. Al tiempo, los catalanes rumian una tensa espera electoral. Que el ministro Illa combine con desparpajo su cargo oficial y la condición de candidato invita a sospechar que no cree demasiado en el 14 de febrero. El año va para largo.

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