Marca de agua

Sin corazón, sin lengua y sin cerebro: el modelo educativo de la Ley Celaá

Isabel Celaá
Sin corazón, sin lengua y sin cerebro: el modelo educativo de la Ley Celaá.
EFE

Doña Isabel Celaá debe a las monjas del Sagrado Corazón de Bilbao su tierna formación intelectual y moral, por lo que en justa correspondencia ha esperado a ser ministra de Educación para vengarse. Les está bien empleado; a las dos partes. Qué manera más tonta de perder tiempo y dinero. Total, para llegar a la conclusión de que los hijos no son de los padres. Ni siquiera de las madres superioras. Qué lástima de final para una educación en principios.

Lo peor de los traumas de la señora Celaá es que la factura del psiquiatra la pagamos los demás. En especial los casi dos millones de padres que cada curso deciden educar a sus hijos en colegios religiosos concertados, lo que viene a representar el 25% del alumnado español. La demanda de esta opción educativa, amparada por la doctrina constitucional, es superior a la oferta, al punto de que no son infrecuentes los casos de progenitores que recurren a trucos y ardides poco ortodoxos para lograr una plaza.

En vista de ello, la 'ministra monja' ha cortado por lo sano y de la ley que perpetra en los chiscones del Congreso ha suprimido la "demanda social" como criterio en la planificación escolar. Qué sabrá la gente lo que le conviene, menos aún a sus hijos. Para muestra, su propio botón. Así pues, la Lomloe, que literalmente significa Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación (habría que ajusticiar al guionista), ha extirpado de su articulado el corazón de la enseñanza concertada, incluido el Sagrado Corazón de Bilbao.

Para completar la terapia Celaá, solo falta que otra hija de Acción Católica, la demóstenes y simpar ministra de Hacienda, ejecute su amenaza de aplicar el IVA a los colegios de la Iglesia. A pesar de que el Estado se ahorra 11.700 millones de euros anuales gracias a esos colegios.

La consecuencia inmediata será un encarecimiento inasumible para cientos de miles de padres, incluidos inmigrantes y de limitados recursos, que gracias a la concertada accedían a una educación de alta calidad. Cuando los progres quieren redimirse de las privaciones que nunca pasaron, quien se queda sin bocadillo es el pobre.

Sin merienda y sin lengua. Ésta de la lengua es la segunda mutilación que la corazonista Celaá se apresta a ejecutar en la Lomloe con la misma técnica de Jack el Destripador. Naturalmente, la ha pactado con ese amasijo de despojos que es la mayoría Frankestein, sobre la que se sienta blandamente Pedro Sánchez. La componenda estipula que, a cambio del voto favorable en los Presupuestos, el Gobierno entrega a los separatistas la amputación del español como lengua vehicular de la enseñanza en toda España, incluida la zona catalanoparlante.

A resultas, el Gobierno progre humilla a la mayoría catalana castellanohablante, cuya lengua es relegada oficialmente en la escuela como subalterna del catalán. La Stasi lingüística ya es dueña absoluta del patio de recreo. Ahora, que Illa, Iceta y todo el PSC en pleno lo expliquen a sus votantes.

Sin corazón y sin lengua, el cerebro sobra, piensa doña Celaá. Incluso piensa que sobra esa antigualla de calificar a los alumnos con aprobados y suspensos, ya no digamos con notables y sobresalientes. ¿Dónde se ha visto mayor atentado al espíritu igualitario del Gobierno sanchista? Nada, nada, se suprimen los suspensos, que pasan por ley orgánica a una especie de Aprobado Mínimo Vital para ir subiendo de curso hasta conseguir el premio Nobel.

Lo sorprendente no es que el engendro de la Lomloe legalice el aprobado general; lo que pasma es el silencio lanar de los profesores y sus bulliciosos sindicatos. Si no hay suspensos no hay valoración equitativa ni atribución justa del mérito. Da lo mismo ser listo que tonto. ¿Para qué sirve, entonces, el magisterio del profesor, para qué su esfuerzo, si la suma es cero? ¿Qué papel les reserva la nueva ley, más allá de pasar lista, si es que la asistencia aún es obligatoria? El modelo educativo del sanchismo es convertir la escuela en guardería y a los profesores, cómplices con su silencio, en vigilantes del rebaño.

Sin corazón, sin lengua y sin cerebro, la Lomloe de la señora Celaá garantiza la piadosa eutanasia a un sistema de enseñanza ya en coma inducido. Comprenderán que en este contexto, los hijos, más que de los padres, serán de Frankestein.

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