Opinión

¿Vuelve la inflación?

Nadia Calviño
La ministra de Economía, Nadia Calviño.
Europa Press

En los años setenta y ochenta la inflación era una de las principales preocupaciones de la sociedad y de los economistas. Todo comenzó con la creación del cartel de la OPEP, cuando los productores de petróleo decidieron multiplicar por varias veces el precio de esa materia prima. Las economías industriales eran 'petróleo adictas' y fue una crisis muy complicada de gestionar.

La economía estudia la inflación desde hace milenios. La inflación afecta a la eficiencia y al PIB y el empleo pero también es un fenómeno de redistribución de la renta, entre individuos y entre países. Aquella crisis supuso un fuerte aumento de los precios de importación en las economías desarrolladas, déficits y deuda externa y una mejora sustancial de la renta de los países productores en detrimento de los países consumidores. El fenómeno fue como meter un nuevo impuesto pero la recaudación no revertía dentro del país en pensiones, sanidad o educación y acababa en otro país, habitualmente cerca del Golfo Pérsico.

En el nuevo mileno, la inflación mundial de precios al consumo estuvo controlada. La inflación promedio de los países desarrollados estuvo próxima al 2%, una tercera parte del promedio de los años ochenta, y con una volatilidad muy inferior. Pero el mundo vivió los efectos de la inflación de activos y la euforia financiera. Tras el pinchazo de la burbuja financiera en 2008, el mundo se enfrentó a un riesgo real de deflación por primera vez desde la Gran Depresión, hacía ochenta años.

Las exportaciones asiáticas, especialmente chinas, han aumentado mucho su cuota de mercado y han supuesto en la práctica una rebaja del salario medio mundial. Eso ayuda a explicar que este verano me haya podido comprar un traje de la misma marca y al mismo precio que mi primer traje en los años noventa. Otro fenómeno que ayuda a explicar que la inflación de consumo haya estado contenida ha sido la revolución tecnológica. La tecnología permite producir mucho más sin necesidad de subir los precios. Los dos fenómenos también han provocado intensos efectos de redistribución de rentas que explican el descontento con la globalización y las crisis institucionales en la mayoría de países desarrollados.

Los dos fenómenos han provocado intensos efectos de redistribución de rentas que explican el descontento con la globalización y las crisis institucionales en la mayoría de países desarrollados.

El mundo anterior a la pandemia transitó de inflaciones galopantes e hiperinflaciones, a estabilidad de precios de consumo, pero con burbujas financieras varias, deflación de consumo y financiera. El Covid provocó una depresión de demanda derivada de los confinamientos. Pero también una crisis de oferta al tener las empresas muchas restricciones para producir, sobre todo en las cadenas logísticas. El pasado año la inflación de consumo en los países desarrollados estuvo próxima al 0% fue de las más bajas de los últimos cuarenta años. Bajaron los precios del petróleo, del gas en los mercados internacionales y de la luz y la gasolina en España.

Por lo tanto, para analizar el repunte de los precios actuales conviene compararlos con los niveles de 2019 para eliminar ese efecto deflacionista que provocó la pandemia. En segundo lugar, la inflación es un fenómeno generalizado y permanente. En el IPC de julio, el repunte de inflación lo explica los precios de la energía y los alimentos no elaborados. Los precios industriales y de servicios no energéticos aumentaron tan sólo un 0,5% anual y siguen más próximos a un problema de deflación que de inflación.

En las crisis conviene seguir los protocolos médicos de urgencias. Lo primero y fundamental es mantener la calma, lo siguiente es sedar al enfermo y la clave es intervenir rápido y con precisión. El problema que ha generado alarma se centra en el precio de la luz y conviene mantenerlo acotado ya que el resto de precios de la cesta de la compra está estable y la mayoría de empresas, sobre todo las pymes, están descapitalizadas y una buena parte aún en pérdidas. Una subida de salarios generalizada para aliviar este problema provocaría cierre de empresas y destrucción de empleo.

En abril del pasado año, los precios de la luz que pagamos los españoles se desplomaron hasta su nivel más bajo desde la crisis de 2009. Eso sucedió con el mismo mercado marginalista que ahora está demonizado y con el mismo nivel de oligopolio en el sector gasístico y eléctrico. El mercado mayorista está regulado por la Comisión Europea en el intento de crear un mercado único europeo. La mayoría de propuestas que se comentan en los medios generalistas nos sacarían del mercado único europeo y nos situarían con Polonia y Hungría en contra de Bruselas. Con billones de euros de fondos europeos en juego sería un suicidio político y social para todos los españoles.

Por ejemplo, Francia está negociando el encaje de sus centrales nucleares con un precio fijo y aún no está claro que lo vaya a conseguir. Sería más sencillo debatir y aprobar medidas que encajen en la regulación europea y reducir la demagogia a niveles de nuevo sostenibles. El Gobierno reaccionó rápido bajando el IVA y demás impuestos vinculados a la electricidad y consiguió reducir el precio que hemos pagado los consumidores en julio. Lo ha hecho de manera transitoria para que no afecte al déficit estructural.

La mayoría de propuestas que se comentan en los medios generalistas nos sacarían del mercado único europeo y nos situarían con Polonia y Hungría en contra de Bruselas.

Ahora anuncian que están revisando toda la fiscalidad vinculada al precio de la luz. La estrategia europea de los fondos europeos pasa por descarbonizar y electrificar la economía y un precio de la luz elevado provocará rechazo social y poner en riesgo el plan. Si hay bajadas de impuestos permanentes, deberían ir acompañadas de una revisión completa y compensarla con otros ingresos públicos. La deuda pública está en máximos y el déficit público sigue en el 8% del PIB y pronto habrá que comenzar el ajuste fiscal estructural. Una bajada de impuestos sólo sobre la luz ayudaría a solucionar un problema, generando otro.

Otra medida que además sería pionera en Europa y que encaja en el sistema actual sería permitir que se firmen contratos por bloques a precios distintos que el mercado mayorista. Eso permitiría que las fuentes primarias más baratas puedan vender su electricidad a clientes directamente y a precios más bajos que en los mayoristas. Esto ya está permitido y se está haciendo para contratos a largo plazo y sería necesario cambios de regulación para institucionalizarlo a corto y medio plazo. El efecto sería el mismo que se pretende con la intervención en la nuclear e hidráulica y compatible con el objetivo de descentralización de Bruselas y los fondos europeos.

A diferencia de la crisis de los años setenta, ahora parte del aumento de los precios de la energía se quedan en Europa. Por ejemplo, los derechos de emisión de dióxido de carbono lo cobran los gobiernos y compensan las rebajas de impuestos anteriormente propuestas. El problema actual está en el gas que será clave en la transición energética. Se están generando falsas expectativas con el hidrógeno, pero tardará años o décadas en ser económicamente viable. Europa depende de Rusia y el Norte de África para importar gas. Con Rusia todo es más complejo, pero es el momento de potenciar el desarrollo económico en el Norte de África. Además de garantizar menos inestabilidad social y política y el suministro de gas, mitigaríamos los flujos migratorios y serían consumidores potenciales de productos y empleos europeos.

En España, la energía fotovoltaica y el autoconsumo han reducido significativamente la intensidad del oligopolio eléctrico, con más oferentes en el mercado y menor poder de fijación de precios. Sin embargo, el oligopolio del gas sigue casi igual que hace veinte años, aunque sorprendentemente nadie habla de ello en los medios. Llega el invierno y los consumidores pagaremos mucho más de gas y calefacción que de luz. Por eso el Gobierno y la CNMC deberían avanzar en regulación que permita más oferta y competencia en ese mercado. Por ejemplo, la posibilidad de grandes consumidores industriales para comprar su propio gas y hacer uso de la red para consumirlo. Ahora es una misión imposible.

La revolución energética bien gestionada supondrá para España disponer de una energía abundante y más barata que nuestros socios europeos. Se que es complicado, pero todos los partidos deberían hacer un esfuerzo en conseguir consensos en la transición. Los medios de comunicación que tienen una grave crisis de modelo de negocio y financiera que la sufren principalmente sus trabajadores con unas condiciones de precariedad muy elevadas también deberían hacer un esfuerzo de poner las largas y entender que nos jugamos el futuro de millones de empleos en esta transición. Es similar a lo que sucedió en la transición a la democracia en la que los medios fueron determinantes para el éxito. Los ciudadanos están cabreados, indignados y descreídos pero lo que ha pasado este verano con el debate del precio de la luz es como escupir con el viento en contra.

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