OPINION

¿Es el PIB un buen termómetro para medir la evolución de la economía?

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EUROPA PRESS - Archivo

Recientemente habrán leído y escuchado en todos los medios de comunicación informaciones relativas a  la ralentización del crecimiento de la economía española. La razón: el INE publicó a finales de octubre el valor adelantado del crecimiento del PIB español durante el tercer trimestre de 2019 (aún no conocemos el dato definitivo). Según las cifras difundidas, el crecimiento se quedaría en el 2% interanual, lo que efectivamente supone un ritmo de avance del PIB algo menor que el registrado en los trimestres anteriores y alejado del 2,5% o incluso 3% que observábamos hace no demasiado. Con este dato y con los resultados de la última Encuesta de Población Activa, podemos decir que hay motivos para preocuparse por la evolución de nuestra economía en el futuro inmediato.

Pero más que abundar en esta idea, me gustaría invitarles a detenernos en una cuestión que suele pasarnos desapercibida, pues la damos por conocida e incluso la asumimos como evidente cuando, en realidad, no lo es tanto. ¿Por qué identificamos el crecimiento del PIB español con el crecimiento y con la salud de nuestra economía? Para contestar, hay que plantearse otra pregunta anterior. ¿Qué es la economía de un país, en este caso la española? Esta es la clave, porque no hay una contestación sencilla. Todos tenemos seguramente una idea aproximada de la respuesta, pero estoy convencido de que no nos resultará tan sencillo definir el concepto con claridad. Porque la economía, en esta acepción de “la economía nacional”, es un constructo humano y no un fenómeno natural que podamos observar, medir o cuantificar.

El PIB nació para superar esta dificultad. Su creación, hace más de 80 años, respondió al interés que los gestores económicos tenían en dimensionar el impacto de la Gran Depresión en la economía estadounidense. Precisaban de indicadores que pudieran ayudar a un buen diagnóstico para informar mejor la posterior toma de decisiones. Para ello, se desarrolló una variable capaz de sintetizar en un único dato el tamaño de la actividad económica del país. Esta variable fue el PIB.

Desde entonces, el PIB se ha convertido en el referente fundamental. Tanto que ha surgido un “culto” al crecimiento de esta variable como objetivo principal de la política económica y sinónimo de progreso y bienestar. Hay razones que lo explican, sin duda. Así, un ritmo alto de crecimiento del PIB va asociado a más creación de empleo, fuente principal de los ingresos para una mayoría de la sociedad. Además, otras muchas variables relevantes para el bienestar, como la esperanza de vida, están correlacionadas positivamente con el PIB per cápita.

Pero debemos ser conscientes también de sus limitaciones. De hecho, su creador, el economista Simon Kuznets, nunca pensó en el PIB como un índice de bienestar. Al fin y al cabo, el PIB es una mera estimación, ni siquiera una medición precisa, limitada al valor de los intercambios monetarios realizados sobre productos finales. Excluye muchos elementos que significan bienestar, como el tiempo libre, e incluye otros de muy dudosa aportación al bienestar – por ejemplo, suma por igual las actividades contaminantes y las que han de realizarse para subsanar los problemas medioambientales creados por las anteriores-. A esto hay que añadir que, aunque es bueno midiendo producción física –no olvidemos que se desarrolló en la era de la industria manufacturera-, el PIB presenta crecientes carencias en la cuantificación de actividades que generan servicios gratuitos o cuasigratuitos. Algo nada desdeñable ahora, pues el avance tecnológico ha permitido novedosas fórmulas de autoproducción, junto con enormes caídas de precios en determinados bienes y servicios, por ejemplo en la economía colaborativa y de plataformas.

En cualquier caso, lo cierto es que el PIB sigue siendo una referencia válida. No la única. Tampoco perfecta ni suficiente. Pero sí informativa sobre el pulso de la actividad económica. Y en lo que a la economía española respecta, indicativa de que la situación empeora.

*José Luis Álvarez es profesor en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Navarra.

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