En mi molesta opinión

Feijóo, aprende, sólo di lo que la gente entiende

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo
Europa Press

Alberto Núñez Feijóo, ese señor de Orense que gana elecciones incluso cuando las pierde, merece hoy que le escriban el nombre completo y con letras en hierro forjado, por su contribución al periodismo radioactivo y su valor a soltar en medio de un orfeón de opinadores unos mensajes complejos que contienen diversas lecturas. El principio básico para cualquier político es esencial, y Feijóo no es ningún novato para ignorarlo: si tu mensaje no es claro y simple, mejor cállate y no lo digas. Busca la frase que te convenga, suéltala y todo lo demás trágatelo. Y si no, que se fije en los ministros adiestrados de Pedro Sánchez que no sueltan ni media palabra de más, aunque les pregunten sobre el campo ellos responden sobre la luna: Bolaños, Alegría, Ribera… “yo sólo digo lo que quiere que diga mi jefe, sea verdad o mentira, así nunca meto la pata”.

El líder del PP ha descubierto en su propia piel cómo funciona esto de informar en medio de la trinchera mediática sin medir al milímetro las palabras cruciales. Cuando estás delante de un batallón de analistas correveidiles no puedes bajar la guardia ni creer que tú vas a ser más listo que ellos, y que ellos son almas cándidas que buscan descubrir la verdad por encima de todo, en lugar de preferir buscar los tres pies al gato ya que eso es el periodismo actual, el que da más juego y más polémica, que también se trata de eso. Como dice un amigo que conoce bien las cosas del comercio informativo, “los periodistas no buscan la verdad, los periodistas buscan exclusivas”… y si estas son blandas o escasamente interesantes, las retuercen un poco o un mucho hasta convertirlas en seductoras para su consumo en los medios.

Lo dicho por Feijóo acerca de los encuentros con Junts y Carles Puigdemont es un cúmulo de obviedades repetidas cien veces por los populares: “Hablamos con Junts unas horas y lo de la amnistía era inviable en todos los sentidos; con el indulto había importantes exigencias para Puigdemont, ninguna de ellas se aceptó y por ello nada sucedió”. Como diría Rajoy: Fin de la cita. En resumidas cuentas, el PP tanteo la vía independentista por si caía esa breva improbable de madurar con una amnistía imposible y un indulto condicional. Por su parte, los propios votantes del PSOE y cualquier ser con inteligencia sabe que las cesiones de un indulto que proponen los populares son más comprensibles y encajan mejor en el espíritu constitucional y en el deseo de casi todos los ciudadanos, antes que una amnistía difícil de tragar y de explicar.

¿Por qué Sánchez no quiere continuar con la senda de los indultos que tan bien le funcionó anteriormente con los presos del procés? Está claro que las exigencias de Puigdemont han sido mucho mayores, quería de entrada una amnistía y está a punto de conseguirla, pero se intuye también que no hubo una buena negociación por parte del Ejecutivo que cedió rápidamente a las exigencias del ex presidente prófugo, olvidando el gran interés que él también tenía por alcanzar una salida negociada. El presidente Sánchez prefirió aventurarse en la teoría del arrepentimiento por parte del Estado, exculpando de todo a los separatistas, y avanzando por el tortuoso camino de una amnistía forzada con calzador. Un capítulo que aún está por resolver, tanto en Madrid como en Bruselas.

Cuantas más cosas se van descubriendo de la servil y negociada amnistía -incluso limitar los plazos de instrucción de los jueces-, más argumentos tiene uno para rechazarla. Incluidos los ‘sanchistas’ conversos que en un principio la condenaron por ilegal, y luego se abocaron a ella por orden suprema de Sánchez. Todos ellos están forzados a tragarse este gran ‘sapo’ por culpa de los intereses de Puigdemont y del poder de Moncloa. Si se hubiera empezado con el indulto y con un plan de reconciliación como proponía Feijóo, para luego pactar ampliamente en el Congreso una amnistía general que buscara hacer tabla rasa por ambas partes, sin recriminaciones ni reproches, la inmensa mayoría del país lo hubiera entendido y aceptado en buena medida.

Pero hay algo que sólo gusta a los independentistas, y no a todos, y que en cambio enerva al resto de españoles que prefieren la unidad territorial y no desean ver ni en pintura los lazos amarillos. El problema radica en que el PSOE ha pactado con Junts una amnistía que atenta contra la Constitución y encima es injusta por unilateral, es decir, la reprimenda y la penitencia solo recae en una parte: la del Estado español y la de los ciudadanos no seguidores de la independencia. En cambio, los amnistiados parece que son angelicales y no han causado ningún daño, según establece la ley que desea aprobar Puigdemont. Algo que, evidentemente, no es cierto.

Pudo incurrir en equivocaciones el Gobierno de Rajoy, pero quien cometió los verdaderos errores y causó un grave delito constitucional e institucional fueron los soberanistas catalanes, algo que no se puede ignorar ni ocultar. Sobre todo, si quieres que se produzca una reconciliación formal, primero deberás aceptar la realidad de los hechos, y después todos tendrán que ceder en algo para alcanzar un verdadero reencuentro social. Aunque quizá el problema resida en que no todos desean que se alcance ese futuro en armonía. Los intereses de la política a veces son bastardos y suelen estar por encima de cualquier principio de fraternidad e igualdad. Por cierto, además de todo lo dicho, no olviden que esto sucede, sencillamente, porque el domingo hay unas elecciones autonómicas en Galicia. Cuando el río suena, agua lleva.

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