En mi molesta opinión 

La luz al final del túnel catalán: más cara y más arriesgada

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al futuro president catalán, Pere Aragonés.
La luz al final del túnel catalán: más cara y más arriesgada. 
Bruno Pérez | EFE

El Gobierno nos pide ahora que por la noche en lugar de planchar la oreja nos dediquemos a planchar a las dos de la madrugada camisas, camisetas, pantalones... lo que se tercie, y así en vez de descansar y cuidar el cuerpo, nos pongamos a currar de madrugada en casa para ahorrarnos unos euros en el recibo de la luz que desde ayer subirá aún más. Qué gran solución. Una luz que más que alumbrar ya deslumbra por su alto precio: en mayo pagamos la luz más cara de los dos últimos años, desde de 2018 no estaba tan por las nubes.

La culpa no es de los consumidores, ni de las inclemencias tipo Filomena, sino de los reguladores, como casi siempre. Y como siempre, los gobiernos que llegan al poder anuncian sacando pecho que ellos ordenarán el caos regulatorio en el sector eléctrico y reducirán el precio por el bien del ciudadano, que es el gran pagano y el peor parado en los tejemanejes de este servicio de primera necesidad. Pero no, cuando los políticos dejan de estar en la oposición y se instalan en el sillón y pisan moqueta les entra una amnesia repentina y se olvidan de sus promesas. Recordemos que en el fatídico recibo de la luz casi el 60% de lo que pagamos no es gasto real sino impuestos para compensar unos líos energéticos que nadie quiere recordar y nadie sabe solucionar.

¡Solucionar! bendita palabra. Pedro Sánchez no sabe o no quiere remediar lo de la luz, pero se ha empeñado en arreglar lo de Cataluña. ¿Hay luz al final del túnel catalán? Se nota que la cosa del Covid-19 va menguando porque ya vuelven a aparecer en primera plana los viejos fantasmas, que durante toda la pandemia han estado dormitando en la trastienda del interés informativo. Ahora Sánchez, con más sombras que luces, ha retomado dos cuestiones fundamentales: la mesa de diálogo y el indulto de los presos del “procés”.

El presidente del Gobierno tiene otra oportunidad para demostrar su habilidad y su buena estrella en los momentos difíciles. No tanto por lo que suceda en la mesa de diálogo, que puede dilatarse en el tiempo, sino en la peliaguda cuestión del indulto. Convencer a la mayoría de españoles de que esa medida de gracia es buena para todos requiere un arte dialéctico y de convencimiento que de momento no parece estar en el ambiente. Hoy por hoy, la gran mayoría de los ciudadanos ven en el gesto de Sánchez sólo una estrategia para asegurarse él la continuidad en Moncloa, con el apoyo de los votos de ERC.

Al principio, Sánchez quiso convencer a la sociedad de que su medida era buena porque hacer lo contrario sería entendido como una “venganza” y una “revancha” frente a la “concordia” que propone el Gobierno central. El problema de esta tesis es que el indulto ofrece generosidad buscando la enmienda y la complicidad de la otra parte, algo que de momento no parece que exista en los políticos procesados, ni en los nuevos mandatarios de la Generalitat. La idea machacona de que lo volverán a intentar pesa mucho en el ambiente, y es la muletilla demasiado repetida de los políticos independentistas.

Tal vez debamos realizar un ejercicio de comprensión hacia esos mencionados políticos indepes que a pesar de las circunstancias no muestran arrepentimiento. No es fácil, lo sé, pero en estos casos hay que saber ponerse en el lugar del otro. Y si nos ponemos en la piel de cualquier líder independentista nos daremos cuenta de que viven rodeados y amenazados por una sociedad -al menos el 40 %- que está frustrada y presiona constantemente, y además mantiene cierto odio a todo lo español. Hay que añadir a esta compleja situación la actitud indómita de Carles Puigdemont, que sigue con su principio de cuanto peor mejor. El líder del JxCat, fugado de la la Justicia, no aceptará ningún acuerdo que no le venga bien a él también. A ello hay que sumarle los múltiples beneficios económicos que Sánchez ha prometido para Cataluña si los ánimos se serenan.

Así las cosas, el Gobierno quiere aplacar la tensión con los independentistas con un indulto y mucho dinero, aunque los beneficiarios sigan con su actitud hostil. ¿Entenderán los españoles esta generosidad sin reciprocidad? ¿Olvidarán, con el paso del tiempo, el gesto impopular del Gobierno de conceder el indulto? Sánchez parece dispuesto a jugársela, y como recodábamos antes, sus apuestas fuertes le han salido casi siempre bien. Pero es necesario, y algo de ello ya se nota en las últimas declaraciones del presidente, de que no se culpe de “vengativos” a los ciudadanos que no entienden ni aceptan los indultos. Para beneficiar a unos, no es buen remedio insultar a otros.

Dividir aún más a España por culpa del problema catalán es una decisión poco inteligente. Cualquier ciudadano demócrata y con sentido común puede entender que sea conveniente encontrar cierta concordia con los políticos que hoy controlan la Generalitat, pero no a cualquier precio, y sin que la otra parte haga un mínimo gesto de equidad. Hoy día, Cataluña es una olla a presión que necesita una válvula de escape, pero para aliviar esa parte del problema habrá que hacer mucha pedagogía y explicar sin remilgos las ventajas reales del indulto, que no pueden ser personales ni sólo políticas.

La sociedad española se está encontrando ante el difícil dilema de tener que defender los indultos o atacarlos, y que esto suceda es una torpe estrategia que puede penalizar al Gobierno. Sería mejor buscar argumentos convincentes -que los hay- para que una mayoría pueda, si no entender, al menos sí aceptar como mal menor una generosidad hacia esos miles de catalanes que no se sienten españoles aunque lo sean según la legislación. El problema no se resuelve de manera “testicular”, sino con las leyes que determinan el Estado de derecho y la democracia, sin olvidar la generosidad y la fraternidad que son las claves de toda buena convivencia. Cataluña debe esforzarse por encontrar su acomodo en España, y España debe propiciarlo sin rencor. 

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