En mi molesta opinión 

La noche que Sánchez durmió mal por culpa de Felipe González

El Gobierno de Pedro Sánchez considera que el 'felipismo' está desenfocado de la 'realpolitik' española
La noche que Sánchez durmió mal por culpa de Felipe González. 
Europa Press

Desde que Pablo Iglesias decidió abandonar el barco de la política, por una decisión personal que todavía los expertos en huidas no han sabido descifrar con claridad, Pedro Sánchez se ha quedado como desguarnecido, falto de protección y de defensas. Y no es que el ex líder de Podemos se dedicara a ejercer de escudero del presidente cuando era miembro destacado del Ejecutivo, pero la inmensa mayoría de las críticas y de las “bofetadas” mediáticas se las llevaba entonces él, y eso ya era un modo de ser útil para los intereses de Moncloa, siempre tan preocupados en mantener impoluta la imagen del jefe supremo.

Iglesias hizo méritos sobrados para ser el más criticado del panorama político. Daba la impresión de que incluso gozaba con ello, con ser el centro de atención permanente. También se le notaba cierto disfrute ejerciendo el papel de ‘poli malo’, y su gran actividad institucional -por no decir la única- consistía en arremeter verbalmente con modos poco ortodoxos para la política contra todo lo que se moviera más allá de sus parámetros de extrema izquierda, ya fuera la propia democracia española, los empresarios, la Constitución, la jefatura del Estado, los periodistas, etc…

Ahora, aunque las aguas no bajan tan ruidosas gracias al mutis de Iglesias, Sánchez se ha quedado sin parapeto, sin un actor secundario a quien echarle la culpa y sobre el que desviar la atención y las miradas de la opinión pública y de la publicada. Sánchez vuelve a ser el único responsable a pecho descubierto y sin compartir los errores de todo lo que acontece en el Gobierno de la nación. Antes también era el máximo responsable, cómo no, pero tenía cerca a un vicepresidente de verborrea irrefrenable que no paraba de hacer ruido y de distraer la atención.

En pura lógica, ahora es Sánchez también quien se lleva las medallas de los aciertos, aunque en estos tiempos de crisis profunda y aguda escasean mucho. Siempre hay más desaguisados que reparar, que autovías que inaugurar o Francos que desenterrar. Por muchas vacunas que se pongan o informes futuristas como “España 2050” que se presenten, la realidad de 2021 no deja de ser cruel y no da para lucimientos: Las colas del hambre, los millones de parados, el triunfo de Ayuso, la subida de impuestos, el indulto a los presos del ‘procés' o el conflicto con Marruecos, por citar unos pocos, te amargan cualquier expectativa bonancible que pudieras tener. Por si no fueran suficientes los contratiempos, las encuestas demoscópicas detectan un cambio de tendencia a favor del PP, y quieras o no esos datos también acaban quitándote ese sueño que ahora -paradojas de la vida- ya no te quita Pablo Iglesias.

Aunque el mayor problema de Pedro Sánchez quizá esté dentro de su partido. No digo que él no controle con mano firme todo lo que se mueve en la sede de la calle Ferraz, sino que la imagen ideológica que hoy tiene el PSOE -fruto de decisiones y actuaciones gubernamentales- está siendo cuestionada por muchos de sus votantes y, sobre todo, por los ‘pata negra’ del socialismo español, que a la postre fueron los que hicieron crecer a este partido centenario convirtiéndolo en uno de los pilares de la reciente democracia española. Sin olvidar tampoco a esos miles de socialdemócratas que se sienten huérfanos porque no se ven reflejados en este PSOE que camina sin brújula y que hoy lidera Sánchez, con un estilo muy personalista y poco reconocible para un amplio sector de sus votantes.

Cada día son más los militantes desencantados que alivian su desazón recurriendo a la ironía. Y así, las históricas siglas PSOE ahora se rebautizan como ‘Partido Sanchista Oportunista Expañol’. Juegos de palabras aparte, el tema se torna grave cuando repasamos los resultados de las elecciones madrileñas del 4-M en las que los socialistas perdieron 13 escaños y cerca de 300.000 votos. La explicación razonada y el análisis sincero de esta dura derrota está todavía por llegar. Los líderes del actual PSOE siguen pensando que falló el electorado y no admiten, al menos públicamente, ningún error, y menos personalizarlo en el líder Sánchez. Se olvidan de que el buen resultado de Díaz Ayuso no responde sólo a su posible tirón personal o a su pretendido buen hacer político, muchos de los votos que se llevó la candidata del PP tenían un fuerte componente de “anti-sanchismo”.

Es verdad que los tiempos cambian y con ellos las instituciones. Sin embargo, en el caso de los partidos políticos estos deben transformarse pero manteniendo ciertas esencias que los hagan reconocibles para la mayoría de sus seguidores y votantes. Un partido no sólo responde a las inquietudes oportunistas y a los objetivos particulares del líder de turno; un buen partido político debe trascender y representar los intereses -mucho más amplios- de un colectivo que busca en esa organización social la defensa del bien común y la promoción de sus ideas e ideales.

Esta noche, las ideas y comportamientos de Pedro Sánchez y su cambiado PSOE tienen una revalida que superar en ‘prime time’. Pablo Motos entrevistará a Felipe González en ‘El Hormiguero’. El motivo -si es que fuera preciso- es el aniversario de su salida de Moncloa, un 26 de mayo de 1996. En esta entrevista de 50 minutos, esperada por muchos y temida por algunos, el ex presidente del Gobierno se dedicará a algo más que rememorar sus batallas pasadas. González, que sigue siendo militante del PSOE pero no simpatizante de Sánchez, nunca escurre el bulto y aprovechará la ocasión para analizar la abrupta actualidad nacional, los resultados del 4-M y los posibles ‘desaciertos’ que el actual presidente haya podido cometer como líder del PSOE y jefe del Ejecutivo.

De entrada el morbo está servido, luego veremos si las expectativas se ven cumplidas. Lo que es seguro es que Sánchez preferiría mil veces más que el entrevistado de esta noche fuera Pablo Iglesias antes que González. Como diría Winston Churchill: “La política siempre acaba por hacer extraños compañeros de cama”.

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