OPINION

¿Por qué el alcalde de Madrid destaca tanto sin ser tan alto?

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, frente a la puerta del Ayuntamiento
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, frente a la puerta del Ayuntamiento
EP

Qué tiene el alcalde de Madrid que no tenga el presidente del Gobierno? A simple vista todos dirán que mucha menos estatura física. Y es bien cierto. Pero si seguimos indagando, todos acaban reconociendo -salvo algún 'hooligan' paniaguado- que el alcalde, Martínez-Almeida, tiene más estatura política y más liderazgo que Pedro Sánchez. En lo que llevamos de crisis del Covid-19 sólo un gobernante ha conseguido el reconocimiento y el aplauso de la gran mayoría de la opinión pública -incluidos los piropos de Felipe González en Onda Cero- por su gestión: el alcalde de Madrid.

¿Pero qué ha hecho de especial Martínez-Almeida para merecer tal honor? A simple vista, nada del otro mundo que no pudiera hacer un buen político con olfato y ojo avizor. Supo anticiparse, demostrando buenos reflejos, y antes de que se decretase el estado de alarma ya ordenó el cierre de bares, terrazas, cines, parques, centros culturales y deportivos. Y antes de que se pusiera en marcha el plan de choque económico del Gobierno en Madrid ya se habían suspendido los plazos administrativos para todos los ciudadanos y se habían puesto en marcha ayudas fiscales como la rebaja en el IBI o en el Impuesto de Actividades Económicas. Aunque fuera en pequeñas cosas, o no tan pequeñas, supo anticiparse a las medidas de Sánchez. También supo, sin que se le cayeran los anillos de la dignidad, hablar con los anteriores alcaldes -Gallardón, Barranco, Manzano, Botella, Carmena, etc.- para recabar sus opiniones y su experiencia. Demostrando un 'fair play' político que dice mucho de su inteligencia práctica.

Desde el primer momento, Martínez-Almeida se ha dedicado a gestionar sus competencias pisando la calle y sin enredarse en especulaciones sobre su imagen o sobre si los ataques de la oposición son galgos o podencos. Es más, ha actuado, en la medida de sus posibilidades, con capacidad de liderazgo y sin criticar a los demás y sin justificar sus posibles errores, simplemente los ha corregido cuando los ha detectado o se los han indicado, sin intentar ocultarlos ni atribuírselos a la oposición. Ni tampoco tiene un departamento de propaganda -ni redondo ni cuadrado- que le monte estrategias que intenten abrillantar su imagen pública. Su manera de actuar es su mejor campaña.

Martínez-Almeida no tiene el empaque exterior de un gran político, ni tampoco es muy estirado ni muy soberbio, ni va pisando fuerte por donde pasa. No se le conocen ínfulas de altos vuelos ni de Falcons, a lo sumo cierta pasión de motorista despistado. Almeida, que tiene una cabeza privilegiada y bien amueblada como abogado del Estado, se dedica más a correr de un problema a otro sin perder la serenidad y sin pretender el aplauso fácil de la ciudadanía, buscando la eficacia ante las adversidades que la vida le pone delante. Desde el primer momento de esta crisis tuvo claro que a lo que se enfrentaba no era una oportunidad para el populismo o el lucimiento personal, sino que era una emergencia social en la que había que ser más productivo que oportunista. Y lo ha conseguido. Ha conseguido trasmitir seguridad y confianza a los ciudadanos.

¿Qué ha conseguido Pedro Sánchez, convertido en super jefe con mando único y máximos poderes, al que asiste todo el inmenso aparato del Estado, y que toma decisiones del calibre de confinar en sus hogares durante semanas -más de diez- a 47 millones de seres humanos? Pues la verdad es que hasta la fecha lo alcanzado por él y su Ejecutivo es poco edificante. Más allá de desquiciar a la población con dos meses de duro encierro, no ha logrado tranquilizar a los españoles con sus medidas sanitarias ni económicas, ni tampoco inspira mucha confianza ante el futuro que nos aguarda. El carisma y la empatía -fundamentales en cualquier situación y ahora más- se sacan a pasear y se ejercitan al máximo, siempre y cuando uno las tenga, ya que lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta. Y a Sánchez se le ven demasiado las costuras de la inseguridad y sus complejos de incompetencia. No saber alcanzar el apoyo de la oposición es más un demérito suyo que de los otros políticos. Es él, como eje central y presidente del Gobierno el que debe coser y unir los apoyos, que cada día escasean más; incluso sus socios de investidura, PNV y ERC, le están dando la espalda descontentos por su modo de actuar.

Para los incrédulos o forofos ciegos, ahí están las cifras de afectados y de muertos por Covid-19 en España que son todo un escándalo. El número de fallecidos por millón de habitantes es el mayor en todo el mundo, un triste récord que debería hacer reflexionar al Gobierno y a Sánchez, y debería obligarles a plantearse ciertas actitudes de soberbia y de escasa eficacia. No es propio de una inteligencia normal creer que toda crítica que se hace a la gestión del Ejecutivo responde a un interés político malsano. En vez de pensar que existen razones más que fundadas y evidentes de que la gestión ante la crisis está siendo confusa, defectuosa y mejorable, especialmente en el reparto de material sanitario y de tests, y por supuesto en el recuento de fallecidos.

Claro que es mucho más fácil acusar a los críticos de fachas o de oposición carroñera en lugar de tomar buena nota, rectificar y seguir trabajando. Sánchez y su Gobierno dividido actúan como un equipo tuerto, con un ojo en el problema y otro en las encuestas de opinión y en los medios de comunicación. Mientras tanto, la pléyade de ciudadanos amargados no para de recibir órdenes y contraórdenes desconcertantes; tan pronto las mascarillas no sirven para nada, como las mascarillas son imprescindibles y no se puede vivir sin ellas.

Lo que se valora en situaciones de emergencia como la que vivimos es la eficacia, la anticipación y, por supuesto, transmitir confianza. Pero el Gobierno está más en las labores de propaganda y crítica contra el rival político que en hacer bien su duro trabajo. Incluso quiere recortar más aún la libertad, ahora de información, con la excusa de evitar los bulos en las redes sociales. O quiere de paso arrinconar a una parte de la oposición porque discrepa y se comporta de manera radical, según el Vicepresidente segundo del Gobierno:“Hay que actuar para que la ultraderecha política y mediática no forme parte de nuestra sociedad”. Y Pablo Iglesias se queda tan ancho después de soltar este gran disparate que le define. Y es que el comunismo y la extrema izquierda no conciben que la libertad pueda ser utilizada para la discrepancia o el desacuerdo, cuando no son ellos los que la practican. La libertad solo se permite para el apoyo y la aceptación de sus ideas, el desacuerdo implica “echarte de la sociedad”, como ha dicho Iglesias.

El progresismo que promueve Pedro Sánchez, que no es una variante de la izquierda socialista sino del comunismo, choca frontalmente con el liberalismo de José Luis Martínez-Almeida. Para el segundo, la libertad implica discrepancia, y es capaz de luchar para garantizarla; los liberales hacen lo que ellos creen que está bien. Mientras que los progresistas como Sánchez o Iglesias, que aspiran a una sociedad más controlada y más limitada por lo público y por el poder del Estado, hacen lo que creen que es correcto, según sus intereses. De ahí que su defensa de la libertad de expresión sea siempre relativa y se base más en la posibilidad de censurar lo que no les gusta, que en permitir las opiniones disidentes. Es decir, no defienden tanto el derecho que tiene una persona a expresarse, sino que defienden más el derecho que tiene otro a callarte porque no le gustan tus ideas y te encuentra ofensivo.

En pocas palabras, al alcalde de Madrid le felicita todo el mundo, y no porque ayer día 17 de abril cumpliera 45 años, sino porque se ha convertido con humildad, esfuerzo y sensatez en el único líder capaz de inspirar confianza a la ciudadanía en estos tiempos de terribles crisis. Tiempos en los que quizá, como dijo Bernard Shaw, “los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia… ambos por la misma razón”.

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