En mi molesta opinión

¿Qué es peor: defender al Rey por la derecha o atacarlo por la izquierda?

El ministro de Justicia, Juan Carlos Campo
El ministro de Justicia, Juan Carlos Campo.
EFE

El próximo viernes, el rey Felipe VI estará en Barcelona. ¿Seguro? Sí, totalmente seguro. El propio Pedro Sánchez se encargará de llevarlo a presidir una entrega de premios, no sé sabe aún si en su flamante Falcon 900B, pero lo que sí está claro es que el presidente del Gobierno ha captado (o sus asesores y las encuestas han hecho que capte) la gran metedura de pata que supuso ningunear al Rey prohibiéndole ir a Barcelona a la entrega de los despachos a los nuevos jueces en la Escuela Judicial. Se acuerdan de los disparates que se dijeron, principalmente el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo: el Rey no debe ir para no crear tensión y así fomentar la convivencia. Patinazo, inmenso patinazo. No lo llevaron a Barcelona con la excusa de no subirles la tensión a los independentistas, y ahora lo llevan para rebajar la tensión al resto de España. Tenemos un Gobierno de mucha tensión pero de pocas luces.

La sociedad española, que a pesar de las últimas andanadas partidistas de la izquierda contra la institución, tiene muy claro que la monarquía parlamentaria es su mayor garantía democrática y de unidad, que ha propiciado los mejores años sociales, económicos y de paz en la historia reciente de España; sabe perfectamente que no es el Rey ni su presencia las que crispan o tensionan el ambiente en Cataluña, ni en ningún otro territorio español, sino que son los políticos con sus decisiones cainitas los que ponen en peligro la estabilidad institucional.

Pablo Iglesias y algunos de sus adláteres políticos y mediáticos pretenden hacer creer a los españoles que el Rey es el enemigo a batir y un problema para el país, y en el colmo del cinismo intentan convencernos de que es mucho más grave que la derecha defienda al Rey, a que la izquierda lo ataque y lo difame a sus anchas. El Rey debe ser y es neutral políticamente, en sus actos y declaraciones, y su única bandera es la defensa de la Constitución de 1978. Los reiterados ataques de la extrema izquierda al Rey, que Sánchez no condena sino que apoya con sus silencios, responden a una pretendida estrategia de desgaste monárquico para cargarse la Jefatura del Estado, e imponer un modelo con más predominio del Estado y menos libertades individuales, próximo a ese conglomerado neocomunista que surgió del Foro de Sao Paulo, tras la caída del Muro de Berlín, y que se reúne anualmente para dar rienda suelta a la nostalgia de los huérfanos del comunismo.

Este es su último objetivo, mientras tanto se conforman con desestabilizar la Corona con la aviesa intención de distraer la atención sobre los problemas reales que tiene España. Todo sirve con tal de que la sociedad no se percate de que estamos entrando en un enorme agujero negro pandémico y económico, y que los gobernantes que están al frente de la nación no son capaces de resolverlo, aunque sea mínimamente, porque sus aptitudes políticas responden más a la propaganda y al conflicto partidista que a la solvencia y resolución de los auténticos problemas de los ciudadanos. No hay nada mejor para este tipo de políticos criados en invernaderos universitarios -con mucha teoría y poca práctica- que organizar un problema ficticio para tapar un problema real.

Sánchez ha percibido (o sus asesores y las en encuestas han hecho que perciba) que la sociedad española está harta de los políticos actuales que desgobiernan la nación, y que frente a la figura del rey Felipe VI, y a pesar de los errores de su padre, Juan Carlos I, prefiere en su mayoría -casi un 70%- apoyar a la monarquía antes que tragarse los abusos y tejemanejes del Gobierno de coalición contra la figura del Rey. Por ello Sánchez se lleva a Felipe VI a Barcelona a intentar lavar su propia imagen, no tanto para rectificar su error sino para frenar la sangría de descrédito que ha vivido el ‘sanchismo’ y el Gobierno estos últimos días, y de paso dejar claro que sí, que el Rey es muy importante y que hay que cuidarlo, pero el Rey va donde Sánchez dice, cuando Sánchez dice, y eso también tiene su riesgo. El Rey no es de nadie, ni de derecha ni de izquierda, es el Jefe de Estado que ejerce de símbolo democrático y de árbitro neutral, y aunque tutelado por el Gobierno de turno goza de independencia institucional.

No creo que esta visita a Barcelona sea un cambio de actitud de Sánchez respecto a Felipe VI, seguro que las tensiones continuaran pero serán menos evidentes a ojos de la sociedad y de la prensa. El presidente sigue con su estrategia favorita de enfrentar también a los ciudadanos generando una mayor división que polarice a la sociedad, a la vez que consigue debilitar a los demás partidos políticos y a las instituciones, como queda demostrado con la monarquía o el CGPJ, para así ir acumulando él un mayor poder, frente al desconcierto e impotencia de los demás. Parece cada vez más palmario, que si las derechas y el centro derecha -hoy desunidas y desorientadas- no se unen en un solo partido, el ‘sanchismo’, apoyado en la muleta de Podemos y los partidos separatistas, va a tener larga vida para ir desmontando lo construido con bastante unidad y suficiente concordia en estos cuarenta años de democracia. El tiempo, el coronavirus y la marcha de la economía lo dirán, y pondrán a cada uno en su sitio.

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