OPINION

Sánchez y Torra, dos políticos "paranormales" atrapados por la realidad

Fotografía de Quim Torra y Pedro Sánchez / EFE
Fotografía de Quim Torra y Pedro Sánchez / EFE

El viaje de Pedro Sánchez a Barcelona para ver a Quim Torra  bien puede enmarcarse en un encuentro entre dos tipos raros convertidos por las avatares de la democracia en dos políticos “paranormales”, que empujados por las circunstancias deciden poner en juego su máxima política favorita: "gobernar es el arte de hacer creer". Tú me haces creer que me respetas y que me vas a dar aquello que no me puedes dar; yo te hago creer que te valoro y que no te voy a violentar más las leyes -leyes que durante un tiempo me he pasado por el forro-.

Apagada la luz del momento álgido y amortiguados los ecos del desfile ante los Mossos engalanados con alpargatas y chistera, todo suena a “Paroles, paroles, paroles”… y a un desconsuelo interior que se intenta disimular con más palabras altisonantes para que el 'público' -es decir, la sociedad engañada una y mil veces- siga creyendo que el espectáculo de la política debe seguir aunque los éxitos nunca se vean. Quizá por eso Torra se ha hecho poner entre los muros del Palau de la Generalitat una escultura de su artista favorito, Josep Llimona, cuyo título dice mucho: “El desconsol”.

La escultura es maravillosa, de eso no hay duda; así como su simbolismo, que se ve embriagado por la perpetua aflicción que barniza el alma de los catalanes, maestros en convertir las derrotas en epopeyas y en himnos nacionales. De hecho, “El desconsol” es lo primero que ven los visitantes que entran en la Generalitat por la Plaza de Sant Jaume. Es como un aviso para navegantes despistados: ¡Ojo, pocas bromas, que estamos de duelo! No llevamos brazalete negro, pero llevamos lazos amarillos.

Sin embargo, lo primero que vio Sánchez a su llegada a la Generalitat no fue la escultura de Llimona, sino a un afligido Quim Torra que lucha por abandonar su estatus de cadáver político y que ese día estaba algo feliz por echar una cana al aire y poder jugar a recibir al presidente del Gobierno como si fuera un jefe de Estado extranjero. Lo cierto es que el jueves Sánchez le echo una manita blanqueadora a Torra, quizá porque él también fue en su día un cadáver político, y le dan pena los colegas desahuciados. O porque para aprobar los Presupuestos hay que comerse muchos sapos.

Como dejó caer Sánchez en sus declaraciones tras la entrevista, “el actual president de la Generalitat” -poniendo cierto énfasis en lo de “actual”-, el todavía president le mostró a su ilustre invitado de Madrid -después de pasar revista a la remanguillé a los Mossos- la escultura de Llimona explicándole lo que simboliza, al menos para él, y que bien podría convertirse -si no lo es ya- en la musa del desconsuelo independentista.

Como es sabido y notorio, a Torra no le gusta respetar las leyes, al menos algunas leyes. Pero le chifla cumplir el protocolo. El jueves cuando entró Sánchez al Palau de la Generalitat lo segundo que le dijo Torra después de estrecharle la mano y darle la bienvenida fue lo de “creo que tienes que ir a mi derecha”.

No estaba buscando Torra el mejor perfil, sino cumpliendo el protocolo que le indica que la autoridad de mayor nivel o visitante debe ir por su derecha. Con esto no se juega. Una cosa es hacerse el rebelde sin pausa y colgar una pancarta, y otra parecer un president poco versado en las normas de protocolo y etiqueta. Además, con lo comprensivo que se pone Sánchez cuando nos visita sin que se le caigan los anillos, no era plan de entrar en una nueva guerra de símbolos.

Lo que más llamó la atención, al margen del “reencuentro” de los dos presidentes, fue la torpe -por exagerada- inclinación de cabeza que Iván Redondo, el poderoso jefe de Gabinete de Sánchez, le dedicó a Torra. Las cervicales de Redondo crujieron tanto como las redes sociales por esa muestra de respeto-sumisión. Lo cortés no quita lo valiente, pero en estos actos donde todo se mide al milímetro parecía que no venía a cuento confundir a Torra con el Rey de Cataluña.

De las esperadas reuniones que empezarán a finales de febrero, mucho se especula pero poco se sabe. Todos se preguntan cómo hará Sánchez para contentar a ERC y JxCAT sin saltarse la legalidad. El gran ‘nudo gordiano’ de este conflicto -ahora político, antes de convivencia- sigue siendo la autodeterminación, y una pretendida amnistía. Sánchez se llevó a Barcelona algunos 'regalos' en forma de 'money, money' que vendrán bien para atemperar los ánimos antes de que lleguen las reuniones. Por ahora, el llamado ‘souflé catalán’ pierde intensidad, e incluso gravedad. Todo esto está muy bien, siempre y cuando el precio de la paz social y política no implique saltarse las leyes o la Constitución.

Pero la gran cuestión de fondo del problema catalán está en saber encontrarle un nuevo acomodo a Barcelona/Cataluña dentro de la actual realidad española. En la época en la que Madrid era un “poblachón manchego”, como decía Paco Umbral, triste, gris y dedicado a los asuntos administrativos; y Barcelona era la guapa, la culta y la rica metrópoli de España, no había graves conflictos. Cada una se conformaba con su destino.

Pero cuando Madrid se convirtió en una atractiva y rica capital, a la vez que BCN perdía fuelle, empezaron los problemas, los 'celos' entre las dos principales capitales de España. Barcelona no supo gestionar su nuevo estatus y su futuro, y echó mano de su pulsión independentista para llamar la atención y conseguir por las 'malas' lo que no sabía/no podía gestionar por las buenas. Ahora, sin saber cómo cerrar la caja de Pandora, busca un nuevo papel y una nueva 'rentabilidad' dentro del siglo XXI y de la Historia de España. ¿Será capaz Sánchez y su Gobierno de encontrarlo y ofrecérselo? Soy optimista por naturaleza, pero no tanto.

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