OPINION

La biocapacidad y su repercusión socioeconómica

Los gases de efecto invernadero son una gran amenaza / Pixabay
Los gases de efecto invernadero son una gran amenaza / Pixabay

El último informe Planeta Vivo, que cada año publica WWF para dar parte del estado en el que se encuentra el planeta, muestra de manera inequívoca que el ritmo al que el ser humano está transformando su entorno desde los inicios de la Revolución Industrial crece de manera exponencial a partir de la década de 1950 y que, desde entonces, las actividades socioeconómicas humanas están interfiriendo de manera extraordinaria en los sistemas que sostienen la vida en la Tierra. Tal actividad socioeconómica se situó, a partir de la década de 1970, por encima de la capacidad que tienen los ecosistemas de producir los materiales biológicos que utilizamos y absorber los desechos que generamos (es decir, por encima de la biocapacidad del planeta), lo que significa que no podrá perpetuarse en el tiempo de manera indefinida.

Es como si partiendo de un capital que me renta 3.000 euros al mes (supongamos tasa de interés constante) llega un momento en que empiezo a gastar mensualmente, pongamos, unos 4.000 euros: ya no estaré viviendo de las rentas, sino que estaré gastando parte del capital, el cual ya no me rentará 3.000 cada mes, sino algo menos. Ese comportamiento, prolongado en el tiempo, me llevará a dilapidar por completo el capital inicial. Pues exactamente este fenómeno es el que está pasando en la Tierra actualmente: estamos consumiendo por encima de la capacidad que tiene el planeta de regenerar – de manera sostenida en el tiempo - lo que consumimos. Al principio podemos hacerlo, de hecho venimos haciéndolo desde la década de 1970, pero a costa de ir dilapidando el capital natural en lugar de vivir de las rentas de la naturaleza. Hasta que colapsemos, huelga decir. Y es que de seguir la tendencia actual, según apuntan todos los indicadores, se alcanzará con toda seguridad un colapso energético y ecológico mundial y, con él, un colapso económico, social, urbano y territorial, en definitiva, civilizatorio. Ahí es nada.

Para prevenirlo, debemos consensuar colectivamente (políticamente) una nueva forma de relacionarnos con el resto de la Biosfera de la que formamos parte, de manera que nuestro sistema socioeconómico se torne compatible (hoy no lo es) con los límites ecológicos del planeta. Por eso se habla tanto, estos meses, de transición energética, transición ecológica, descarbonización de la economía, etc. Se trata del mayor reto que tenemos como civilización en este siglo XXI, si de verdad queremos salir airosos de la formidable crisis climática que estamos provocando.

Descarbonizar nuestra economía requiere de la combinación de tres factores: reducción de la demanda neta de energía, despliegue de fuentes renovables de energía desde una óptica descentralizada, y mejora de la conservación de ecosistemas junto a un manejo de la tierra basado en la agroecología. Pero es que, de hecho, la reducción de la demanda energética es la única vía para poder limitar el incremento de la temperatura media global por debajo de 1,5º C en 2100, según el Informe Especial del IPCC.

Urge, por tanto, una nueva forma de relacionarnos con la energía (una nueva cultura de la energía en nuestra sociedad), orientada inequívocamente a la reducción de la demanda energética, y que se enmarque en esa nueva forma de relacionarnos con el resto de la Biosfera que decíamos antes, la cual tendrá por supuesto más ingredientes, que abordaremos en otro momento. Hoy me centraré en la nueva cultura de la energía, sobre la que a continuación expongo las que deben ser algunas de sus ideas-fuerza fundamentales:

1. La energía no es ilimitada, sino un bien escaso que debemos utilizar con responsabilidad y moderación. El ahorro es fundamental y, en consecuencia, la mejor energía es la que no se consume.

2. La energía viaja asociada a la materia. Si queremos ser sostenibles en lo energético, también debemos serlo en el modelo de gestión de los materiales, practicando economía circular y penalizando el transporte en el eje horizontal, tal y como sucede en la naturaleza, donde la vida se organiza mayoritariamente en estructuras verticales que siguen los gradientes de la luz y la gravedad. Nuestra civilización, en cambio, se desplaza enormes distancias horizontalmente, algo inédito en los sistemas naturales, gracias a la masiva utilización de combustibles fósiles. Vayámonos haciéndonos a la idea de que, cuando dejemos atrás los combustibles fósiles, tendremos que dejar de movernos como hasta ahora, tanto nosotros como nuestras mercancías: hay que repensar el sistema agroalimentario mundial, el turismo, el ocio, etc., etc.

3. Por lo anterior, sería perverso que accediésemos a una fuente prácticamente ilimitada de energía (fusión nuclear) puesto que entonces sería extraordinariamente difícil limitar el transporte en el eje horizontal, nos convertiríamos en una especie aún más insoportablemente derrochadora de lo que ya somos y no cerraríamos los ciclos de los materiales (no seríamos capaces de hacer una verdadera economía circular), desviándonos por completo de las reglas3 de funcionamiento de la Biosfera.

4. Atendiendo a las reglas de funcionamiento de la Biosfera, solo las fuentes renovables de energía deben alimentar nuestra civilización. Aspiramos a un modelo energético basado al 100% en fuentes renovables.

5. El acceso a la energía es un derecho universal y como tal debe ser protegido, en aras de la justicia social y la igualdad de oportunidades. El reconocimiento de este derecho parte de la consideración de la energía como un bien común, cuyos titulares son los individuos y los grupos, y no como una mercancía.

6. Lo anterior no significa que todas las demandas (que no necesidades; no son lo mismo) de energía sean legítimas y hayan de verse satisfechas: debemos establecer un principio de jerarquización de usos, de manera análoga a lo que ya hacemos con el agua.

7. La planificación energética es fundamental para prevenir impactos, jerarquizar actuaciones, desplegar medidas, garantizar derechos, evitar desigualdades, etc.

8. El ciudadano/a ha de estar en el centro del nuevo modelo energético.

9. A modo de corolario, un modelo energético sostenible ha de estar basado en la moderación del consumo (el ahorro), la eficiencia y las fuentes renovables de energía.

Luis Morales Carballo, Área Técnica de Cambio Climático y Transición Energética de la Fundación Renovables

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