Cuaderno de venta

OpenAi y Sora: la revolución irreversible de las IA hacia el nuevo 'Homo Artificialis'

Una mujer recreada por IA camina por las calles de Tokio.
Una mujer recreada por la IA Sora de OpenAi camina por las calles de Tokio.
Openai / Sora
Una mujer recreada por la IA Sora camina por las calles de Tokio.

La presentación en sociedad de Sora de OpenAi nos ha dejado perplejos. El salto cualitativo y cuantitativo que esconde la nueva inteligencia artificial (IA) pone los pelos de punta y genera más emoción si cabe que el de ChatGPT a finales de 2022, cuando ya entonces se podía tildar como una de las mayores revoluciones de la humanidad. Hace menos de 1.000 días, el descubrimiento de un nuevo mundo de posibilidades asomó la patita ante la opinión pública después de años de entrenamiento en oscuros centros de datos. Ahora, con Sora, el concepto de simulador hiperrealista con vídeo e imagen termina de rompernos la cabeza. 

Dicen que es la gran transformación económica y social en marcha con las IA tendrá un impacto equiparable al del Renacimiento, la Revolución Industrial, la invención de la electricidad o al surgimiento de Internet. Se puede ver en la comparación una exageración pero estamos asistiendo a algo similar. Quizá la existencia de la 'red de redes' se asemeja mejor al significado de lo que está por venir, solo que esta vez será mucho más rápido el desarrollo porque no depende en su totalidad de un ser humano, sino de la veloz e incansable mente artificial consumidora de bites y KWh. Internet tuvo un origen militar, crecimiento entre científicos y universidades, para su posterior salto comercial y empresarial que dado lugar a la disrupción de múltiples industrias y la manida digitalización. Lo de ahora va a ir más rápido. 

Sora no es la primera inteligencia artificial generativa que genera vídeos cortos a partir de órdenes por escrito (prompts). Google, Meta y Runaway tienen las suyas. Pero el nuevo desarrollo de OpenAi ha subido el nivel por la calidad, imaginación e hiperrealismo de los resultados que ofrece. De inmediato, el asombro ha dejado paso al temor. La potencia de fuego en malas manos convierte esta IA en una máquina de manipulación, desinformación y distorsión capaz de mostrar al mundo hechos que no han sucedido, pero también reescribir documentos audiovisuales sin que se note. Se infiere que podría colocar a una persona allá donde no estuvo. ¿La escena de un crimen? ¿Un encuentro inexistente? ¿Un discurso no realizado? 

El lado oscuro de las plataformas IA

El equipo de OpenAi liderado por Sam Altman, Mira Murati y Greg Brockman con el apoyo financiero y tecnológico de Microsoft se pone la venda antes de la herida ante las tremendas implicaciones éticas y de seguridad que acarrea el modelo de lenguaje hiperrealista de su IA. Prometen que lo someterán a pruebas para evitar el contenido falso, que incite al odio o contenga prejuicios. Que a su vez crearán herramientas para detectar creaciones engañosas o marcarán con metadatos las producciones de Sora. No parece suficiente. Las consecuencias para decenas de miles de profesionales que se ganan la vida con la imagen. Ilustradores, animadores FX, desarrolladores de videojuegos y la gigantesca industria del entretenimiento se enfrenta a la reinvención. Crear una película de ficción que compita con las costosas y complejas producciones actuales puede ser coser y cantar con un bajo presupuesto.

A OpenAi, que acaba de vender acciones de la compañía con una valoración de 86.000 millones de euros, hay que pedirle explicaciones sobre cómo ha entrenado y con qué a su IA. También a otras múltiples plataformas. No se puede enarbolar el discurso de la ética cuando existe la sospecha razonable de que las inteligencias artificiales han sido hasta ahora recreadoras e imitadoras del contenido existente con el que han sido entrenadas y alimentadas durante largo tiempo. Proliferan las plataformas que compran -o directamente roban- imágenes y textos sin pagar por ello. Incluso haciéndolo están vulnerando el derecho de sus autores a limitar temporalmente o los usos para los que se crearon. ¿Cómo se compensará a los escritores, periodistas, fotógrafos o artistas que crearon el contenido base sobre la que se asientan las inteligencias artificiales generativas? 

La era de buscadores y redes sociales que reenviaban a los usuarios y lectores al contenido original está herida de muerte desde hace muchos años. Las IAs solo son la confirmación de que esto es así. Microsoft, Alphabet (Google), Meta (Facebook, Instagram), TikTok o X-Twitter llevan años perfeccionando sus plataformas con el contenido ajeno, sembrando de penalizaciones y toda clase de discriminaciones en sus algoritmos para impedir que el usuario salga de sus servicios y llegue al contenido final creado por humanos. Solo el paso del tiempo permite ver en su justo contexto esta tendencia que las IAs generativas de texto o imagen han hecho evidentes. El debate necesario y la regulación llegan tarde frente a la innovación. 

Los peligros que representa son bien conocidos porque la imaginación, creatividad y documentación de los guionistas de Hollywood nos alertó.  Joshua (Juegos de guerra), Skynet (Terminator) o Jarvis (Ironman) han interpretado diferentes caras de la IA con vida propia, autónomas e independientes. Con ejemplos como Sora, metaversos como el de Matrix en el que los seres humanos viven en una simulación continua de la realidad, pero físicamente encerrados y enchufados a una máquina, no parecen tan lejanos. Las implicaciones y consecuencias son profundas. Como le recuerda en la segunda parte de la trilogía Merovingio a Morfeo en su debate filosófico sobre el libre albedrío en Matrix, "solo hay una constante, una verdad universal: la causalidad. Acción, reacción, causa y efecto. La elección es una ilusión creada entre aquellos que tienen poder y aquellos que no".

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