OPINION

Hay demasiados ambiciosos para tan pocas ambiciones

Brufau alerta del impacto de Libia y Venezuela en la gasolina.
Brufau alerta del impacto de Libia y Venezuela en la gasolina.
EFE

La lista de ambiciosos es larga. Y eso está bien. Parte del progreso se debe a la ambición de los individuos, aunque no todo, por mucho que se empeñen algunos. Lástima que a la larga lista de los ambiciosos le corresponda una corta lista de ambiciones. Incluso en cuestiones sociales clave, la ambición sólo alcanza al dinero. Pasada por la turmix del sistema económico, la ambición se limita al beneficio, el beneficio por acción, las 'stock options' y la renovación en el consejo. Dinero.

La introducción viene a cuento del enfrentamiento registrado entre el presidente de la petrolera Repsol, Antonio Brufau y la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera. Brufau abrió la caja de los truenos ante los accionistas de la petrolera. Al directivo no le gustan los planes del Gobierno de Pedro Sánchez , ahora en funciones, contra la descarbonización y el cambio climático. Considera, según explicó ante los dueños de la empresa, que el Ejecutivo español es demasiado ambicioso. Brufau quiere una transición “ordenada y posibilista”, según precisó.

El objetivo del presidente de Repsol es, sobre todo, mantener en funcionamiento el mayor tiempo posible el negocio más seguro para él, para su empresa y para sus accionistas. Su tarea consiste en encontrar hidrocarburos, extraerlos, refinarlos y venderlos al mayor precio posible para que sean consumidos –quemados- por el mayor número posible de clientes. Como Brufau, además de legítimamente ambicioso, es también listo, está intentando colocar a su compañía bien orientada a los nuevos tiempos. Busca oportunidades en las energías limpias y la venta de electricidad.

Pero los tiempos corren que se las pelan. La presión social contra la contaminación y el desarrollo tecnológico van por delante de los planes de transformación de los gigantes de los hidrocarburos. Y ahí es donde llega el choque. Brufau no está sólo. Cuenta con el apoyo de todo su sector, de la industria del automóvil y de buena parte de las grandes empresas a las que el futuro se les ha caído literalmente encima.

Cuestión de inteligencia

La ministra Ribera  ha contestado a Brufau de forma lapidaria: negar la realidad del proceso de cambio económico y social en materia de medio ambiente, explicó en la radio pública, “no es inteligente”. La industria a la que pertenece Brufau, remachó, no debe centrar el debate en mantener una estrategia que “les convierta en líderes en exploración y explotación de hidrocarburos en los próximos 50 años”. Esgrima a cuenta de las ambiciones.

Brufau alerta del impacto de Libia y Venezuela en la gasolina.
Brufau advirtió contra los objetivos  medioambientales demasiado ambiciosos. / EFE

Brufau no es el único que ambiciona un presente extendido. Uno en el que lo rentable conocido resista lo más posible frente a lo limpio por conocer. Sus colegas en el sector energético-eléctrico cultivan también la ilusión de que ya vivimos en el futuro que se nos prometió. Ya saben: más competencia empresarial, mejores servicios y precios justos. Sólo que no es verdad.

Veamos. Han pasado 22 años desde que comenzó la liberalización del mercado de la electricidad. Entonces los empresarios que con legítima ambición -faltaría más- controlaban el 100% del mercado eléctrico cabían en un taxi. Lo mismo que hoy. Las cinco grandes compañías distribuidoras del sector controlan dos décadas después el 86,5% del mercado eléctrico liberalizado. Todo bien. 

En ese futuro lleno de ambiciones se dijo que cabían nuevas tecnologías. Ellas convertirían a los usuarios en protagonistas con más poder, más autonomía sobre su consumo y, por lo tanto, sobre su gasto. Pero la realidad contradice las promesas. Así ha sucedido, también en el sector eléctrico, con el despliegue de los nuevos contadores digitales. Se han cambiado 27 millones de aparatos, cierto. Pero las ventajas del proceso iniciado hace diez años están por descubrir. El despliegue ha sido un éxito desde el punto de vista logístico, pero la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC) se tienta la ropa al analizar el asunto.

Derechos de los consumidores

En su informe sobre el despliegue, Competencia pide –se supone que al Gobierno de turno-que se flexibilice y se eliminen restricciones que limitan los derechos de los consumidores frente a las nuevas posibilidades de la tecnología. Se nos vendió a todos un proyecto ambicioso hace ya una década y la ambición -parece- se ha limitado a no soltar el control de los usuarios y de sus facturas. Demasiados ambiciosos con una única ambición: que no caigan los beneficios.

El abuso en el uso de las luces cortas oculta las curvas que realmente importan. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) comenzó hace 20 años a analizar y calcular la comparación entre el coste económico de las medidas para hacer frente a los problemas ambientales y el coste económico de no tomar dichas medidas; el coste de no hacer nada o de hacer poco. La cuenta no sale. El que fuera director del Banco Mundial Nicholas Stern lo estimó en 2006: el coste de la inacción equivalía a 20 veces el importe total de las medidas necesarias para frenar el cambio climático.

Por eso está bien empujar y está mal poner palos en las ruedas para garantizar el corto plazo. Es el choque entre quienes piensan en objetivos más allá de la simple ganancia y aquellos que sólo tienen como objetivo el beneficio, cuanto más rápido mejor. Ribera, y su jefe Pedro Sánchez, parecen haber elegido ir al cuerpo a cuerpo. Pero lo tienen difícil. A no ser que logren tentar a la liga de los ambiciosos con su única ambición: el dinero. Suerte.

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