Un acuerdo aparente al que le falta su base más sólida

    • El pacto que ha propuesto Rivera, y yo no dudo que con buena voluntad, necesita una base sólida que no es otra que el apoyo del PP.
    • Para conseguirlo es necesaria la iniciativa de una negociación de Sánchez con Rajoy que parta de cero, que borre su inquina hacia los populares y que depure el acuerdo.

La propuesta de reforma constitucional de Albert Rivera al Partido Socialista, que escenificó oportunamente en una rueda de Prensa, era en realidad una llamada al Partido Popular para sumarse a un acuerdo y para alejar a los extremistas. La iniciativa mediadora de Rivera es loable y de entrada ha logrado desviar a Podemos de la órbita de Pedro Sánchez. En la exagerada fluidez de los contactos de estos días, la espantada de Pablo Iglesias podría ser sólo un movimiento del tira y afloja al que juega desde la misma noche electoral, pero el pacto Sánchez-Rivera le ha supuesto una decepción que no ha podido disimular, y cabe la posibilidad de que haya abierto los ojos del socialista -es solo una hipótesis sabiendo de lo que hablamos- sobre los riesgos del populismo para España y para su partido. Rivera, en cambio, no ha tenido el mismo éxito con el PP y dudo de que lo vaya a alcanzar en esta ocasión.

Que Rivera estaba citándole al PP para que entrara al trapo era de libro, pero a Mariano Rajoy le ha faltado tiempo para rechazar el juego. El primero que sabía que una reforma constitucional es imposible sin los votos del Partido Popular era el muñidor de la maniobra. La participación del PP es imprescindible para toda reforma que requiera dos tercios de los votos en el Congreso (en el que ocupa la mayoría de bloqueo de 123 escaños, seis más de los 117 necesarios) y en el Senado (donde ostenta mayoría absoluta de 142 de los 265 del total). Por lo tanto, la oferta de Rivera se quedaba en nada sin la adhesión del PP… y en realidad en nada se ha quedado. ¿Era una simple ingenuidad de Rivera apostar con tan escasas posibilidades de ganar? Lo dudo, en un político joven pero avezado en el complejo escenario catalán. Tenía que haber en su plan otro objetivo, y no podía ser otro que mover a Sánchez para que hable y negocie con el PP. O eso, o todo habría sido de entrada una mera ensalada de fuegos artificiales.

Se ha dicho por muchos, y se ha reiterado tras el acuerdo Rivera-Sánchez, que la solución consiste en que el PP se abstenga o que incluso vote a favor para facilitar un Gobierno del PSOE y ahora el Gobierno PSOE-C’s. Los números les dan la razón, pero solo los números, porque todos los motivos que puede tener el Partido Popular con respecto al Partido Socialista de Sánchez le llevan a votar en contra y a intentar después un Gobierno encabezado por él. Sánchez despreció a Rajoy, no ha querido hablar con el PP (lo que no ha impedido que se presente como un campeón del diálogo) y quiere derogar aspectos esenciales de la política de su Gobierno. En el documento que han firmado Sánchez y Rivera, que es bastante aparente y aseado si no se entra demasiado en el detalle, hay un rastro de ingenuidad que habrá movido al PP a la carcajada y le habrá consolidado en su desdén: no aparece en él la derogación de la reforma laboral que Sánchez ha prometido reiteradamente todos los días, pero sí hay medidas parciales que tienen ese objetivo. Qué ocultación más simple cuando, al mismo tiempo, no han podido disimular acciones contra políticas del PP como la reforma educativa o la reforma de la ley del aborto en cuanto a las menores de edad.

En resumen: el pacto que ha propuesto Rivera, y yo no dudo que con buena voluntad, necesita una base sólida que no es otra que el apoyo del PP, y para conseguirlo es necesaria la iniciativa de una negociación de Sánchez con Rajoy que parta de cero, que borre su inquina -supongo que será la condición que le impondrían- hacia los populares y que depure el acuerdo. Sin ello, no es posible su éxito. Lo contrario, que un político apoyara unas propuestas que buscan anular su acción de gobierno previo, y que por ello significan poner en ridículo a sus votantes, además de ser un absurdo provocaría, si al final cediera, que aquéllos no tuvieran reparo alguno en despedirlo con viento fresco. Con toda la razón.

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