Federico II el Grande, un tercer centenario entre la devoción y la crítica

  • La figura de Federico II el Grande representa, como pocas, las contradicciones y tensiones de la historia de Alemania lo que explica que este país conmemore el próximo martes el tercer centenario de su nacimiento con una actitud que oscila entre la devoción y la mirada crítica.

Rodrigo Zuleta

Berlín, 22 ene.- La figura de Federico II el Grande representa, como pocas, las contradicciones y tensiones de la historia de Alemania lo que explica que este país conmemore el próximo martes el tercer centenario de su nacimiento con una actitud que oscila entre la devoción y la mirada crítica.

Hay una leyenda negra, que lo presenta como un representante del expansionismo prusiano y un antecesor de Hitler, frente a otra dorada, que lo ensalza como un símbolo de la Ilustración, como un intelectual y un artista que, pese a él, terminó siendo una figura histórica.

Federico II el Grande (1712- 1786) abolió la tortura, recuerdan sus partidarios. Sus enemigos, entonces, apuntan que desató tres guerras que fueron las que terminaron convirtiendo a Prusia en una potencia europea.

Sus admiradores recuerdan su pasión por la filosofía y su amistad con Voltaire, mientras que sus detractores dicen que esa relación terminó con el filósofo francés huyendo de Prusia ante la ira del monarca.

El conflicto con su padre, Federico Guillermo I, anticipa para otros muchos conflictos generacionales. De un lado, el viejo rey, que cree en la disciplina militar y en la vida austera y, de otro, el joven heredero, interesado en las artes y en la filosofía.

Ese conflicto tiene uno de sus puntos álgidos en el intento de fuga a Francia que protagonizó en 1730 Federico para dejar atrás la educación tiránica de su padre y sus obligaciones de heredero, y poder llevar una vida de artista -había aprendido a tocar la flauta dos años antes- y de filósofo.

Como castigo, el rey ordenó decapitar ante los ojos de Federico a su amigo el teniente Hans Hermann von Katte, por estar implicado en los planes de fuga, y encerró a su hijo durante un año en una fortaleza y le despojó temporalmente de su título de príncipe.

El intento de fuga fue al parecer el último intento de rebelión, al menos en vida del padre.

En 1733 se casó con Isabel de Braunschweig-Wolfbuttel, por orden del padre y entre amigos repetía con frecuencia que la repudiaría en el momento en que se convirtiese en un hombre libre.

Muchos biógrafos sostienen que el matrimonio, que no tuvo hijos, nunca fue consumado, lo que tiende a fortalecer la teoría sobre su posible homosexualidad, lo cual no ha sido documentada aún.

A partir de 1736 Federico se prepara para asumir el reino de Prusia y, paralelamente, escribe y cultiva la filosofía y la música.

En 1740, tras la muerte del padre, Federico el Grande sube al trono. Un año antes había escrito "El Anti-Maquiavelo" (1739), un ensayo prologado por Voltaire sobre lo que se ha llamado el Despotismo Ilustrado.

Ya en el primer año de su mandato, Federico muestra sus dos caras. Por un lado, toma medidas progresistas, como la abolición de la tortura y la reducción de los castigos físicos en el ejército, pero, por otro, emprende su primera aventura militar marchando sobre Silesia, territorio que anexará a Prusia en 1745 tras dos guerras.

Al regreso de la guerra, que costó la vida a millones de personas, Federico II se lanzó a llorar sobre el cadáver de uno de sus perros, Alcmene, que había muerto en su ausencia.

La tercera de las contiendas fue la llamada Guerra de los Siete años, entre 1756 y 1763. Prusia perdió una séptima parte de su población pero se convirtió en una potencia europea.

En esa época, ordenó la construcción de un nuevo palacio, el Neues Palais, que era, ante todo, un edificio de representación y que usaba unas semanas en verano para recibir huéspedes, a diferencia de Sans Souci que era un refugio personal del monarca.

Entre las obras de arte que había en el Neues Palais destacaba un grupo de esculturas llamado "Aquiles entre las hijas de Nicomedes" que muestra, según la interpretación dada en el siglo XVIII, al personaje homérico escondido entre unas princesas, tratando de escapar a su destino heroico.

La escultura representaba, según algunos historiadores, el propio destino del monarca que había querido ser un artista y terminó siendo un héroe muy a pesar suyo.

Su última voluntad, la de ser enterrado junto a sus perros en el parque de Sans Souci, se cumplió 1991, tras la reunificación de Alemania.

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