"El caballero de la rosa" arrebata al Real con un bello juego de apariencias

  • Madrid.- La ópera "El caballero de la rosa" fue un éxito popular casi desde el mismo momento en que Richard Strauss empezó a componerla pero si alguien ha sabido capturar su inteligente juego de apariencias y paso del tiempo es el fallecido Herbert Wernicke, que ha arrebatado al Real con su bella propuesta.

"El caballero de la rosa" arrebata al Real con un bello juego de apariencias
"El caballero de la rosa" arrebata al Real con un bello juego de apariencias

Madrid.- La ópera "El caballero de la rosa" fue un éxito popular casi desde el mismo momento en que Richard Strauss empezó a componerla pero si alguien ha sabido capturar su inteligente juego de apariencias y paso del tiempo es el fallecido Herbert Wernicke, que ha arrebatado al Real con su bella propuesta.

Casi diez minutos de aplausos al final de la representación, muchos bravos después de cada uno de los tres actos, y una ovación cerrada para el director de la orquesta, el inglés Jeffrey Tate, que debutaba en el Real, y los magníficos Joyce Didonato (Octavian), Anne Schwanewilms (la mariscala) y Franz Hawlata (el barón Ochs), han refrendado la calidad de una producción que cumple quince años.

La recuperación por el Real de esta obra es un homenaje a Strauss y a su libretista, Hugo von Hofmmanssthal, que la estrenaron en Dresde en enero de 1911, pero también a la memoria del director de escena, escenógrafo y figurinista Herbert Wernicke (1946-2002), que la estrenó en 1995 en el Festival de Salzburgo, cuando lo dirigía el intendente del Real, Gerard Mortier.

Mortier, que conoce "absolutamente todos los detalles" de aquel montaje, y el argentino Alejandro Stadler -realizador de la dirección en escena-, han logrado para el coliseo madrileño "la mejor" de las producciones, "más allá del original" porque la iluminación, que nunca satisfizo a Wernicke, se ha depurado y, además el Real le proporciona a la producción la intimidad que requería.

No sólo eso, los espectadores han podido disfrutar del mismo telón -en una versión reducida de 36 a 18 metros, los de su caja escénica- con el que Herbert von Karajan en la dirección estrenó el titulo de Strauss en Salzburgo en los años 60 porque el Festival se lo ha regalado al Real.

"El caballero de la rosa" explica la genialidad que la convirtió en un clásico sólo 50 años después de estrenarse en la reflexión que propone sobre el paso del tiempo: inexorable cuando eres mayor e inexistente cuando eres joven.

El núcleo de esta ópera "de comicidad contenida", como la describía el propio libretista, es el vals, y dentro de él el minueto, con lo que Strauss reflexiona sobre el tiempo pero en clave nostálgica, por eso la "rosa de plata" de la pretendida tradición que da título a la ópera se convierte al final en una rosa verdadera.

Esta obra no es un paso atrás en la evolución musical de Strauss, tras su incursión en la música contemporánea con "Electra", sino una exploración distinta en la que además hay un extraordinario ejercicio lingüístico, porque cada personaje es definido con una forma de hablar propia.

Así, el "parvenue" barón Ochs, rijoso, grosero y cazadotes, no para de usar palabras en francés para distanciarse de los "burgueses", Faninal se convierte en un personaje cómico a su pesar intentando imitar el lenguaje sofisticado de las clases altas, o Valzacchi y Annina mezclan el italiano y el alemán.

La escenografía se sustenta en paños triangulares con dos caras con espejos y una con pinturas del siglo XVIII, de la época de María Teresa de Austria (1740-1780), de forma que en el tiempo ideal ella aparece y desaparece y cuando los personajes hablan de sus emociones existenciales se refleja en el público del teatro.

Jeffrey Tate (1943), que se alternará con Jonas Alber, ha puesto a la orquesta y a los cantantes a "conversar", tal y como pretendía Strauss que hicieran y los artistas parecen hablar en escena, es decir, no con fraseados maravillosos, sino que salen a trompicones a veces, tal y como se conversa.

El director ha logrado de la orquesta la concentración que exige una partitura tan complicada, y ha sacado el brillo que pretendía de momentos tan líricos y tan sublimes como el vals del trío del acto III.

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