El pintor uruguayo Paez Vilaró se siente "cada día más joven" a los 88 años

  • Después de 88 años de vida, de una prolífica carrera y de un caudal infinito de anécdotas personales, el pintor uruguayo Carlos Paez Vilaró afirmó hoy en una entrevista con Efe que se siente "cada día más joven" y que su gran sueño es llevar algún día la pintura a los ciegos.

Raúl Cortés

Punta Ballena (Uruguay), 10 feb.- Después de 88 años de vida, de una prolífica carrera y de un caudal infinito de anécdotas personales, el pintor uruguayo Carlos Paez Vilaró afirmó hoy en una entrevista con Efe que se siente "cada día más joven" y que su gran sueño es llevar algún día la pintura a los ciegos.

Nacido en Montevideo en 1923, Paez reside desde hace años en el interior una de sus obras más impactantes, Casapueblo, un fantasioso edificio de color blanco y curvas infinitas, ubicado a orillas de la confluencia del Río de la Plata y el Océano Atlántico, en la localidad de Punta Ballena.

En esa "nave con su proa" (como él la define) que parece pender sobre el mar recibió a Efe para hablar de su último libro, una autobiografía titulada "Posdata".

"Recorrer mi vida desandándola no fue fácil porque yo soy un hombre que me siento sensible y esa sensibilidad me lleva a sentir muy a fondo las cosas que recuerdo", confiesa.

En las casi 400 páginas de "Posdata" Paez habla poco o de refilón sobre su obra. Prefiere repasar sus viajes por medio mundo y sus interminables ansias de experimentar, que en sus años jóvenes le llevaron a trabajar de operario de una fábrica pese a pertenecer a una familia prominente.

Polifacético por naturaleza, con los años se dedicó también a la publicidad, al cine e incluso se atrevió con la arquitectura al erigir Casapueblo y la capilla de un cementerio en la vecina Argentina, país donde realizó su primera exposición y donde tiene una casa, en la región del Tigre, cercana a Buenos Aires.

Su obra pictórica, influenciada por su compatriota Pedro Figari y marcada a fuego por encuentros con celebridades como Pablo Picasso, Salvador Dalí o Andy Warhol, ha sido exhibida en galerías de París, Londres o Washington.

Además, en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington Paez pintó en 1960 el mural "Raíces de la paz", considerado entonces el más largo del mundo por sus 162 metros de extensión.

En buena parte de sus cuadros se impone la inquebrantable relación del autor con la minoría afrodescendiente de su país, sello distintivo del Carnaval uruguayo, el más largo del planeta.

Su primer contacto con ese mundo se produjo a mediados del siglo XX, cuando pretendía abandonar el tranquilo Montevideo para perderse en el trajín de Buenos Aires.

Hechizado por unos negros que tocaban sus tambores en el populoso Barrio Sur montevideano los siguió hasta el "conventillo" (vivienda colectiva con un patio interior) de Mediomundo, cuya entrada describe aún "como una gran boca", cuyos "dientes eran la ropa tendida en el patio".

Allí se trasladó a vivir una temporada para beber de la "negritud", su principal fuente de inspiración artística y el motivo por el cual recorrió Africa durante años, en coincidencia con el histórico proceso de emancipación de aquel continente.

De aquellos viajes quedan jugosas anécdotas como su paso por el Congo en 1962, de donde huyó cuando estaba pintando un mural en el Palacio presidencial porque las autoridades lo confundieron con un comunista al leer en su pasaporte República Oriental del Uruguay, el nombre oficial de su país.

Devorador de vivencias que le llevaron a conocer a Fidel Castro, Henry Ford, Günter Sachs, Omar Shariff o Brigitte Bardott, recuerda también como en Asia consiguió en otra ocasión que el sultán de Maldivas liberara el barco en el que le esperaban sus compañeros de expedición enviándole un telegrama con la firma "James Bond, 007".

Jamás imaginó, sin embargo, que la mayor aventura de su vida tendría forma de tragedia familiar, aunque con final feliz.

En 1972 su hijo Carlos Miguel se convertía en uno de los supervivientes de la famosa tragedia de los Andes, el accidente aéreo de un equipo de rugby uruguayo que luego fue llevado al cine.

El haber clausurado en 1967 el Festival de Cine de Cannes con su filme sobre África "Batouk" es otro de los peldaños en la escalera hacia la plenitud artística de este hombre que se considera, más que un pintor, "un hacedor".

"El placer mío es hacer cosas, como ahora mismo, de repente, me gustaría tener un papel en blanco, que es una obsesión para mí, el color blanco, para hacer un garabato", argumenta.

Y es que a pesar de su avanzada edad, Paez nunca deja de soñar.

"Me encantaría, como gran proyecto, hacer un día un arte para no videntes. No me da para comprender como un hombre ciego puede pasar por la vida sin conocer el color", se lamenta.

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