Maurizio Pollini pone al Real en pie con su perfección y generosidad

  • Concha Barrigós.

Concha Barrigós.

Madrid, 2 jun.- No es fácil poner a un teatro de pie, y menos al Real, pero esta noche el pianista italiano Maurizio Pollini ha mostrado lo mucho que sabe, lo hondo que lleva a Chopin en su alma y en sus dedos y ha conquistado al coliseo madrileño con un programa "paralelo" de bises, cuatro, que le ha salido del corazón.

Con las entradas agotadas, Pollini (Milán, 1942), que mañana recibirá su primer doctorado honoris causa, gracias a la Complutense, regresaba al Real tras cinco años ausente de Madrid con un programa dedicado a las últimas obras que ha grabado de Frederic Chopin (1810-1849), un éxito de ventas desde su salida en Italia, y el primer libro de los preludios de Claude Debussy (1862-1918).

Desde que ganara el Concurso Internacional Chopin de Piano en Varsovia en 1960, el italiano, uno de los mejores pianistas de su generación, es un imán para los amantes de la música y su nombre en un cartel, sinónimo de "no hay entradas".

Con un austero telón negro de fondo y una inusual puerta practicada en él para que entrara y saliera de escena, Pollini ha dejado claro desde que ha aparecido ante el público que las cosas se hacen como él cree que han de hacerse, sin dejarse presionar por la situación.

Quiere que su instrumento, un Steinway-Fabbrini, con el que viaja por todo el mundo y que transporta en un vehículo especial, esté colocado cerca del público, no en medio del escenario, para que se aprecie mejor el resonancias bajas y no duda en regular una y otra vez la banqueta hasta que queda a su gusto.

El concierto ha comenzado con la ensoñadora melodía del Preludio en Do menor, perturbadoramente misteriosa y profunda. Aunque el italiano parecía justo de energía -ha estado la última semana resfriado- su ejecución ha sido elegante, precisa y bella.

Ha continuado con las Baladas número 2 y 3, las cuatro mazurkas, y el Scherzo No. 3 en Do sostenido y su demostración de que lleva a Chopin en su ADN ha cosechado bravos al final de la primera parte.

Luego, en el primero de los preludios de Debussy, "Danseuses de Delphes", ha estado sensible y brillante y en el segundo, "Les collines d'Anacapri", ha transportado al auditorio directamente a los excitantes colores del verano.

Cuando ha concluido se han oído muchos bravos y más aún cuando ha saludado, hasta en cuatro ocasiones. Le habían preguntado qué tocaría en el o los bises y había respondido no llevaba "nada preparado" y que haría "lo que le saliera en ese momento".

Ha elegido a Chopin. El primer bis ha sido el Estudio nº 12, conocido como el "Estudio revolucionario", y el entusiasmo ante su exquisita contención, como si buscara las notas en su interior, ha propiciado el segundo bis, la Balada nº 1, y ahí ha puesto por primera vez al público en pie.

Tras saludar de nuevo varias veces, ha acometido el siguiente regalo, el inmenso Preludio nº 24, en Re menor, una obra que lleva interpretando más de 50 años y de nuevo ha levantado de sus asientos a los espectadores, enfervorecidos.

El último bis ha sido el Berceuse. Op. 54 y aunque el teatro se rompía de aplausos ha agradecido con un gesto el entusiasmo y se ha retirado.

"Este público es maravilloso, soberbio", ha asegurado cuando se dirigía a su camerino dispuesto a salir al foyer para firmar autógrafos a la cola de entusiastas que le aguardaban con sus discos en las manos.

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